Por Oscar Lucien, 26/04/2013
1.
No
busco un chiste fácil en el juego de palabras con el apellido del también
conocido como presidente “mientras tanto”, pero en el corazón de la crisis
política actual sobresale la inmadurez de Maduro. La realidad política,
económica, social de Venezuela desde que está al frente del Gobierno, desde el
momento en que Hugo Chávez lo ungió como sucesor, indica claramente que Maduro
no tiene la experiencia, las competencias políticas ni mucho menos carismáticas
para liderar el complejo porvenir del país. Y no puede por varias razones. En
estricto sentido, el origen de la crisis es la muerte de Chávez, en su tiempo
presidente de la República, comandante de la FANB, presidente del partido del
gobierno, con aspiración planetaria a consolidar un liderazgo continental,
coloquialmente dicho, “el papá de los helados”, verdadero “blacamán” hacedor de
milagros.
El
fallecido Chávez había modelado un régimen de naturaleza autocrática,
militarista y autoritario, centrado en su carisma y personalidad avasallante,
de seguro próximamente desnudada por el pasar de los días. Chávez conducía el
país a su antojo, todos los poderes públicos sometidos a su libre arbitrio, a
la cabeza de un dispositivo institucional para mantenerse de por vida en el
poder. El desenlace de su enfermedad truncó este triste destino para Venezuela.
Desaparece el “líder supremo” sin haber contribuido a un liderazgo colectivo,
sin haber fomentado una dinámica democrática y plural en el seno de su partido
para la toma de decisiones, y como despedida, ante la inminencia o eventualidad
de su muerte, impone un sucesor que en los pocos días transcurridos aparece
totalmente desbordado e incompetente, inmaduro, para la difícil tarea, no
digamos de sustituir al comandante supremo, al “Cristo redentor”, sino
meramente para llevar adelante tareas básicas de todo gobierno reconociendo a
la mitad del país que rechaza el legado personalista y autoritario del
fallecido presidente. La herencia de Chávez es el origen de las turbulencias
por las que gravita nuestro país en este momento, la cual se expresa de manera
nítida en las inseguridades del heredero, su ya obvio fallido y patético
intento de imitar al jefe desaparecido, sus inseguridades, su infantilismo de
referir conversaciones con su tutor encarnado en “pajaritos”. Maduro, inmaduro,
vive un terrible drama que puede ser la antesala de terribles consecuencias. Lo
ha descrito tan pertinentemente en las páginas de este diario Fausto Masó que
me apoyo en sus palabras: “Nada tan trágico, y tan ridículo, como el líder de
un régimen autoritario sin autoridad”.
2.
En una
célebre crónica de un viaje privado en avión con el presidente venezolano, el
escritor Gabriel García Márquez, muy amigo y complaciente con el dictador Fidel
Castro, comentaba tener la impresión de haber viajado con dos Chávez: uno a
quien el destino le había dado la posibilidad de producir grandes logros para
su patria; otro, un charlatán que sembraría de calamidades y miseria a su país.
La muerte de Chávez quizá esté muy cercana para ilustrar con pertinente
documentación empírica cuál de las dos valoraciones del Nobel colombiano se
ajusta más a la realidad, pero, sin duda alguna, la decisión de legar la
herencia a Maduro y el desempeño de éste refuerza la aprensión más pesimista.
Bastaría atenerse a las confesiones de otros “herederos” políticos
sobresalientes y al desempeño de actores políticos y funcionarios de alto rango
para validar nuestras expectativas más negativas. “Nosotros somos una bandada
de locos y Chávez era el único que nos atajaba”, en palabras más o menos
similares ha dicho el presidente de la AN en tono de amenaza a la oposición, y
en testimonio del tenor de alguna de sus locuras pretende impedir el derecho de
palabra a los parlamentarios en el Palacio Legislativo. Otra ministra del
gobierno acusa impunemente de drogadicto y amenaza con cárcel al principal
líder de la oposición, a quien atribuye sin fundamento hechos de violencia,
manipulando el justo de reclamo de Capriles Radonski a una auditoría electoral
que, de demostrarse las irregularidades, podrían convertirlo en el verdadero
presidente electo en las pasadas elecciones.
En
fin, Nicolás Maduro ni los voceros más vociferantes del gobierno dan muestra de
madurez para encaminar el país por un sendero de paz que haga verdad la
cacareada frase de lograr “la mayor suma de felicidad”.
A la
oposición democrática no le queda sino actuar con serenidad y constancia para
abrirse al diálogo con ese gran país cansado de la retórica guerrerista que no
supera lo que Chávez reconoció era el talón de Aquiles de la revolución: la
ineficiencia, el burocratismo y la corrupción.
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