Páginas

viernes, 18 de abril de 2014

¿Quién ‘ganó’ el debate del #10A?

Por Willy McKey 12 de Abril, 2014

“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer.
Y en este claroscuro es cuando surgen los monstruos”
Antonio Gramsci

1. ¿Cómo saber quién ganó? En semiología política, existen dos maneras para evaluar cuál de las partes de un debate resulta favorecida al terminar el proceso. La primera consiste en separar los momentos en los cuales cada una de las partes fue interpeladora y cuando fue interpelada, con el fin de evaluar si respondieron satisfactoriamente las preguntas del adversario o si sus preguntas afectaron la base discursiva del otro. La segunda consiste en determinar cada uno de los campos semánticos que se debatieron (temas; áreas de conocimiento; tópicos) y ver quién defendió su punto de vista de manera más eficaz y con datos de comprobación fáctica (es decir: con la verdad).

Si aplicáramos cualquiera de estas dos maneras de examinar el debate del #10A, sería difícil dar con un ganador aparente. Ambas fórmulas dependen de las respuestas emitidas durante el proceso dialogante y, además, no hay unas elecciones ni un proceso similar a continuación que permita confirmar los resultados del debate. Así que es necesario advertir que las herramientas básicas no bastarán para evaluar un proceso como éste.

2. Las singularidades. Las complicaciones son evidentes: mientras la parte opositora hizo una repartición de los argumentos que quería llevar al debate (una estrategia clásica, basada en ser-quien-pregunta para poder manejar el tempo del diálogo), la parte oficialista —que además fungió como moderadora— se refugió en una retórica que prefirió la fórmula de la reiteración (otra estrategia clásica, basada en ser-quien-convoca con la intención de que el lugar de enunciación del anfitrión baste para demostrar la buena intención, aunque no se debata).

El resultado, entonces, fue una dinámica que puede resumirse en una afirmación de contraste: mientras una de las partes llevó preguntas catalizadoras del debate, la otra se repitió a sí misma sin responder a esas preguntas ni moverse de su zona de confort discursiva.

Esta dinámica monótona (y prácticamente unidireccional) hizo que el contenido político de la arquitectura argumentativa de la oposición funcionara como los proyectiles de una catapulta: lanzados desde una distancia considerable, daban en el blanco sin que el afectado pudiera afirmar con veracidad desde dónde había sido atacado. Una alegoría similar al comportamiento de los representantes del PSUV sería la pasiva estrategia del foso: proteger con un área infranqueable las zonas vulnerables, controlando los accesos posibles a las zonas medulares.

Ambas estrategias tienen sus ventajas y sus desventajas: las catapultas sirven de poco luego de abrir los boquetes en las murallas y los fosos mantienen al enemigo a una distancia prudencial, pero también encierra a quienes se protegen.

3. ¿Cuál fue el eje discursivo oficialista? Una manera de anular las posibilidades argumentativas del adversario en un debate es limitarse a una sola exigencia. Y esta herramienta es mucho más eficaz si esa exigencia es simple, abstracta e imposible de concretar en el momento del debate. Un ejemplo: la exigencia de los debatientes del gobierno sobre un reconocimiento desde la oposición.


Esa exigencia cumple los tres requisitos, ¿pero funciona? Pues puede resultar más bien conceptualmente hueca, si consideramos que esta reunión tenía lugar en el Palacio de Miraflores, Nicolás Maduro funcionaba como anfitrión y, tras sus considerablemente largas intervenciones, el Vicepresidente Jorge Arreaza operaba como regidor. Mayor reconocimiento que las condiciones empíricas en las cuales tuvo lugar el evento son imposibles, pero el oficialismo desaprovechó la atmósfera (decirles el hecho de que estén aquí implica un reconocimiento) prefirió el clavo ardiente de la exigencia.

Pero, a pesar de la ya dilatada experiencia comunicacional de los miembros del partido de gobierno, olvidaron que el formato televisivo castiga los discursos repetitivos. Al no tener variaciones ni matices en las exigencias y los tópicos, pudieron darse el lujo de desechar los derechos de palabra de dos voceros aventajados: Cilia Flores y Yul Jabour, sin afectar las zonas de debate (pues quizás no estaban delineadas) pero afectando dos de sus puntos fuertes: la representación femenina y la participación del ala comunista.

Una posible explicación es que la parte oficialista no estaba preparada para ser interpelada y se confió demasiado en su hasta ahora útil papel de acusador. Y es entonces donde destaca la ventaja más relevante de la oposición: la arquitectura argumentativa empleada en este primer encuentro basada en las preguntas.

4. ¿Cuál fue el eje argumentativo opositor? La MUD apostó a la manera clásica de atender un debate: interpelar estratégicamente y ganar con cada silencio de la contraparte. Y, al mismo tiempo, ‘descolocar’ las especializaciones de los contenidos emitidos. Es decir: preguntar antes de que hable quien no sabe y después de que lo haga quien ya no podrá responder.

Un ejemplo: no era previsible que Henry Ramos Allup se dedicara a hacer una cartografía constitucional, enmarcada en una cátedra express de Derecho, que Diosdado Cabello no podría devolver; no era previsible que un vocero si se quiere tibio como Simón Calzadilla esgrimiera con tino los millones de dólares robados a través de empresas de maletín; y, yendo más allá, no era previsible que Omar Barboza se encargara de comunicar de manera precisa argumentos y datos que astillaron visiblemente la intervención de Rafael Ramírez, dejándolo atrás y sin defensa posible.

Y si bien el resto de las intervenciones de la MUD atendieron regiones conceptuales vinculadas con el vocero elegido, estas tres que he nombrado condicionaron el resto de la escena.

Un factor más: todas las intervenciones, unas más que otras, utilizaron data oficial, documentos firmados por alguno de los presentes e incluso frases, memorias y documentos del propio Hugo Chávez Frías, ese terreno de dimensiones incuestionables para los representantes del PSUV.

Si volvemos a la alegoría de las catapultas, fue como convertir en proyectiles las piedras que otros sacaron del suelo para hacer el foso.

5. Las líneas del debate. Una de las principales fallas dentro de la fórmula elegida por el oficialismo fue ‘presidencializar’ la estructura de la discusión, poniendo por encima la percepción territorial antes que la comunicación de las ideas.

Hagamos un ejercicio: ¿qué habría pasado si Nicolás Maduro, en lugar de ocupar esa inefable posición que no estuvo ni en el debate ni fuera de él, se hubiese convertido en el interventor final del lado oficialista? Es decir: Maduro como el cerrador del diálogo y no como el marco del debate. Se trata de una hipótesis, pero ese lugar privilegiado le habría permitido quedar en el top of mind de cada espectador, ser el articulador de sentido de todo el evento y, además, encargarse de comunicar su versión del inventario final de la experiencia y delinear el futuro de esta mesa. No lo hizo.

Su intervención, que superó por mucho los cuarenta minutos y fue en exceso monologante, lo convirtió en el personaje del evento que más habló y en quien menos dijo. En especial cuando, de todos los casos recientes de violencia que servían de referente a los espectadores, Maduro decide comentar los de dos figuras de la farándula nacional.

Esto obligó a Ramón Guillermo Aveledo a perder algunos de sus minutos en definir el campo semántico del debate en las coordenadas correctas. Así, tuvo que replantear la noción de debate, evocar la crisis y contextualizar la expectativa del evento con dos elementos poderosos, pero abstractos: esperanza y confianza. Y, tras casi una hora de devaneos oficiales, fue paradójico que la MUD pusiera al debate “en el carril”.

Aveledo también atajó dos importantes máculas: reconocer que dentro de la militancia opositora hay quienes se oponen a ese diálogo, pero que lo llevaban adelante asumiendo el costo político, y poner en evidencia que los estudiantes no estaban convocados ni representados. De esta manera, la MUD no se endosa una representatividad ajena y advierte importantes asuntos pendientes.

Trazadas las líneas, entró en el debate Elías Jaua. Si hay algo que puede derribar argumentos en un debate es elegir el vocero inapropiado: que fuera Elías Jaua quien demandara la urgencia de reconocimiento, cuando además de ser canciller está a la cabeza de CorpoMiranda (una gobernación paralela, establecida en el estado donde perdió las elecciones regionales) comete un primer error. El segundo fue afirmar que en las elecciones presidenciales del 14 de abril se hizo una auditoría completa, cuando nunca se entregó el reporte de las huellas dactilares. Ambas pifias las recogió Henrique Capriles horas después.

Acá es importante advertir una dinámica: la intervención de Aveledo estuvo explícitamente basada en preguntas. Las interrogantes fueron precisas, puntuales y claras. Cuando eso sucede, el apetito del espectador demanda respuestas.

Jaua no dio ni una sola.

En cambio, usó las estrategias anamnésicas (es especial la de recordar a conveniencia) y así abrió el reducto conceptual del oficialismo: para no responder, el PSUV debe hablar del pasado y no del presente. Entonces, abril de 2002 se convirtió en una constante que pudo haber sido una maniobra exitosa, de no ser porque durante doce años se ha transformado en un lugar común.

6. Dos cables a tierra. Andrés Velázquez era, quizás, el político de más amplia experiencia en la mesa. Incluso por encima de Henry Ramos Allup, si consideramos la experiencia sindical, aquella candidatura presidencial contra Rafael Caldera, las gobernaciones del estado Bolívar y su trabajo legislativo. Que fuera él quien de manera expresa desconfiara de los posibles resultados de este diálogo fue, antes que un balde de agua fría, un barniz de sinceridad al debate. Esto le permitió colocarse en un nivel alto de credibilidad para abordar temas como la escasez, la persecución política y el cuestionamiento al debido proceso. Con eso obligaba a Aristóbulo Istúriz, el “zorro viejo” de la otra banda a tener que hablar del presente.

Aristóbulo tampoco lo hizo. Y fue evidente pues el gobernador de Anzoátegui se aferró a una noción abstracta como “la verdad”, ante elementos fácticos como los mencionados por Velázquez: cifras, porcentajes, número de detenidos, heridos, eventos sindicales.  Confrontado con el ahora, prefirió cuestionar la noción pacífica de la lucha, metiendo en el mismo saco a todas las variantes de oposición al gobierno. Y entonces volvió a 2002 y su testimonio de excepción.

7. Un pasaje al siglo XX. La intervención de Roberto Enríquez fue la primera en calzar con el modelo de debate ortodoxo. Y echar mano de las estructuras clásicas no siempre es un error: la política no es una victoria de los vanguardistas. En un momento de discurso tradicional, citó lecturas y autores incuestionables como prólogo a un arma infalible: citar al otro y sus contradicciones.

Como en los icónicos debates del siglo XX, Enríquez citó la fuente principal del contendiente: Hugo Chávez. Y, sirviéndose de ello, señaló el fracaso de las políticas de Estado y luego se blindó con datos. Una característica de todas las  intervenciones opositoras: cada argumento, cifra o problema citado desde la MUD incluía al pueblo chavista. El PSUV, en cambio, volvía a repetirse agotando sus intervenciones en una negativa a responder.

Y en un debate mientras más preguntas dejas sin respuesta, peor lo hiciste.

A Rafael Ramírez, en cambio, le sucedió lo contrario. Su posición en el orden del debate lo dejó a la intemperie, pues era evidente que el ataque al manejo de la renta petrolera no había aparecido pero sería una carta fuerte de la MUD. Además, inició alegando la tolerancia. De nuevo un buen argumento y un mal vocero, si consideramos que su primer destello mediático fue aquel “rojo-rojito” dicho a los trabajadores de la empresa petrolera estatal.

Ramírez se amparó en los datos sociales. Como Vicepresidente Económico, Ministro y jefe mayor de PDVSA, el terreno del debate no le había dado pie para su área de experticia, así que le tocó repetirse: el enemigo externo y la constante de la amenaza mediática e internacional se convirtió en sus puertas de entrada y de salida en el debate.

Víctima de la repetición, caía el mejor vocero que tenía la fracción oficial.

Y comete dos errores: contradecir su afirmación abstracta principal (hablar del “éxito del modelo económico” y luego aducir a la matriz de “la guerra económica”) y citar sin necesidad ni pertinencia a Antonio Gramsci. Mejor dicho: citar sin necesidad ni pertinencia a Antonio Gramsci justo antes de la intervención de Henry Ramos Allup, quien reacomodó todas las fuerzas discursivas y evidenció que la simple repetición no le bastaría al sector oficialista para salir del atolladero argumentativo en que estaban metidos.

8. Los peligros de citar a Gramsci. Por encima del mítico manual de Nicolás Bujarín, Antonio Gramsci es el tejedor de la dialéctica marxista, esa región del análisis que articula teoría y praxis, razón y acción, por encima del idealismo. En dos platos: entender la historia del hombre como baremo de la realidad. Ése es el filósofo que Rafael Ramírez mencionó como remate de su intervención, justo antes del experimentado Ramos Allup quien, consciente de la historicidad del momento, decide dirigirse directamente a Nicolás Maduro… y también mentar a Gramsci.

Apelar a Maduro disolvió el intento de Ramírez por subrayar el asunto social. Y fue más allá: a punta de manejo de oratoria y carisma discursivo, Ramos Allup superó el doble del tiempo de intervención con una ilación de argumentos capaz de despertar el interés de los miembros del PSUV (incluyendo a Nicolás Maduro, algo que dejaron ver varias tomas de cámara).

Al confrontar con la Constitución los pilares retóricos de las intervenciones oficialistas (“revolución”, “socialismo”, “hegemonía”), Ramos Allup no desmontó todas las participaciones previas del PSUV, como varios expresaron en las redes sociales. Me explico: el adeco desmontóla única intervención que todos habían calcado: El Caracazo, insurrección de 1992, golpe de Estado de 2002, el socialismo excusado en una mayoría electoral y las abstracciones ideológicas.

Si bien es cierto que uno de los momentos que más destacaron fue el rifirrafe con Diosdado Cabello, a quien le devolvió una interrupción con un “Yo no soy subalterno tuyo” que silenció al hombre fuerte del PSUV, el mejor momento de esta intervención fue su remate: volver a hablarle directamente a Nicolás Maduro y decirle que lo que él decidiera era lo que iba a determinar el éxito o el fracaso de este evento fue la apelación debida. Sumen a esta bala catapultada el momento en que dijo “Chávez fue sobreseído”, justo antes de que le tocara al propio Diosdado Cabello.

No fue una puntada sin hilo.

Sin embargo, quizás como producto del desencaje previo, Cabello no respondió: volvió a la retórica anamnésica. Durante un momento se refirió al presente, con otra exigencia inalcanzable: el llamado al deslinde de la violencia. Pero, si han seguido los datos inherentes al lugar de enunciación, se repite el caso de Jaua y de Ramírez: para hablar del deslinde de la violencia no funciona como vocero un militar que participó en un golpe de Estado.

Diosdado Cabello nunca ha sido un orador aventajado, pero colocarse después de Henry Ramos Allup acentuó mucho su hándicap. Ni siquiera le dio tiempo de asomar, ya puestos en la anamnesis, el retiro de la oposición en las elecciones legislativas de 2004. No pudo. El hecho de que le siguiera en el orden Omar Barboza podía parecer un aliviadero. Sin embargo, también fue Gramsci quien enseñó que no es apropiado diferenciar al homo sapiens del homo faber.

9. El volumen de los datos. “En Venezuela no se sabe cuánto vale un bolívar: lo que sí se sabe es que no alcanza” es un ejemplo de cómo convertir un conjunto de datos concretos en un argumento con la abstracción suficiente para vulnerar una intervención como la de Rafael Ramírez. Pertenece a los argumentos de Omar Barboza, quien dentro del line-up de la oposición parecía el menos ágil, la voz gris.

Acá aparece otra estrategia clásica de la oratoria de confrontación: si no puedes revestir de carisma un argumento, entonces di una verdad incontestable.

Lo mejor del dato oficial es que, si sirve para tus argumentos, puede decirse bajito y sin pirotecnia ni retórica. Incluso, ésa es la mejor manera de enunciarlo si lo que se quiere es que le presten atención al dato y no al vocero. Cada uno de los datos provistos por Barboza tenía una fuente oficial, un objetivo en la gestión de Ramírez y una incidencia directa en la cotidianidad de los venezolanos de todas las tendencias políticas.

En resumen: Barboza dio las cifras que no dio Ramírez, distraído por tópicos sociales ajenos a su área ejecutiva.

Y el vocero que seguía a este ataque a la principal fuente de ingresos de la Nación fue José Pinto, un líder del movimiento Tupamaro que la opinión pública vincula con las acciones violentas, en especial en los estados andinos. Y si había alguno entre todos los voceros que no podría contestarle datos concretos a la MUD, era Pinto. Su papel era otro. Empezó su intervención en dirección hacia una posible postulación de Nicolás Maduro al Nobel de la Paz. Pinto, el hombre de Tupamaro. Ramírez estaba solo.

Activista de vieja data, Pinto intentó revivir a un interlocutor ausente con una dialéctica torpe en oratoria y argumentación. Como si hablara con el criticado Rafael Caldera presidencial de los años sesenta, Pinto incluso contradijo (indirectamente) aquella petición pública de Nicolás Maduro cuando le exigió a los grupos armados no actuar en nombre de la revolución.

Se dedicó a defender uno de los puntos que más desaprobación generan en la colectividad durante esta coyuntura: los colectivos de tendencia oficialista. Pero el descuido de la sintaxis es una tragedia en estos escenarios: una frase como “No todos los colectivos son armados” dice mucho más de lo que calla. Nombraba la soga en la casa de los ahorcados… en cadena nacional y justo antes de que Julio Borges decidiera, ante el escenario servido en bandeja de plata, arrancar su intervención mencionando varios de los asesinatos de estos últimos dos meses.

10. La muerte sin abstracciones. En las redes sociales, los opositores radicales que no apoyaban la idea del debate iban citando tópicos pendientes que, como en un ejercicio de política en tiempo real, el siguiente ponente de la MUD iba tocando. La arquitectura argumentativa no sólo le estaba sirviendo a la MUD para no repetirse y comprometer mediáticamente al gobierno, sino también para ganar algunos puntos dentro de sus propias filas.

Para el momento que le tocaba intervenir a Julio Borges, el reclamo más destacado en el 2.0 nacional y radical era que hablaran de los muertos.

El diputado no sólo inició su participación mencionando los asesinatos, sino que vuelve a aprovechar una circunstancia que para muchos analistas pudo pasar por debajo de la mesa: Ramírez convirtió la idea del “modelo exitoso” en su propio INRI, peroya había hablado. La imposibilidad de contestación por parte del Vicepresidente del área económica lo convertía en el punto más vulnerable de la fracción roja. Con base en esto, Borges apeló a la Gran Misión Vivienda Venezuela (su tema fetiche) por el costado más sensible: que todavía hayan familias damnificadas y en refugios, al menos desde 2010. Incluso, le toma la palabra a Ramírez y acepta la oportunidad de visitar las obras y hacerle contraloría a una de las cajas más oscuras del presupuesto.

Pero los elementos emocionales introducidos por Borges fueron tan eficaces como los datos catapultados contra la GMVV. El más destacado fue articular la idea de que “dos mitades no hacen un país” y nombrar el más abstracto y feroz de los factores: el miedo. Y luego retomar por qué la gente está protestando en las calles, aludir al fracaso del modelo económico y recordar las devaluaciones. De un solo golpe validó la protesta, anuló la retórica del golpismo y vulneró la promesa revolucionaria de estar cerca de abandonar el rentismo petrolero.

Dos de las tres últimas intervenciones eran dos ataques directos a la gestión de Ramírez y su papel dentro del Estado. Quizás la suma de estos factores, más la llegada de la madrugada, hizo que el orden estallara. Se anunció que varios voceros del lado oficialista habían decidido no intervenir. Dos, en concreto: Cilia Flores y Yul Jabour, una de las voceras más fuertes (y la única del oficialismo que la transmisión mostró atención constante, toma de notas y trabajo de debate) y el representante del ala comunista de ese lado de la mesa. Dos voces interesantes que, al parecer, no estaban encargados de puntos relevantes. Así las cosas, si alguien debía estar preocupado a estas alturas, ése era quien decidió dejar a Rafael Ramírez en una posición tan vulnerable en el debate.

11. Un debate no es un mitin. Que la presidencia de la mesa señalara que dos voces del oficialismo habían renunciado a su derecho de palabra justo antes de la intervención de Simón Calzadilla parece revelador. Dentro de los niveles de representatividad, quizás Calzadilla era el menos destacado del ala opositora, así que esto podría leerse como una conminación a ceder su turno. No lo hizo. Incluso, de inmediato alegó que sería una torpeza perder la oportunidad de hablarle al país, pero en realidad su reacción decía algo más.

Este momento quizás parezca irrelevante en el ámbito comunicacional, pero dentro de la estructura de lo político no es poca cosa. Fue la muestra clara de que la repartición de las tareas le había generado rédito a la MUD y que el oficialismo fue al debate esperando ser atacado y no interpelado. Y las diferencias que hay en política entre atacar e interpelar no son pocas. Menos cuando hay representantes internacionales, medios de comunicación y expectativa nacional.

Por eso en este momento del debate la apelación a Nicolás Maduro o a Diosdado Cabello, que era lo esperado por muchos, se transformó en otra manera de atacar: subrayar las causas de los problemas y no los culpables. Y ahí fue cuando tener tantos cargos dentro del organigrama burocrático nacional convirtió a Rafael Ramírez en el objetivo indefendible. Las dos catapultas accionadas por Calzadilla fueron los precios del petróleo en tiempos de revolución y los millones de dólares robados por las empresas de maletín, temas tabú en los medios de comunicación oficialistas que ahora eran mencionados en cadena nacional.

La voz de relevo era Blanca Eekouth, la única de todas las intervenciones que intentó dar respuesta a algunos de los planteamientos de la oposición. Incluso, tuvo el acierto de eludir la intervención de Calzadilla y probar con la que hasta ese momento era la más tóxica para el gobierno: Ramos Allup.

Eekouth volvió a los territorios del contraste inmediato para aferrarse a nociones abstractas. Intentó recuperar para su terreno léxico la validez constitucional de “revolución”, “socialismo” y “hegemonía”, visiblemente afectada por las palabras del adeco. No lo logró por dos razones: primero, la distancia entre su participación y la de Ramos Allup lo que hizo fue devolver al top of mind de los espectadores el papel de su adversario; segundo, los quiebres emocionales afectaron el tono de su participación mitineándola, alejándola del clima conversacional y haciéndola incurrir en contradicciones como “hegemonía de la diversidad”.

Destacó, además, que la única voz femenina dijera “Si no condenamos la violencia, somos cómplices de ella” sin aludir, al menos como un gesto, a las mujeres asesinadas durante los sucesos de las últimas semanas.

Así, el intento de Blanca Eekouth por conectarse con los argumentos de Aristóbulo Istúriz (“la verdad”) y Diosdado Cabello (“deslinde de la violencia”) fue aprovechado por Juan José Molina para volver en contra del PSUV cada frase de la diputada, trayendo a colación una crítica a la injerencia cubana, breve pero directa, y subrayar el fracaso de las políticas de desarme, echando mano de dos argumentos demoledores: un documento firmado por el propio Nicolás Maduro que no cumplió las metas previstas y las fotografías de civiles armados junto a efectivos de seguridad uniformados.

12. Didalco Bolívar as himselfPara este momento las intervenciones del vicepresidente Jorge Arreaza antes de cada presentación de los miembros del debate marcaba el debate con unframing evidente y, con eso, poco convincente. Pero hagamos un salto en el orden cronológico de las participaciones para dedicar unas breves líneas a lo que en las dinámicas del debate se conoce como los elementos disruptivos.

Así como el orden de las intervenciones y la repartición de temas son importantes, también existen elementos que pueden incorporarse a las dinámicas para afectar de manera conveniente para alguna de las partes. Por eso lo importante de la intervención de Didalco Bolívar no tiene tanto que ver con lo dicho, sino con su presencia, ya que el otrora gobernador de Aragua y exiliado político que se declaró perseguido por el gobierno de Hugo Chávez tiene los elementos necesarios para afirmar que posee uno de los lugares de enunciación más frágiles del debate.

Al evaluar cada participante en el debate desde la representatividad, no queda del todo clara la naturaleza de la participación de Didalco Bolívar en el evento. Frases como “La responsabilidad pasa por la sinceridad” dichas por él, admiten pocas acotaciones desde la retórica porque están construidas desde la disrupción política. Incluso, su apelación a Juan José Molina recordó la ruptura de sus pactos, el episodio con Ismael García y la vuelta de Didalco Bolívar al país justo en momentos electorales.

Al parecer, la disrupción tenía una sola intención: recordarle al lado contrario que más de uno militó en las filas que ahora critica. Sólo eso explicaría que el PSUV prefiriera que hablara él y no, por ejemplo, Cilia Flores. Sin embargo, el censo de talanqueras tampoco beneficiaba al oficialismo. Era el cuarto argumento poderoso perdido en boca del vocero equivocado.

13. El respaldo popular + El espejismo derecha / izquierda. Volvamos al orden. La decisión de abandonar dos derechos de palabra por parte del PSUV tuvo una consecuencia más: dejar una tras otra la intervención de dos gobernadores con respaldo popular en sus regiones: Liborio Guarulla y Henri Falcón.

La carrera del gobernador Guarulla le permitió hacer dos reclamos puntuales al gobierno: la represión y la discriminación. Pero su manera de argumentarla recorrió espacios como la crítica a la centralización, la defensa de su respaldo popular y un punto sólido: recordar que ya una parte de la MUD había hecho un llamado al debate que el gobierno central engavetó hasta que, como vemos ahora, no pudo correr con el costo político de las consecuencias de negarse a dialogar. Y el hecho de recordar las ocasiones en las cuales la oposición había intentado adelantar ese evento terminó por anular los comentarios de Arreaza quien, tras cada intervención opositora, enunciaba los espacios que el gobierno mantenía activos desde el 12-F.

El meridiano de la intervención del gobernador Henri Falcón estuvo en lo que la retórica política denomina una frase poderosa: breve, memorable y capaz de afirmar una convicción propia al tiempo que vulnera una del contrario. “No toda la derecha está en la oposición y no toda la izquierda está en el gobierno”. Se lo dijo a Blanca Eekouth, a Diosdado Cabello y a Aristóbulo Istúriz.

Cuando Falcón nombraba a estos tres miembros del ala del PSUV, consigue un nivel de verosimilitud a través de la estrategia de la apelación. Esto resultó muy útil pues la intervención de Falcón se asomó como la primera de las intervenciones aglutinadoras. En sus primeros ocho minutos logró repasar todos los puntos fuertes que habían tocado los miembros de la MUD, haciendo un resumen y, al mismo tiempo, poniendo en evidencia la falta de respuestas por parte de los debatientes oficialistas.

Remató con otra bala de catapulta: sembró el concepto de “improvisación económica” y con eso le abrió un boquete comunicacional a la manida matriz de “la guerra económica”. De nuevo, el PSUV acusa las consecuencias de que Ramírez hablara tan temprano y ya no pudiera defenderse. Era el momento de cerrar.

14. Dos cierres con fisuras. Los debatientes reservados para el cierre fueron Henrique Capriles Radonski por la MUD y Jorge Rodríguez por el PSUV. Tanto el gobernador del estado Miranda como el alcalde del municipio Libertador tuvieron un papel fundamental en las elecciones municipales pasadas, donde si bien el oficialismo ganó más alcaldías que la oposición obtuvo menos que en las municipales anteriores y no obtuvo la victoria en las principales ciudades del país.

Además del tema electoral, tras repasar someramente el perfil del histórico de sus declaraciones, era previsible que Capriles utilizara como anclaje argumentativo el 14-A y Rodríguez los elementos del sarcasmo y su ya habitual uso de la reducción al absurdo. Pero ambos anclajes tienen fallas como elemento de cierre.

En el caso de Capriles, la falla radica en que lo obliga a utilizar las herramientas anamnésicas que hasta ahora había capitalizado el oficialismo. Aunque, si consideramos que cada miembro de la MUD tuvo una asignación temática específica, a Capriles le tocaba poner en cuestionamiento el único punto fuerte que había utilizado el PSUV: las mayorías. Eso hizo que fuera el primero de todos en la MUD quien tuvo que testimoniar y juzgar desde la primera persona del singular. Y, en el clima que había levantado el debate, esto hizo deslucir algunas partes de su intervención.

Que Capriles utilizara la crisis política como tópico álgido y noticioso, mencionando directamente a Cabello, Maduro y Jaua (sus más recientes contendores electorales) fue poderosa comunicacionalmente y consumió un tiempo que le permitió llegar al tema del 14-A. Fue así como el último vocero de la MUD logró poner en tensión el argumento de la supuesta mayoría rotunda que usó el gobierno como un espejismo eficaz, al menos con su militancia.

Además, Capriles conectó con la misma fuerza apelativa de Falcón a varios de los personajes de la sala. Ese tono, en este caso, no remarcó elementos comunes, como hizo Falcón, sino diferencias básicas: la experiencia, la distancia política y los vínculos con el presente.

Capriles bajó a tierra muchos tópicos y descolocó la real-politik en un momento donde se hubiera agradecido más el redondeo. Pero lo hizo dejando arriba el tema de la inseguridad y evocando el caso de Mónica Spear como el momento en el cual “la inseguridad tuvo un nombre” que obligó a que el gobierno reaccionara. Algo similar sucedió cuando reclamó no estar enterado de una reunión del Concejo Federal de Gobierno que Arreaza mencionó y, al responderle que se lo habían avisado a Carlos Ocariz, Capriles pudo hacer alusión a dos asesinatos recientes, uno de ellos muy cercano al alcalde de Sucre.

Antes de distraerse en comentarios individuales y biográficos, Capriles plantó su diferencia mayor y sembró una idea poderosa: a pesar de la rotundidad que significó decirle a Nicolás Maduro que si no fuera por el control del Ejecutivo Nacional sobre los poderes públicos “no estarías sentado ahí, en esa silla que no querías”, logró articular argumentos que lo desligaron de la retórica del golpe y del estallido social, para luego sostener que no se puede gobernar ofendiendo a medio padrón electoral e incluso invitar a Rafael Ramírez a salir a caminar sin escoltas por la ciudad (una invitación que, minutos después, Aristóbulo Istúriz le aceptaría en tono de chanza durante la intervención de Jorge Rodríguez).

Capriles, además, abordó el asunto de las municipales con un viraje: reconocer que fue un error “plesbicitar” esas elecciones y asumir la culpa. Con eso, toma la palabra de Ramírez y estructura su cierre afirmando que en efecto hay dos Venezuelas. Pero no se refiere a las mitades que citó Borges, sino a un país político, reunido ahí en el Salón Ayacucho, y un país real que está afuera del Palacio y tiene muchos problemas reales por resolver.

En el caso de Rodríguez, la falla en su anclaje fue estructural. Encargado del cierre y de la compilación, se veía obligado a compensar de alguna manera el tono aleccionador y entretenido a la vez con el cual Ramos Allup había vulnerado la estructura reiterativa del PSUV. Sin embargo, la palabra ácida, cínica y sarcástica (un terreno de la oratoria manejado a la perfección por Rodríguez) nunca es conveniente desde el lugar de enunciación oficial. Como hemos comentado en otros textos, la palabra oficial no puede darse el lujo de decir una cosa con la intención de que quienes los escuchan piensen lo contrario.

La teoría dice que recursos como la reducción al absurdo, la construcción de escenarios hipotéticos y el sarcasmo son excelentes en los puntos medios de debate. Así lo utilizó la MUD. Como tono discursivo para disminuir el peso argumentativo del otro es oro puro y, además, lo suficientemente provocador como para vulnerar las estructuras discursivas del otro y obligarlo a algunos desvíos para las aclaratorias. Pero también se corren riesgos, como cuando Rodríguez alude con ironía una supuesta tremofobia de su madre, dando a entender que ella oyó (y le creyó) a Capriles que Miraflores temblaría. Esos son los puntos blandos de la acidez: nunca se cree del todo.

Pero quizás el quiebre de Rodríguez no estuvo en el modo, sino en puntos bastante específicos que también descolocaron a algunos de su bando. Por ejemplo, el momento en el cual se refirió al diputado Velázquez con un “Me caes mal, Andrés. Malísimo”, en un intento de contextualizar los desencuentros en la mesa, o cuando asumió su rol de especialista electoral y sin darse cuenta dedicó los últimos segundos de su intervención a revivir junto a Capriles Radonski una auditoría que tanto ha intentado hacer olvidar el Ejecutivo Nacional, en sus estrategias de legitimación.

15. ¿Quién ‘ganó’ el debate del 10-A? Si bien ninguno de los dos cierres fue completamente eficaz, la intervención extra de Nicolás Maduro no fue uno mejor. En especial cuando afirmó creer que podría sacar más beneficio pulverizando a la oposición en lugar de dialogando con ella. A ambos bandos le habría convenido cerrar las intervenciones con Henri Falcón y Rafael Ramírez, pues la estructura argumentativa de cada lado se habría visto beneficiada. Y al debate le habría convenido que Nicolás Maduro cediera a los mediadores la compilación y el cierre.

También habría sido conveniente para el PSUV que desde sus propias filas no se catapultara esa piedra que fue el tuit de Diosdado Cabello durante la intervención de Henrique Capriles. Ese simple mensaje, con menos de 140 caracteres, pasa a la historia como un síntoma claro de que la arquitectura argumentativa y el desenvolvimiento del debate fue suficiente para desencajar a uno de los representantes más conspicuos del PSUV, tanto como para obligarlo a acusar de manera evidente el golpe con la catarsis del 2.0. Un misil al aire y todas las consecuencias del fuego amigo.

Para saber cuál de las partes sacó más, es necesario preguntarse qué pretendía cada una con este debate. El objetivo más atractivo para el oficialismo era dar una imagen de régimen dialogante y respetuoso. Y lo habrían logrado si sus debatientes hubiesen correspondido con la dinámica de la interpelación, dando al menos alguna respuesta a los planteamientos opositores. Pero la cerrazón mostrada por las intervenciones y la falta de material fáctico, comprobable y verificable en las intervenciones oficialistas no contribuyeron con tal fin. Por parte de la MUD, lo más valioso parecía ser la oportunidad de mostrarle al país entero (en especial a más de 60% de venezolanos que están fuera de las redes sociales) sus argumentos, su diagnóstico del país y sus críticas al gobierno. Y ese objetivo fue conquistado, además, en condiciones ideales: sin repetirse, mostrando su pluralidad y dejando al gobierno en una posición mediáticamente comprometida.

La MUD dejó el balón del lado de la cancha de Maduro. Y eso no es poca cosa.
Los debates tan largos suelen dar la ilusión de un triunfo repartido. Obligan a sopesar una intervención con otra, tabular, plantear escalas. Sobre todo si se analiza con base en esa abstracción llamada la opinión pública. Pero las principales distracciones del análisis suelen tener su causa en la luminosidad de lo comunicacional. Nuestras dinámicas políticas han sido hiperexpuestas mediáticamente durante quince años. Por eso es posible pensar que, después de que el poder haga su control de daños, estos diálogos se convertirán en eventos hechos tras las puertas de la política y, luego, comunicados a la prensa.Sin embargo, aunque la percepción no siempre es suficiente, hubo un bando que interpeló y otro que no supo responder. Y esto es revelador. Mientras tanto, en la opinión pública, la MUD parece haber convencido a una parte de los radicales de que el diálogo no obliga a un sacrificio de las convicciones. Todo lo contrario: permite mostrar una alternativa a quienes hoy deben verse representados por quienes el pasado 10 de abril no supieron dar respuestas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico