Por Mario Villegas, 28/04/2013
Columna de Puño Y Letra
Eso de que la violencia es el arma de quienes no tienen razón no es solo una bonita frase sino una sabia conclusión a la que ha llegado la humanidad que piensa con la cabeza y no con las tripas.
Por eso son condenables las agresiones y acciones violentas, cualquiera sea su naturaleza y magnitud, que algunos desaforados hayan cometido contra personas afectas al gobierno o contra instalaciones públicas o privadas. Nada tienen que ver esas prácticas con el camino de paz y de bienestar que la mayoría de los venezolanos queremos construir. Quienes incurren en actos violentos en vez de favorecer lo que hacen es sabotear el anhelo de cambio democrático que retumba en el país.
Pero frente a la violencia no caben medias tintas. Por eso son tan criticables quienes, cualquiera sea su bando político, alientan, justifican o se hacen de la vista gorda cuando los suyos asumen conductas reñidas con la tolerancia y el respeto que nos debemos entre todos, mientras ponen el grito en el cielo cuando el desafuero proviene de sus adversarios.
Es eso lo que hoy vemos en una vocería oficialista que se muestra escandalizada ante las destemplanzas de grupúsculos opositores pero que jamás elevó su voz ante la violencia propiciada y alcahueteada desde el chavismo contra hombres y mujeres de la alternativa democrática.
Más allá de que un candidato presidencial haya cantado fraude electoral y convocado a sus partidarios a cacerolear, resulta a todas luces obscena la pretensión de achacarle a éste responsabilidad personal en los recientes hechos de violencia que han tenido lugar en el país. Sobre todo cuando esa pretensión proviene de actores políticos y gubernamentales que glorifican los sangrientos golpes de estado de 1992 así como el irresponsable discurso violento que jamás abandonó el presidente Hugo Chávez, y que han apoyado o se han hecho los pendejos ante el asesinato de dirigentes opositores (caso Barinas en las presidenciales de 2012), las palizas a periodistas, el terrorismo judicial y tributario contra empresas y particulares, la discriminación y retaliaciones laborales, el ataque de hordas violentas contra electores opositores, el desconocimiento de los gobernadores y alcaldes de oposición, la confiscación de los fueros parlamentarios, entre otras “menudencias” que adornan a esta “revolución bonita”.
A los violentos hay que segregarlos estén donde estén. Nicolás Maduro y Henrique Capriles deben amarrar a sus locos, aunque en ambos lados existen los que no responden a comando alguno. Uno de estos, poderoso y prepotente como muy pocos, se jacta de que ya murió el único que le ponía freno a sus locuras.
A toda prueba
Chávez logró dividir hondamente a mi familia desde el punto de vista político, pero ni él pudo ni nadie podrá menoscabar el inmenso amor que nos profesamos los descendientes de esa indivisible unidad afectiva que integraron Cruz Villegas y Maja Poljak de Villegas. El nuestro, como lo fue el de nuestros padres, es un amor a toda prueba. Así que las diferencias políticas que me separan de mi hermano Ernesto y que resurgen por estos días en que él, como ministro de Comunicación de Información, ha puesto su intelecto, su rostro y su voz a unas prácticas gubernamentales que en nada comparto, de ninguna manera van a mermar los indestructibles sentimientos de afecto que le profeso, como tampoco me llevarán a negarle mi mano protectora si algún día mi hermano menor llegare a necesitarla. Por suerte, todos y todas aprendimos desde temprano a defendernos y a asumir individualmente las responsabilidades derivadas de nuestras convicciones y procederes. Los quiero y respeto y jamás seré autor, cómplice o emisario de insultos hacia ninguno o ninguna. Ruego abstenerse a quienes pretendan invitarme a ejercer tan indigno papel. Punto y final. MV
Mario Villegas
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