La selección de fútbol de Qatar -país organizador del actual mundial- ha resultado un verdadero fiasco. Tres derrotas en tres juegos. Nada de contundencia, creatividad o imaginación. Los años de preparación física y táctica no resultaron en un equipo, al menos, medianamente competitivo. No obstante, Qatar ha jugado paulatinamente, y ahora con más fuerza, un verdadero cúmulo de cartas tras bastidores que apuntalan categóricamente su visión geopolítica.
Qatar es una monarquía que ganó su independencia de la Gran Bretaña en 1971 y ha venido creciendo su importancia geoestratégica y geopolítica a partir de su producción petrolera y gasífera. Se ha convertido en un gran socio comercial de la Unión Europea y con el conflicto en Ucrania, es ahora un Estado mucho más clave en la arena internacional siendo pequeño en dimensión territorial. Comenzaron invirtiendo grandes capitales en el fútbol europeo y se han venido ganando un espacio en la interrelación con la opinión pública de países como Inglaterra, Francia, España, Italia y Alemania, donde el fútbol es el verdadero deporte rey.
Acaba de estallar un verdadero escándalo en Europa al que ya denominan Qatargate. Nada más y nada menos que la vicepresidenta del parlamento europeo Eva Kaili se ha visto involucrada en sobornos por 1 millón quinientos mil euros. Se presume que ese dinero ha fungido como parte de pago para el lobby que la monarquía qatarí promueve para fortalecer sus nexos geopolíticos con Bruselas. La parlamentaria afirmó en algunas declaraciones públicas que “Qatar está a la cabeza de los derechos laborales” junto a otras bondades que revelan la conexión secreta para el fortalecimiento de la imagen del país.
Este escándalo, más allá de las repercusiones éticas, puede traer consecuencias duras para la Unión Europea. Líderes como el actual premier de Hungría, ViKtor Orbán, tradicional adversario de Bruselas y las instituciones europeas por las críticas que recibe hacia sus prácticas poco democráticas, pueden arreciar en sus posturas antieuropeas y desatar fuerzas internas que potencien las divisiones del bloque en un momento en que la unidad es clave para abordar el tema ucraniano.
Los qataríes con la emoción del mundial de por medio, pueden pasar desapercibidos cierto tiempo, pero no por mucho. Sus jugadas geopolíticas se van a posicionar en primera fila en toda Europa por estos meses. Sin embargo, llevan las de ganar. Europa depende de ellos cada día más por el debilitamiento de la relación con Rusia y la necesidad asfixiante de gas. Un pequeño país que usa el fútbol para visualizarse y jugar a la política dura, va a ser el centro de atención de más de un escándalo. Su caso nos permite ver en profundidad la conexión de ciertos hechos que pueden no ser detectados por la opinión pública global.
El escándalo de los sobornos refleja la extensión del poder político de Qatar. Desde hace varios años este emirato ha venido consolidando sus redes en el plano internacional. Europa ha sido el epicentro de sus actividades para blindar este reforzamiento. Pero, debe quedar claro, que este Qatargate apenas comienza y sobre todo, que no es la primera ni será la última, donde este formato de juego geopolítico se use en el escenario internacional. Qatargate es otra forma de realpolitik.
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