Carlos Alberto Montaner 15 de marzo de 2022
@CarlosAMontaner
Es la
“mundialización”. A la interconexión del planeta le han visto otra vez las
entrañas. En esta oportunidad fue el asunto de las sanciones a Moscú durante la
invasión rusa a Ucrania, y en las consecuencias venezolanas de esa espantosa
operación militar.
Las guerras se riñen para ganarlas y Rusia tiene perdida la que libra contra su pacífica vecina. Puede destruir a Ucrania, pero no puede derrotarla. Cuando existía la Unión Soviética perdieron la guerra en Afganistán. Ya han perdido esta guerra. ¿Por qué? Debido a las desproporcionadas fuerzas que exhiben y a la intensidad de las sanciones. El mundo ama a los “underdogs”, a los desvalidos. La perdieron por el aislamiento que han decretado las naciones de Europa, Estados Unidos, Canadá, Japón, Corea del Sur, Taiwán y Australia. Incluso, la neutralísima Suiza se ha sumado a las sanciones.
Hay
que ayudar a los ucranianos con astucia. El modo de hacerlo es el mismo que se
llevó a cabo por la propia Unión Soviética durante la II Guerra mundial: darle,
arrendarle o «venderle» al gobierno ucraniano (por una cantidad simbólica), los
aviones y los equipos antiaéreos que necesita, y esperar a que los ucranianos,
las sanciones y el aislamiento, hagan su trabajo. Demorarán, pero triunfarán.
Será
una lenta agonía, pero ocurrirá. Una nación totalmente urbanizada, de más de
600.000 kilómetros cuadrados, poblada por 41 millones de habitantes,
generalmente educados, requiere una tropa de ocupación de 600.000 o 700.000
soldados. La ratio, por la cuenta de la abuela, es un soldado por kilómetro
cuadrado para sujetar al pueblo e impedir que se desborde. Rusia carece de la
bolsa que eso requiere. El pueblo ucraniano es muy duro. Muy resistente.
Ucrania
tiene líderes, como el presidente Volodimir Zelenski, un actor judío, a quien
acompañan su mujer, Olema Zelenska y los dos hijos que tienen. La familia está
dispuesta a correr la suerte del pueblo. El carácter judío de Zelesnki
desmiente totalmente la propaganda de Putin de que sus tropas han invadido para
“desnazificar” a Ucrania. Es un vil pretexto. Están ahí para rehacer el imperio
que se desmoronó a partir de 1989-1991.
Zelenski
es una persona honrada dispuesta a compartir los sacrificios. Vi unos tres
videos de él en YouTube, bailando (es un estupendo bailarín) y tocando el
piano. Son muy graciosos. Es un magnífico actor con una gran vis cómica. Nada
de mal gusto. Pura alegría y risa.
Fue
electo en 2019 con 73% de aprobación. Probablemente, hoy su respaldo sea mucho
mayor. Acaso de 90%. Si Rusia lo asesina y le mata a la familia lo convierte en
un mártir y en un ejemplo a seguir por el pueblo ucraniano. Llegó al poder sin
partido, porque los ucranianos estaban fatigados de los políticos
tradicionales. Todos les parecían unos bandidos. Quizás exageraban, pero las
percepciones son la clave en la «justicia electoral» de los pueblos.
Ese
conflicto tiene consecuencias latinoamericanas. No se puede dejar a Europa y
Estados Unidos sin combustible porque la solidaridad con los ucranianos se
agotaría. Juan González, el asesor de Biden para América Latina, estuvo en
Caracas hablando con el presidente “oficial” Nicolás Maduro. ¿Acaso González
fue a Caracas para acelerar el cobro de la cuenta de Chevron, y para ver si se
podía revitalizar la industria petrolera venezolana?
Pero
hay un presidente “extraoficial”, Juan Guaidó, que podía responder a esas
preguntas. Guaidó ha sido reconocido por Estados Unidos y cincuenta y tantos
países. Tiene embajadores en varios sitios. Entre ellos, está el de Washington:
el abogado venezolano Carlos Vecchio DeMari.
La
producción ha sido minuciosamente destruida, como todo en esa pobre nación. Hoy
Venezuela debería estar produciendo cinco millones de barriles diarios. Apenas
produce 600.000. Tiene que importar gasolina de Irán para abastecer a los
venezolanos. Se ha cumplido el jocoso vaticinio de Milton Friedman: si se les
entrega a los socialistas el Sahara acaban importando arena.
Discretamente,
Estados Unidos debe darle un ultimátum a Maduro. O celebra elecciones
verdaderamente libres en tres meses, o hay que armar a los venezolanos para que
liberen a su país. Al mismo tiempo, sería destruida desde el aire la estructura
militar del chavismo, sin colocar “botas en el suelo”, para que no haya bajas
estadounidenses. El ejército venezolano, que se siente muy incómodo con Maduro,
se pondría a las órdenes de la oposición.
Probablemente,
la cleptocracia de Maduro no se avendría a unas elecciones libres. La oposición
tendría entonces que ocupar el poder y podría, con creces, aumentar la
producción de petróleo para que Venezuela vuelva a crecer y contribuya a la
sustitución de las exportaciones rusas. Entre Arabia Saudita, Qatar y Venezuela
todo quedaría solucionado. Y se prolongaría todo lo que hiciera falta la
solidaridad de las sociedades de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea con
el pueblo ucraniano. Seguro.
Carlos
Alberto Montaner
@CarlosAMontaner
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