Por Mario Villegas, 21/04/2013
Columna de Puño Y Letra
Montado en la onda expansiva de dos resonantes victorias en octubre y diciembre, así como en el sentido duelo nacional por la muerte del presidente Hugo Chávez, el liderazgo rojo rojito montó al pueblo chavista en una meta de 10 millones de votos para las elecciones del 14 de abril, a cuyos efectos político partidistas desplegó el más descomunal y punible ventajismo electoral, en el que utilizó obscenamente a todo el funcionariado, el aparataje y el dinero del estado, a la vez que humilló a sus propias bases al conminarlas a un juramento de fidelidad con un Nicolás Maduro despersonalizado y trocado en pésima copia de Chávez. De paso, los estrategas oficialistas menospreciaron a una deprimida oposición que anímicamente no podía llegar más abajo pero que, de tanto ser apabullada y subestimada, terminó por rebelarse y empantalonarse en una fogosa campaña que, con Henrique Capriles al frente, experimentó un vertiginoso “efecto rebote” en el ánimo y el activismo de la alternativa democrática.
El resultado: una victoria chucuta (“de mierda”, habría dicho el presidente Chávez) con siete millones y medio de votos para Maduro, apenas 200 mil más que para Capriles, quien no sólo revalidó la confianza de quienes votaron por él el 7 de octubre sino que le succionó unos 800 mil electores al oficialismo, con lo cual quedó enterrada la ilusoria tesis de que “chavista no vota por escuálido”. Un fenómeno que, aunque silencioso, compensó y desbordó con creces los ruidosos saltos de talanquera de una veintena de artistas y políticos que a última hora abandonaron a la oposición para entregarse en brazos del gobierno.
Si comparamos el número de votos que el Consejo Nacional Electoral le adjudica a Maduro con el objetivo de 10 millones esperado por el chavismo, habría que concluir que éste, aun manteniendo la Presidencia de la República, no parece tener mayores razones para celebrar y sí para la preocupación y hasta la frustración. Y si cuantificásemos ese resultado con base en los multimillonarios recursos humanos, técnicos, de infraestructura y financieros gastados en la campaña, la verdad es que quedaría en evidencia el escandaloso costo por unidad de cada voto contabilizado a favor de Maduro.
Si bien los números del CNE dan ganador al candidato oficialista, ni siquiera en el chavismo hay duda de que su proyecto ha sufrido una derrota política a la que ha contribuido una parte significativa de sus propios seguidores, mientras que la propuesta democrática, encarnada en el candidato Capriles, la Mesa de la Unidad y el pueblo opositor, aun no alcanzando la Presidencia de la República, ha obtenido una inequívoca victoria política en favor del cambio. Propuesta que va ganando cada vez más terreno en vastos sectores populares. Si anteayer no había en Venezuela cuatro millones de oligarcas, ni ayer seis millones y medio, tampoco hoy existen siete millones 300 mil burgueses. Y si Venezuela está partida en dos, lo está más o menos proporcionalmente en todas sus clases y capas sociales, lo cual es perfectamente verificable con una mirada a la votación del 14 de abril. Dato demasiado importante a la hora de las definiciones para cualquiera de los actores políticos.
¿Qué papel jugó en esos resultados el desempeño personal de ambos candidatos? No tenemos el espacio para profundizar hoy en el tema. Baste recordar que cuando en alguna circunstancia el fallecido presidente Chávez quería asustar a la oposición, apelaba a una advertencia: “Ahora van a comprobar que el cambur verde sí mancha”. A cualquiera le queda la duda de si, al escoger a su sucesor, el comandante supremo olvidó que efectivamente el cambur verde mancha pero el maduro no.
Malandrear al adversario
La
paz en Venezuela reposa en el reconocimiento y, en especial, en el respeto al
adversario o, simplemente. al prójimo que es indiferente o no comulga con nuestras ideas. Si nos atenemos
al mandato constitucional, pensar diferente, cuestionar al gobierno y actuar en
el escenario político con el propósito de tomar el poder por vías democráticas,
no constituye delito sino el ejercicio de derechos que le dan dinamismo y fortaleza
a nuestra democracia.
Así
que no resulta tolerable la descalificación de quienes hacen uso de tales
derechos para proponerle al país una visión y un proyecto político diferente,
máxime cuando acabamos de constatar electoralmente que al menos la mitad del
país no está de acuerdo con el rumbo que se le ha impuesto al país.
Por
muy profundas que puedan ser las diferencias, la democracia reclama del diálogo
entre sus distintos actores. Y es precisamente al gobierno a quien corresponde
tomar la iniciativa y marcar los escenarios y el tono en que se van a dirimir
las controversias.
Resulta
sorprendente que el presidente Nicolás Maduro refiera con especial sentido
humanista sus encuentros y conversaciones con grupos de delincuentes que le
habrían prometido estudiar su invitación a dejar las armas, la violencia y la
delincuencia, mientras que a dirigentes políticos de oposición se les agrede
verbalmente, se les descalifica y hasta se les limita el ejercicio de sus
derechos e investiduras. Mano blanda, de seda, frente a La criminalidad, mano
dura, de hierro, contra el adversario político.
Maduro
reveló haberle dado sus teléfonos y correos electrónicos a esos venezolanos
descarriados, con quienes dijo estar dispuesto a reunirse las veces que sea
necesario. Pero eso sí, con la oposición no, pues no está dispuesto a negociar
o a pactar con las élites apátridas. Dicho de otro modo, para el gobierno
resulta peor disentir políticamente que robar o matar.
Al
hamponato no se le reprime sino que se le dan todas las consideraciones,
mientras que a los políticos se les malandrea y amenaza con cárcel por el único
delito de no decir amén a la palabra y la acción oficial. Triste confusión la
que atraviesan quienes tienen que garantizar la seguridad personal y de los
bienes de los ciudadanos, a la vez que velar por la paz social, el respeto a
los derechos políticos, la gobernabilidad y el cabal funcionamiento de la
institucionalidad democrática.
Los
resultados de las elecciones ponen de manifiesto un reclamo de la sociedad venezolana
por el cese de la confrontación y la descalificación. La mesa debe ser servida
para que haya un diálogo serio, respetuoso y responsable entre el gobierno y la
oposición con vistas al abordaje conjunto de los graves problemas económicos y
sociales que padecemos y que se avecinan.
Jorge Durán, tres años de impunidad
Este lunes 22 de abril se cumplen tres años de la lamentable muerte del
colega Jorge Durán, a quien funcionarios del Ministerio del Interior y Justicia
(para el cual prestaba servicios en calidad de reportero gráfico) y oficiales
de la Guardia Nacional llevaron a laborar en infamantes condiciones y lo dejaron
morir en la frontera con Colombia.
Tanto las irresponsables condiciones de trabajo a que fue sometido por
sus superiores, así como la omisión de socorro por parte de pilotos de un
helicóptero de la GN, están perfectamente documentadas en informes
confidenciales presentados por algunos de sus compañeros de la oficina de
prensa del MIJ al entonces ministro Tareck El Aisami, al igual que en las denuncias
elevadas por sus familiares y los gremios periodísticos a la consideración de
la Fiscalía General de la República y del Instituto Nacional de Prevención,
Salud y Seguridad Laborales (Inpsasel).
La muerte del entrañable colega dejó viuda a otra periodista, Lisbeth
Torres, funcionaria del Ministerio de Educación, y huérfanos a tres muchachos,
cuyos sueños de justicia han sido frustrados por unas instituciones volcadas
totalmente a la acción político partidista y no al cumplimiento de sus
obligaciones constitucionales.
Mario Villegas
mariovillegas100@gmail.com
@mario_villegas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico