Jorge A. Gómez Arismendi lunes,
29 de abril de 2013
Hace tiempo
en el debate político la responsabilidad ha brillado por su ausencia. Ejemplo
hay muchos. El lenguaje bélico instalado entre diversos representantes del
mundo político, académico y estudiantil va demostrando la creciente
irresponsabilidad en ese sentido.
En la
Antigua Grecia, la responsabilidad era un elemento central para ser considerado
un ciudadano, comprometido con los asuntos de la polis. Hoy, la responsabilidad
en términos políticos se confunde muchas veces con obstinación. Quien en
cualquier tema público en el debate, plantee posiciones moderadas o
discrepancias con lo que plantea “la mayoría” o la “opinión pública”, es
inmediatamente descalificado (muchas veces sin argumento de por medio) y
posicionado como enemigo de “el grito de las mayorías”, de “la calle”, “la
Historia”, o “la justicia”, y por tanto es visto como un reaccionario.
Entonces,
por efectos de la inercia y lo que el poder genera, el discurso de quienes
dicen llevar la voz de las mayorías, se torna más agresivo, más intransigente y
menos tolerante con la discrepancia y las desavenencias, cualquiera sean éstas.
La retórica belicosa se hace constante con el objeto de "aleonar" aún
más a las masas, “aislar” a los disidentes, deslegitimarlos en el debate, y
censurarlos en la opinión pública en general.
Contrario a
lo que en general se piensa cuando se confunde democracia con dictadura de
mayorías, esa lógica (que algunos visualizan como el camino a una “democracia
real y participativa”) no va en favor de la democracia, sino que va en su contra,
de manera creciente y muchas veces imperceptible. Porque una mayoría
suprimiendo la opinión de la minoría no es signo de que la democracia crece,
sino de que está perdiendo sus cimientos centrales.
Ese es el
inicio de los procesos de polarización, mediante la irresponsable retórica de
los líderes, con la consigna fácil y la descalificación al voleo, que van
paulatinamente suprimiendo los espacios de diálogo entre los diversos actores,
ahogando el espacio público en sentido general.
A medida que
las posiciones se radicalizan en dicho proceso, los extremos se tornan menos
políticos (menos dialogantes) y más “militarizados”, proclives a aceptar la
violencia y coacción como medios y fines. Los más responsables y sensatos –los
políticos responsables- van quedando en medio del fuego cruzado de los
extremismos políticos. Irremediablemente, la democracia por imperfecta o débil
que se considere, también queda arrinconada.
Ese fuego
cruzado no tiene relación con el binomio izquierda versus derecha, sino con el
binomio libertad versus autoritarismo. Porque siendo sinceros, quien tiene como
medio y fin a la violencia (se diga de izquierda o derecha) no puede más que
terminar siendo un autoritario. Jamás será un demócrata en sentido estricto.
Porque un demócrata valora el diálogo, pero sobre todo respeta la diferencia y
la discrepancia, y con ello la libertad del otro para disentir.
Cuando los
responsables –no sólo los políticos sino los ciudadanos en general- se quedan
en sus casas, dejando el espacio público vacío (el físico y el de las ideas),
las instituciones democráticas se oradan, se deslegitiman, y entonces se
siembra el camino para los caudillos, los demagogos -esos bravucones que no
gustan del debate sino de la consigna, que gustan del poder y lo quieren en
exceso para sí mismos-.
El
debilitamiento de la responsabilidad política como valor, es inversamente
proporcional a la creciente turbulencia de los tiempos, el debilitamiento
institucional y al surgimiento creciente de caudillos y ambicioso de poder. En
ese sentido, no quiero ser alarmista sino responsable. Aún es tiempo para que
quienes valoramos la democracia como medio para resolver nuestras diferencias.
Es cierto,
ningún orden es eterno. Como ninguno es perpetuo, es nuestra responsabilidad política
el que los cambios se lleven a cabo en paz y sobre todo respetando la libertad
y dignidad de cada persona.
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