Humberto García Larralde 13 de noviembre de 2023
A la
memoria de Héctor Malavé Mata
Desde
marzo, la inflación mensual se ha mantenido en cifras de un solo dígito, según
el BCV. Este éxito aparente acumula, no obstante, una inflación anualizada,
hasta septiembre, de 317,6%. Según el Observatorio Venezolano de Finanzas,
llega hasta 396%. Junto a la de Zimbabue, es la más alta del mundo. Con
remuneraciones congeladas para el sector público desde mayo 2022, sus empleados
han sufrido un empobrecimiento bestial. ¿Por qué ha fracasado la política
antiinflacionaria del gobierno?
Creyendo
que el alza generalizada de precios es un fenómeno exclusivamente monetario, el
ejecutivo se ha concentrado en atajar el crecimiento de la liquidez y otras
variables monetarias.
Impuso requisitos de encaje altísimos a la banca, disuadiendo la actividad crediticia, recortó el gasto público, deprimiendo los sueldos de sus empleados e impidiendo la recuperación de los servicios públicos, y ha recogido liquidez vendiendo más dólares, gracias al incremento de exportaciones de Chevron.
En una
economía como la nuestra, con una desocupación de sus factores productivos tan
elevada y con remuneraciones tan míseras, estas medidas han sido
particularmente nocivas. Minimiza el crédito doméstico, mantiene deprimida la
demanda, perpetúa el colapso de los servicios y sobrevalúa el bolívar, quemando
escasas divisas para rezagar el incremento en su precio, que tendrían mejor uso
ampliando las importaciones. Se trata de medidas procíclicas, es decir, que
acentúan, en vez de contrarrestar, la caída en la actividad económica. Y
nuestra altísima inflación mantiene su resistencia a la baja.
Este
entrampamiento en que se encuentra la economía venezolana trae a la memoria la
tesis de mi recordado profesor, Héctor Malavé Mata, publicada en el
libro, Dialéctica de la Inflación (UCV, 1972). Señalaba ahí la
existencia de una inflación oculta en Venezuela de origen estructural, dadas
las limitaciones de la oferta doméstica por responder a una demanda creciente
–también estructurales, en su opinión–, alimentada por los ingresos por
exportación petrolera.
El
alza de precios no afloraba abiertamente porque la captación de renta
internacional por venta de crudos financiaba la importación que compensaba ese
incremento en la demanda. Eran años en que estaba en su apogeo la teoría de la
dependencia. Argumentaba que una característica esencial de economías
subdesarrolladas situadas en la periferia del sistema capitalista mundial eran
los desequilibrios de naturaleza estructural.
Recuerdo
un debate en la UCV entre Malavé Mata y Emeterio Gómez sobre las causas de la
inflación. Emeterio –quien fue igualmente profesor mío—sostenía que la
multiplicación del nivel de precios sólo podía explicarse, matemáticamente, por
la multiplicación de las variables monetarias, ya que no podía producirse una
reducción proporcional de la oferta. Por tanto, la inflación tenía que
entenderse como un fenómeno monetario. No obstante, tuvo que reconocer la
existencia de rigideces estructurales –inelasticidades de la oferta, en nuestra
jerga profesional—que contribuían a los desequilibrios de precio.
La
situación de la Venezuela de hoy es, desde luego, radicalmente distinta. Pero,
puede argumentarse la existencia de factores que restringen la oferta de bienes
y servicios, y que inciden en la resistencia de la inflación a la baja.
Podría
incluso señalarse la naturaleza estructural de estos factores, pero atribuible,
no a los desequilibrios asociados a una economía rentista, sino a las
distorsiones inherentes al manejo de los asuntos económicos bajo el régimen
chavo-madurista.
A
riesgo de ser fastidioso, refiero una vez más las raíces de estas distorsiones.
El acorralamiento de los mecanismos mercantiles para asignar recursos y para
distribuir los frutos de su aplicación en nombre de un «socialismo del siglo
XXI», junto al desmantelamiento de las instituciones que resguardan la
propiedad, la resolución de conflictos y los derechos ciudadanos, hizo depender
la actividad económica de criterios políticos –en buena parte
personales—divorciados de la racionalidad económica.
Asimismo, la
primacía de la lealtad al comandante por encima del Estado de derecho abrió las
puertas a corruptelas de todo tipo, amparadas en la autoproclamación de ser
«revolucionario». La depredación de Pdvsa, de los recursos minerales de
Guayana, las extorsiones y confiscaciones de empresas privadas, las
contrataciones ficticias con el Estado (empresas de maletín) — amén
del tráfico de drogas– pasaron a ser sustento de las alianzas que fue tejiendo
Maduro para asegurar su permanencia en el poder.
Estas
distorsiones, acompañadas de los controles de precio hasta hace poco y la
discrecional regulación de las actividades económicas, desarticuló el tejido
productivo interno. Desaparecieron empresas de servicio, firmas proveedoras,
complementarias y/o compradoras. Se redujeron las transacciones, el empleo y la
demanda en general.
Paralelamente,
la destrucción de Pdvsa y el default ante la excesiva deuda acumulada,
menguaron las posibilidades de importar insumos, maquinaria y bienes de
consumo. Las sanciones han agravado este aislamiento. Junto al colapso de los
servicios públicos, el deterioro de la infraestructura y un marco normativo
intervencionista y discrecional –sin contar prácticas extorsivas–, explican esa
inelasticidad «estructural» de la oferta y su asintonía con la demanda. En tal
desajuste estaría una de las causas de la resistencia de la inflación a la
baja. Adicionalmente, ésta es alimentada por la ineficiencia del gasto
público, más cuando es financiado parcialmente con emisión monetaria.
Este
razonamiento señala la necesidad de destrabar la oferta para acabar con la
inflación. Limitarse con reducir la demanda, en una situación de tan alto
desempleo de recursos productivos, es perjudicial. Se requiere acceder a un
generoso financiamiento internacional para recuperar los servicios públicos, reformar
al Estado, privatizar empresas que son un desaguadero de dinero, sanear sus
cuentas y para fundamentar una reestructuración de la deuda pública que alivie
las restricciones del sector externo.
Presupone
el retorno al ordenamiento constitucional, con sus garantías y seguridades, y
un manejo transparente y solvente de la cosa pública, con rendición de cuentas.
Como el régimen actual está montado sobre otra lógica, la de la expoliación,
este financiamiento internacional le está vedado.
Obviamente,
es menester un cambio político para beneficiarnos de tal financiamiento. Cabe
señalar que la economía venezolana padece de un nivel de monetización –la
relación entre sus variables monetarias y el PIB—bajísima. La inflación actual
se asocia a la altísima velocidad de circulación del dinero, pues la
gente busca desprenderse de sus bolívares cuanto antes. Hay un amplio
margen para absorber esos recursos externos a través del incremento en las
transacciones, con una gestión fiscal saneada. Y, en la medida en que se
reactiva la economía, el mayor aprovechamiento de su capacidad productiva, hoy
ociosa en buena parte, permitirá cubrir los costos fijos con mayores ventas,
estabilizando los precios.
El
análisis anterior puede enriquecerse aún más en defensa de la tesis de
destrabar la oferta como base para abatir la inflación. Quiero terminar este
artículo, empero, con otra reflexión. El alivio de las sanciones debe redundar
en una mayor disponibilidad de recursos para el gobierno, pero, dado su
naturaleza, es dudoso que se orienten a destrabar la oferta, como he
recomendado. Desaparecerá parte en corruptelas, otra en gastos
populistas con miras a los comicios de 2024. Quedará poco para resolver
problemas.
Pero
esta flexibilización en el ámbito económico representa una oportunidad para que
el sector privado organizado asuma un mayor protagonismo en este propósito,
creando un ente capaz de concertar financiamiento con agencias de cooperación,
banca externa, multilateral u otros fondos, para superar los cuellos de botella
y demás trabas a sus actividades. Nadie como el empresariado local sabe
mejor por donde le aprietan los zapatos.
Elaborar
una hoja de ruta sobre los problemas que son prioritarios atacar, de manera
concertada, podrá desatar un proceso que, paulatinamente, elimine aquellas
trabas «estructurales» que se interponen a la reactivación económica y al
empleo productivo.
Humberto
García Larralde
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