Alejandro Armengol 18 de
abril de 2013
El
poschavismo degenera con rapidez y violencia hacia un fascismo rojo. Los que en
este momento mandan en Venezuela han decidido acompañar a la estampita, la
imagen del fallecido gobernante y esa invocación constante, entre plañidera y
soberbia, con la fuerza del matón.
Acallar
mediante el atropello. Amenazar con encerrar a los que expresan pacíficamente
su desacuerdo con un “heredero” que ha llegado despojándose de cualquier
disfraz democrático y con la intención de implantar una dictadura total en el
menor tiempo posible.
El
gobierno de Nicolás Maduro no se inicia donde lo dejó Chávez, sino donde lo
comenzó Fidel Castro en Cuba: con la amenaza de meter en la cárcel a quien se
le opusiera —que la cumplió de inmediato— y una campaña de desinformación
destinada a desprestigiar a todo aquel que consideraba un enemigo.
Maduro
y Diosdado Cabello no han perdido un minuto en dejar en claro que con ellos no
hay diálogo y negociación posible: acatar o sufrir las consecuencias. Por
supuesto que han recurrido a ese viejo expediente de hablar del peligro de
golpe e Estado, incitación al caos y los desórdenes por parte del bando
contrario, así como tampoco se han demorado un segundo en lanzar acusaciones de
que han sido los opositores pacíficos los responsables de las muertes
ocurridas.
¿Cuántas
veces ocurrieron “sabotajes” en momentos muy precisos en Cuba, la quema de un
círculo infantil durante los días del éxodo del Mariel, varias bombas que
dieron pie a decretos gubernamentales o a la creación de los órganos de
vigilancia en cada cuadra, sin que nunca se supiera quién en realidad había
estado tras esas acciones?
En
ese libreto, que en la actualidad es dictado por La Habana —incluso con más
fuerza que durante la época de Chávez— no es de extrañar que ocurran
situaciones que de inmediato se utilicen para justificar la represión.
En
todo ello, no hay originalidad. No lo inventaron los Castro. Existe desde mucho
antes, pero nunca se aplicó con tanta eficiencia como durante el fascismo, el
gobierno nazi y el comunismo.
La
acusación por parte de los herederos del régimen de Caracas —próximo a
inaugurar oficialmente un nuevo período, pero que ya ha mostrado su cara en la
calle— de que son fascistas quienes se limitan a pedir un recuento de la
votación, es falsa y torpe.
Precisamente
lo que está ocurriendo en toda Venezuela es que el régimen —que se continúa y
al mismo tiempo se inicia— ya ha dejado bien en claro su disposición de
despojarse con rapidez de los aspectos populistas necesarios para ganar en las
urnas, y concentrarse en crear e imponer una maquinaria represiva que consolide
y perpetúe su presencia.
Para
Maduro, no habrán elecciones en el futuro, apenas farsas electorales similares
a las que por décadas se han celebrado en Cuba.
El
desastre político que vive Venezuela es un retroceso histórico y social. Si
Henrique Capriles prometía dar un paso más allá —y que el superar la etapa
neoliberal no fuera una vuelta reaccionaria a la izquierda radical, sino el
establecimiento de un gobierno progresista que uniera la justicia social
a un clima de inversiones y desarrollo—, Maduro ha comenzado a retrotraer al
país a algo nunca vivido en Venezuela: una dictadura como la cubana.
No
lo está haciendo ni siquiera guiado por un objetivo ideológico malsano, sino
por ambición personal. Pero los fines personales no alteran para nada lo
peligrosa que se está tornando la situación en Venezuela.
Bastan
algunas referencias a lo que significó Mussolini para Italia y para el
mundo, y mencionar como luego el régimen de La Habana ha repetido estas mismas
características, para comprobar la forma en que estas ahora comienzan a perfilarse
en Venezuela.
Fascismo
y Ur-Fascismo
El
Partido Fascista de Mussolini nació bajo la bandera de que era la fuerza
destinada a establecer un nuevo orden social, pero fue financiado por los
terratenientes y las capas más conservadoras de la sociedad italiana. En su
comienzo, el fascismo fue un movimiento urbano de tendencia republicana, que
contaba con un amplio apoyo entre la clase media y que se extendió a las áreas
campesinas. El primer gobierno de Mussolini incluyó tanto a ministros liberales
como populistas, hasta tener la fuerza suficiente para establecer un régimen
totalitario, que subsistió durante 20 años proclamando su lealtad al rey Víctor
Manuel III y a la familia real. Sin embargo, cuando el Rey destituyó y encerró
a Mussolini, éste reapareció con el apoyo nazi proclamando una nueva república.
Mussolini
fue en un comienzo un militante ateo que incluso retó a Dios a que lo
destruyera como prueba de su existencia, pero no sólo pactó con la Iglesia
Católica y reconoció la soberanía del estado vaticano, sino que gobernó con el
beneplácito del papa Pío XI, los obispos y la curia romana. A diferencia del
nazismo y el comunismo soviético, que no permitieron la menor muestra de
disidencia en los terrenos del arte y la cultura, bajo el fascismo italiano
fueron toleradas manifestaciones artísticas y literarias que se apartaban del
oficial estilo grandilocuente. ¿Quiere esto decir que existió en Italia una
mayor tolerancia que en Rusia o en Alemania? Nada de eso, el líder comunista
Antonio Gramsci murió en la cárcel, el diputado opositor Giacomo Matteotti fue
asesinado por una grupo de rufianes fascistas y el propio Mussolini se
responsabilizó del hecho. A su regreso, durante el gobierno establecido en Saló
bajo el respaldo alemán, el Duce prometió fusilar a los miembros del Gran
Consejo que habían votado en su contra, entre ellos su yerno, el conde Galeazzo
Ciano, al que ejecutó por la espalda. Cuando algo realmente amenazaba su poder,
el dictador italiano sabía que la mejor manera de resolverlo era por la vía
rápida: eliminando al contrario.
Desde
hace años los cubanos saben cuantas similitudes existen entre el fascismo y el
régimen de La Habana. No son simples coincidencias. El gobierno de Fidel Castro
siempre ha sido profundamente fascista, sólo que llegó al poder con atraso, en
un momento en que tal denominación ya estaba cubierta de ignominia. Umberto Eco
enuncia 14 características típicas de la ideología fascista en su artículo Ur-Fascismo .
El régimen cubano las cumple a plenitud. Eco dice que es suficiente que una de
ellas esté presente para permitir que el fascismo se aglutine a su alrededor.
Según el ensayista y novelista italiano, en un sistema fascista no hay lucha
por la vida, sino que la vida se vive para la lucha. En tal perspectiva, todo el
mundo es educado para convertirse en un héroe. En toda mitología, un héroe es
un ser excepcional, pero bajo la ideología del fascismo total, el heroísmo es
la norma. Este culto al heroísmo está directamente vinculado al culto de la
muerte.
Decirle
fascistas a los opositores pacíficos venezolanos es un insulto soez. Señalar
las similitudes entre el fascismo, el castrismo y ese poschavismo donde la
fanfarria, el sainete y el velorio ceden cada vez más el lugar a la fuerza
bruta es únicamente advertir de un peligro.
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