ALBERTO BARRERA TYSZKA 28 DE
ABRIL 2013.
Y, de pronto, me vino un mareo.
Fue el martes. Estaba escribiendo y
sonó el teléfono. Antes aun de poder soltar la a de aló, escuché una de esas
frases clásicas de nuestros días: “¿Estás viendo la vaina por televisión?”. Así
fue que llegué a sentarme frente a la pantalla donde estaba la ministra Iris
Varela. Ahí andaba, de lo más oronda y segura, diciendo que Henrique Capriles
era el “autor intelectual” del asesinato de 8 personas. “Estoy preparando la
celda donde vas a tener que ir a purgar tus crímenes, porque eres un fascista y
eres un asesino”, dijo. Y entonces me vino el mareo. Fue como un beriberi en la
lógica, un vahído en el sentido común. Ahí estaba la ministra de Asuntos
Penitenciarios de un país que, sólo el año pasado, tuvo la cifra récord de 591
reclusos asesinados. Ahí estaba, sentenciando a Capriles como drogadicto y
homicida, ofreciéndole un calabozo a un ciudadano que ni siquiera ha sido juzgado.
¿Qué clase de país somos? ¿Cómo llegamos hasta aquí?
En pocos días, distintos voceros del
poder han salido en bloque a denunciar un golpe de Estado, a decretar
culpables, a repartir insultos y amenazas. Han hecho un espectáculo con la
muerte. Han usado sin pudor a los fallecidos y a sus familias. Han agitado su
histeria en todos lados. Desde la Asamblea Nacional hasta en los cubículos de
Twitter. La cadena del día martes fue el clímax de la vulgaridad. Sin duda, es
uno de los peores eventos de manipulación informativa y de terrorismo de Estado
de la historia de nuestro país.
No sólo hay que investigar qué fue lo
que ocurrió en diferentes lugares del país después de las elecciones. También
hay que investigar la distorsión oficial que, usando todos los recursos del
Estado, ha aprovechado estos eventos para ejercer toda la violencia
institucional en contra de quienes no votaron por el Gobierno. La campaña de
satanización que hemos visto estos días es insólita. Deberíamos demandar por
calumnia, al menos, a cada vocero oficial que públicamente ha acusado a más 7
millones de venezolanos de ser asesinos, fascistas y de derecha. Todavía no
entienden que cada vez que dicen “oposición” están hablando de una mayoría.
Producen confusión para ocultar la
verdad. ¿Qué fue puntualmente lo que dijo Henrique Capriles? ¿Acaso convocó a
sus seguidores a incendiar, linchar y matar? ¿Cuáles fueron sus palabras
exactas? En la noche del 14 de abril, el candidato de la MUD cometió el mismo
delito que, en su momento, también cometió Hugo Chávez Frías: “Yo no voy a
reconocer la derrota si no la compruebo de verdad”, dijo el entonces candidato
en 1998.
De repente, una duda democrática y
constitucional se convirtió en un crimen. Y el discurso oficial pasó a ser un
guión de ficción. Con más imaginación que datos ciertos. Con más melodrama que
estadísticas. Sus procedimientos narrativos son cada vez más obvios. Maduro
comenzó a hablar de “decenas” de CDI incendiados. También aseguró que si la
oposición hubiera ganado las elecciones de seguro habría “privatizado” las
canaimitas. Porque vienen a quitarles a los pobres sus computadoras. Porque
comen niños y no creen en Dios. Porque son los chicos malos y no tienen
corazón. Y no hubo derecho a réplica. Y el Poder Moral de repente descubrió que
hay asesinatos en este país. Y Pedro Carreño anunció que la misma AN que
siempre se negó a investigar el caso de Pdval ahora va a investigar a Capriles.
Y Diosdado Cabello fue designado como parte de la comisión para “abrir el
diálogo”… El Gobierno no sólo se quedó sin líder. Al parecer, también se quedó
sin libretista.
Un ejemplo emblemático de todo esto, y
que además no tiene que ver con los sucesos de estos días, fue lo que ocurrió
en la Asamblea en el acto de proclamación de Maduro. Es un pequeño detalle que,
como todo detalle, puede ser muy revelador. En medio de su discurso, recordando
sus aventuras, Maduro de pronto saluda a Zelaya: “¡El presidente Zelaya!”,
dice. Y parece entonces recordar que en el recinto también se encuentra Lobo. Y
de inmediato lo saluda: “¡El presidente Lobo!”, dice. Ambos, sentados a
distancia, sonríen sin mirarse. Maduro trata de sortear el breve pero espeso
silencio en la sala y todos los venezolanos miramos a Zelaya, a Lobo; a Lobo, a
Zelaya, haciendo tiempo para que la memoria lentamente nos devuelva los días
del golpe de Estado en Honduras, los días en que este Gobierno financió un
intento de regreso de Zelaya a su país, el avioncito queriendo aterrizar, los
juramentos de no reconocimiento a Lobo, los jueguitos de guerra a control
remoto… Ahí estaban los dos, sonriendo. Nada importa. Ninguna palabra tiene
valor.
Pensaba el escritor ruso Sergéi
Dovlátov que, en los sistemas totalitarios, hay una diferencia esencial entre
lo verdadero y la verdad. Porque la verdad suele ser un empaque oficial, otro
producto del poder. Esa es una condición del carisma: permite convertir
cualquier locura en verdad. El chavismo sin Chávez ya sabe que mentir no es
fácil.
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