EL PAÍS 25 ABR 2013
Si el veredicto de las elecciones
venezolanas, con un escaso margen de 250.000 votos para el vencedor, ha
mostrado cegadoramente las limitaciones del sueño chavista sin Hugo Chávez,
sería un despropósito del presidente Nicolás Maduro, tan apresuradamente proclamado,
cimentar su mandato sobre la sospecha de las flagrantes violaciones denunciadas
por la oposición. Las recientes explicaciones de la presidenta de la comisión
electoral a propósito de la revisión exigida por Henrique Capriles —“la
auditoría no será un recuento de votos ni tiene como objetivo la revisión de
los resultados” — arrojan serias y graves dudas sobre el alcance del
procedimiento y las intenciones reales de un organismo crucial que, como el
resto de las instituciones venezolanas, ha perdido su independencia durante 14
años de autocracia.
Maduro, con menos del 2% de ventaja
sobre el centrista Capriles, no puede reclamar honestamente un mandato popular
para profundizar la “irreversible revolución socialista”. Venezuela necesita
imperativamente un cambio de rumbo económico y de las reglas del juego político
que su flamante presidente no podrá evitar sin arriesgarse a una violenta
convulsión social, por más que anuncie a sus recién nombrados ministros un
“nuevo ciclo de la revolución”.
El proyecto bolivariano es inviable
sin su inventor. La mezcla de carisma, populismo a ultranza, despilfarro y
represión con que Hugo Chávez construyó su modelo —en volandas de un petróleo
que multiplicó por seis su precio en la pasada década y su absoluto control de
las Fuerzas Armadas— no está al alcance de su desvaído heredero. Con la
economía en ruinas, como las infraestructuras, la inflación disparada, dos
devaluaciones en cuatro meses y escasez de productos básicos en los
supermercados, el nuevo Gobierno venezolano afronta una crisis tentacular
contra la cual la retórica, por encendida que sea, es un arma descargada.
Lejos de acentuar su autoritarismo y
seguir parodiando a su pesar a su fallecido mentor, Maduro debería centrarse en
soldar un país partido en dos mitades aparentemente irreconciliables y devolver
la credibilidad y la neutralidad a las instituciones del Estado. Nada sería más
conveniente para el presidente venezolano y los fieles que integran su Gabinete
que iniciar su titánica tarea libres de toda sospecha de manipulación
electoral.
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