MOISÉS NAÍM 19 ABR 2014
@moisesnaim
La enorme influencia que Cuba ha
logrado ejercer en Venezuela es uno de los acontecimientos geopolíticos más
sorprendentes y menos comprendidos del siglo XXI. Venezuela es nueve veces más
grande que Cuba, tiene el triple de población y su economía es cuatro veces
mayor. El país alberga las principales reservas de petróleo del mundo. Sin
embargo, algunas funciones cruciales del Estado venezolano o han sido delegadas
a funcionarios cubanos o son directamente controladas por La Habana. Y esto, el
régimen cubano lo conquistó sin un solo disparo.
Los motivos de Cuba son obvios. La
ayuda venezolana es indispensable para evitar que su economía colapse. Tener un
gobierno en Caracas que mantenga dicha ayuda es un objetivo vital del Estado
cubano. Y Cuba lleva décadas acumulando experiencia, conocimientos y contactos
que le permiten operar internacionalmente con gran eficacia y, cuando es
necesario, de manera casi invisible. Desde su inicio en 1959, una prioridad de
la política exterior del régimen cubano ha sido la creación de vastas redes de
apoyo a su causa. Sus servicios de espionaje, su diplomacia, propaganda, ayuda
humanitaria, intercambios juveniles, académicos y culturales, y el apoyo en
otros países a ONG, intelectuales, periodistas, medios de comunicación y grupos
políticos afines han sido pilares básicos de su estrategia internacional. Esto
lo hacen todos los países, pero pocos han tenido la necesidad de darle tanta
prioridad y durante tanto tiempo como Cuba. La supervivencia económica y
política del régimen ha dependido de su éxito en tener aliados en otros países
que, a su vez, puedan influir sobre sus gobiernos en apoyo a la isla. En
Venezuela esto no fue necesario, ya que logró penetrar directamente en el
Gobierno. El hecho indiscutible es que Cuba tiene tanto la necesidad vital como
la experiencia y las instituciones para moldear las decisiones de su rico
vecino petrolero.
Es bien conocida la enorme ayuda
petrolera que recibe la isla desde Venezuela. También las inversiones y el
apoyo financiero. Parte creciente de las importaciones de Venezuela se
canalizan a través de empresas cubanas. Hace poco se reveló la existencia de un
enorme depósito de medicamentos caducados recientemente, que habían sido importados
por una empresa cubana: medicinas supuestamente adquiridas en el mercado
internacional a precio de saldo, y revendidas a precio regular al Gobierno de
Caracas.
La relación va más allá de subsidios y
ventajosas oportunidades de negocios para la élite cubana. Como ha documentado
Cristina Marcano, una periodista que ha investigado ampliamente este tema,
funcionarios cubanos controlan las notarías públicas y los registros civiles de
Venezuela. También supervisan los sistemas informáticos de la presidencia,
ministerios, programas sociales, policía y servicios de seguridad, así como la
petrolera estatal PDVSA.
Y luego está la cooperación militar.
El ministro de Defensa de un país latinoamericano me contó lo siguiente: “En
una reunión con oficiales de alto rango de Venezuela, llegamos a varios
acuerdos de cooperación y otros asuntos. Entonces tres asesores, con
inconfundible acento cubano, se incorporaron a la reunión y se dedicaron a
cambiar todo lo que habíamos acordado. Los generales venezolanos estaban
avergonzados, pero no dijeron una palabra. Estaba claro que los cubanos
llevaban la batuta”.
Cuba paga todo esto con personal y
“servicios”. Venezuela recibe de Cuba médicos y enfermeras, entrenadores
deportivos, burócratas, personal de seguridad, milicias y grupos paramilitares.
“Tenemos más de 30.000 cederristas en Venezuela”, se jactaba en 2007 Juan José
Rabilero, en esa época coordinador de los Comités de Defensa de la Revolución
(CDR) de Cuba.
¿Por qué el Gobierno venezolano
permitió esta intervención extranjera tan abusiva? La respuesta es Hugo Chávez.
Durante sus 14 años en la presidencia, disfrutó de un poder absoluto gracias al
control que ejercía sobre cada una de las instituciones que podrían haberle
impuesto límites o exigido transparencia, ya fueran los tribunales o la
asamblea legislativa. También dispuso a su antojo de los ingresos petroleros de
Venezuela.
Dejar entrar a los cubanos fue una de
las expresiones más contundentes de ese poder absoluto.
Chávez tenía muchas razones para
arrojarse a los brazos de Fidel Castro. Lo admiraba, y sentía por él un
profundo afecto y confianza. Fidel se convirtió en su asesor personal, mentor
político y guía geoestratégico. Castro alimentó además la convicción de Chávez
de que sus muchos enemigos —sobre todo Estados Unidos y las élites locales—
querían liquidarlo, y que no podía esperar de sus fuerzas de seguridad la
protección que necesitaba. En cambio, los cubanos sí eran confiables. Cuba
también proporcionó toda una engrasada red de activistas, ONG y propagandistas
que apoyaron la revolución bolivariana en el extranjero. Chávez también se
quejaba públicamente de la ineptitud de sus altos funcionarios. En esto,
también Cuba le ayudó, dotándolo de funcionarios con experiencia en el manejo
de un Estado cada vez más centralizado.
El alcance de la entrega de Chávez a
La Habana lo ilustra dramáticamente la forma en la que manejó el cáncer que
acabaría con su vida: confió solo en los médicos que Castro le recomendó, y se
trató la mayor parte del tiempo en La Habana, bajo un manto de secretismo.
El sucesor de Chávez, Nicolás Maduro,
ha profundizado aún más la dependencia venezolana de La Habana. Ante las
protestas estudiantiles contra un régimen cada vez más autoritario, el Gobierno
ha respondido con una represión brutal, que cuenta con los instrumentos y las
tácticas perfeccionadas por el Estado policial que controla Cuba desde hace
demasiado tiempo.
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