Fernando Mires 28 de abril
de 2013
¿Puede un gobierno que se dice
revolucionario robar elecciones con absoluta impunidad?
Aclaremos: No sólo los que se
denominan revolucionarios, muchos otros gobiernos han intentado alterar el
curso de elecciones, falsificar votos, cambiar cifras, desconocer
resultados. Sobre ese tema hay una larga historia.
El ser humano es de por sí trasgresor,
aducía Lacan, y si no fuera por las leyes, la policía, las religiones y la
moral establecida, muchos darían curso libre a sus pasiones anti-sociales y
convertirían la vida colectiva en un infierno. En ese sentido la diferencia entre
un gobierno revolucionario y uno que no lo es, es otra.
Mientras un gobierno común y corriente
puede robar elecciones obedeciendo al impulso de conservar el poder, un
gobierno revolucionario roba elecciones de acuerdo a lo que un revolucionario
imagina es (o debe ser) un orden superior al que establecen las leyes y la
moral pública. Se trata en este caso de un orden que se encuentra situado en el
más allá terrenal, en la tierra prometida que toda revolución ofrece, en ese
lugar metafísico en donde la utopía revolucionaria se convertirá en dichosa
realidad.
Entonces, la diferencia es que cuando
un gobierno común y corriente roba elecciones, sabe que delinque. Pero cuando
un gobierno revolucionario hace lo mismo, cree no delinquir. Todo lo contrario:
imagina cumplir un deber asignado por la historia: salvar a la revolución de
sus enemigos mortales.
El revolucionario, por supuesto, no
puede robar como ciudadano común, pero si lo hace en nombre de la revolución,
lo hará con la conciencia limpia. Al fin y al cabo un revolucionario sólo
acepta comparecer frente al tribunal de la historia y "la historia me
absolverá", dijo Fidel Castro
Si roba las elecciones en un país, un
gobierno revolucionario delinque sólo frente a una ley que es propia a un orden
de vida inferior al que él aspira. ¿Por qué vamos a desviar el curso de la
historia compañeros? ¿Por unas elecciones fortuitas que emanan de las leyes de
una burguesía a la que despreciamos? ¿Vamos a entregar el poder a las
oligarquías fascistas sólo porque las masas equivocaron provisoriamente el
camino?
No compañeros, nosotros no somos
esclavos de la justicia burguesa y mucho menos de sus mezquinas convenciones.
Si vamos a las elecciones es por razones tácticas. Nuestra estrategia en
cambio, lleva al socialismo, el futuro de la humanidad. ¿Vamos acaso a poner en
juego nuestra estrategia por la mala aplicación de una táctica burguesa en un
momento determinado? No compañeros, el futuro es nuestro. Es por eso que, como
dijo una vez Fidel Castro, en la ciudad de Concepción, Chile: "cuando la
revolución toma el poder, ese poder no se entrega jamás".
Lo que a un ser humano común y
corriente no le está permitido, le está permitido a un revolucionario, piensa
un revolucionario. Pues el revolucionario pertenece a la escala más alta del
desarrollo de la humanidad, así al menos lo dijo Che Guevara. Eso significa que
a un revolucionario no sólo le está permitido robar, también le está permitido
matar en nombre de la revolución. El mismo Che Guevara lo escribió así, y con
toda su crudeza:
"Hay que llevar la guerra hasta
donde el enemigo la lleve; a su casa, a sus lugares de diversión, hacerla total
(.....) Eso significa una guerra larga; y lo repetimos una vez más, una guerra
cruel".
Y bien, si a un revolucionario -según
el icono de la revolución- le está permitido asesinar a sus enemigos en sus
casas y en sus lugares de diversión, robar una elección no pasaría de ser un
accidente, un pecado venial en medio de la guerra total que libra cada
revolucionario en contra del "enemigo de clase".
Por cierto, no me refiero a quienes
hemos participado en una u otra revolución, con resultados negativos o
positivos. El torbellino de la historia, según Walter Benjamin, puede
arrastrarnos hacia riberas ignotas. No. Me refiero a quienes han hecho de su
condición revolucionaria una profesión de fe, una suerte de segunda naturaleza,
un modo- de -ser -en -el mundo. Me refiero, en fin, a aquellos que han delegado
su Yo a un Sobre-Yo (categoría freudiana) y en este caso, a un Sobre-Yo
ideológico que los controla y domina en todas las circunstancias de la
vida.
No hay revolucionario sin ideología
revolucionaria y no hay ideología revolucionaria sin el sometimiento del Yo
racional de cada uno a las determinaciones que provienen de una moral
imaginariamente superior integrada en el aparato de un Sobre-Yo ideológico. Ese
Sobre-Yo succiona y aprisiona a las capacidades racionales del Yo, que son,
entre otras, las del pensar.
Ahora bien, el problema más grave
ocurre no tanto cuando el Yo es sometido a un hipertrofiado Sobre-Yo (situación
que bien podría llevar y ha llevado a la santidad) sino cuando tiene lugar
esa alianza maligna entre las pulsiones afectivas,
agresivas y pasionales que cada uno porta consigo (el “Ello” de Freud), con el
Sobre-Yo moral e ideológico. En este caso se produce la fusión entre el deseo
de delinquir (agredir, transgredir) y los "ideales superiores" o, lo
que es lo mismo, el deseo de delinquir adquiere -como en James Bond- licencia
ideológica o moral. Producida esta situación es difícil distinguir
entre un revolucionario que se convierte en criminal de un criminal que se
convierte en revolucionario.
Dicho a modo de ejemplo: un asesino en
serie puede llegar a ser un héroe en una guerra ya que no sólo se dará el gusto
de matar por matar, sino, además, matará en nombre de la patria. Así se explica
por qué los criminales más grandes se sienten redimidos cuando actúan en nombre
de una “razón superior”.
Aún permanecen en el recuerdo, entre
otras aberraciones de la historia reciente, imágenes de tropas serbias que
usando el falo como arma de guerra, realizaban violaciones en masa en la región
del Kosovo, llevando a cabo "limpiezas étnicas" en nombre de la revolución
de Milosevic. Sin embargo, ¿no eran esos degenerados, herederos directos del
sadismo de Robespierre quien hacía cubrir las calles de París con las cabezas
sangrantes de sus enemigos? ¿De los millones de asesinados por “razones
superiores” bajo Stalin, Mao, Pol-Pot y otros santones de la hagiografía
socialista mundial?
Efectivamente, si en nombre de la
revolución han sido cometidos crímenes innombrables, robar elecciones, reitero,
resulta casi una banalidad, algo que se entiende de por sí. Lo anormal sería
entonces que un gobierno que se dice revolucionario no robara (falsificara,
adulterara) las elecciones en caso de perderlas.
Por supuesto, el lector adivina que
estoy escribiendo a propósito de la posibilidad cada vez más evidente de que en
Venezuela el gobierno de Nicolás Maduro ha cometido después de las elecciones
presidenciales del 14 de Abril de 2013, uno de los desfalcos electorales más
impresionantes de nuestro tiempo.
Indicios hay más que demasiados, sólo
falta "por ahora", la prueba final.
La sospecha resulta más grande si se
tiene en cuenta, además, las condiciones subjetivas que habrían
eventualmente llevado a los jefes chavistas a robar las elecciones. Esas
condiciones estaban determinadas antes que nada por la designación profética de
la presidencia de Nicolás Maduro de acuerdo al testamento político del
presidente muerto.
¿No habría significado el
reconocimiento de la debacle electoral una negación a la infabilidad de
“nuestro Comandante”, el Mesías? ¿No habría sido faltar a la honra del amado
caudillo, ser desalojados del poder inmediatamente después de su muerte? ¿Cómo
continuar la mitología de quien según el imaginario chavista había entregado
hasta la última gota de su vida por la revolución socialista, con una derrota
electoral que mancillaría para siempre su memoria? No, los jefes del chavismo
no podían permitirse una derrota electoral. Luego, si ella no podía ser evitada
durante las elecciones, debía serlo, al menos, después de ellas.
Desde el punto de vista penal robar
elecciones al pueblo es un crimen horrendo. Desde el punto de vista moral es un
signo de absoluta corrupción. Desde el punto de vista religioso es un hecho
demoníaco. Desde el punto de vista psicoanalítico es el reflejo de una
desviación patológica del más alto grado. Desde el punto de vista clínico es
una locura desatada. Sólo desde el punto de vista revolucionario, y en el caso
venezolano, necro-revolucionario, el robo de una elección aparecería como un
acto legítimo y permisible.
Contra ese tipo de perversión múltiple
deberá lidiar el pueblo de Henrique Capriles Radonski. Quizás esa es la
razón por la cual Henrique dijo: "nuestra lucha es espiritual".
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