Por Oscar Lucien, 12/04/2013
En el reciente acto de la gente de la cultura
y el espectáculo en apoyo a la candidatura presidencial de Henrique Capriles
tuve el privilegio de dirigirme a la audiencia en la parte del evento en la
cual los presentes pasábamos un mensaje a la audiencia bajo la etiqueta o
hashtag #soyvenezolano. Acostumbrado al Twitter en la intimidad de mi pequeño
estudio, con problemas de conexión y sobre todo intimidado por la situación, no
pude generar un mensaje nuevo, y habiendo oído tantas cosas inteligentes de los
twitteros precedentes opté por retwittear, una modalidad habitual en la red,
parafraseando una de las ideas centrales que destaqué de la intervención mucho
más elaborada de Leonardo Padrón. Dije: #soyvenezolano porque apuesto por que
la cultura de la vida se sobreponga a la cultura de la muerte. Mientras
transcurría el foro y luego de cerca de dos horas de nuestros intercambios en
esa sala habrían asesinado a cuatro venezolanos en nuestra ciudad capital.
Lamento aterrizar en esta estadística macabra. El martes en la noche, valga la
referencia, Laureano Márquez quien nos deleitó y convocó a la reflexión junto
con Emilio Lovera, con una lúcida pieza de humor en el acto mencionado, fue
víctima de un llamado secuestro exprés que afortunadamente no tuvo desgraciado
desenlace.
Hace apenas alrededor de 2 meses asesinaron a
60 presos (me resisto a decir privados de libertad) en una cárcel del país. Y
como todos sabemos, y sufrimos seguramente, cada lunes repasamos los partes de
muerte de decenas de venezolanos víctimas de acciones con armas de fuego,
penosamente reconfortados en la intimidad, si este es el verbo adecuado, de que
no hay un familiar o un conocido en esa lista macabra.
¿Qué nos pasa a los venezolanos que hemos
admitido como “normal” esta situación? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Es
posible revertir esta situación? Parto de la convicción de que cultura y
sociedad son las dos caras de una misma moneda y que toda política o acción
cultural está condenada al fracaso si no toma en cuenta esta consideración
esencial. Como ejemplo un botón.
Como consecuencia de los resultados
electorales de las pasadas elecciones legislativas la oposición democrática
logró una bancada importante de diputados a la Asamblea Nacional. Al instalarse
la nueva legislatura se produjo un reparto de las comisiones que estarían a
cargo de las bancadas políticas.
El Gobierno, que por un mecanismo perverso
electoral, con menos votos tiene más escaños, se reservó la presidencia de las
comisiones que considera esenciales: Finanzas (por supuesto), Seguridad y
Defensa, Política Interior, etc., y dejó a la oposición la que considera menos
importante, la Comisión de Cultura que, por cierto, tiene un nombre más largo
que podríamos resumir en comisión de cultura y afines. Es decir, que desde el
Gobierno se piensa que de esta manera se penaliza a la oposición. Esto es
grave, ciertamente. Pero lo más grave es que la oposición, nuestros diputados,
asumen esa dimensión de la actuación política legislativa en cultura como un
“repele”, no le prestan la debida atención y perdemos un espacio fundamental de
intervención ligado a la gestión cultural.
Pienso que el drama de la muerte que venimos
de evocar, en la víspera de las elecciones presidenciales de este domingo,
obliga a traer a la mesa de discusión una visión de la gestión cultural que se
construya desde la inclusión.
Una gestión de políticas públicas en el
ámbito de la cultura que tenga en cuenta el compromiso de humanizar a la
sociedad, de formar ciudadanos para la vida en democracia, de cumplir con los
ideales republicanos de igualdad de oportunidades de acceso y participación en
la cultura. El espectáculo dantesco de las cárceles, el trágico saldo de
asesinatos de los fines de semana, el toque de queda de facto que nos obliga a
recluirnos a las 8:00 de la noche, el virtual toque de queda en los barrios más
pobres, los niños indigentes bautizados como nómadas en situación de calle, son
apenas una muestra de la realidad que vivimos y frente a la cual hemos perdido
toda capacidad de respuesta. En este contexto debemos inscribir el drama que
padecemos actualmente los venezolanos y su cultura. Porque, definitivamente, no
estamos hablando de dos cosas, la sociedad y la producción cultural, sino de
una e indivisible, y es en esa unidad donde debe intervenir un Estado que
promocione valores democráticos, de tolerancia y de inclusión.
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