Nelson Hamana 29 de abril de 2014
Médico
Es la pregunta diaria de quienes ya
quieren quedarse en su casa viendo al gobierno caer a través de algún
instrumento de las redes sociales porque sienten que sus marchas ya fueron
suficientes y han sido poco eficientes porque no ven menguar la represión o la
fuerza del poder.
Como pregunta es realmente ofensiva y
desconsiderada, porque está exigiendo carne de cañón para que podamos regresar
a la vida ciertamente irresponsable de la que hicimos gala por muchos años.
La repuesta a esta pregunta es simple,
yo creo que nunca, porque para ellos la protesta se siente de otra manera. No
es del estilo de los pobres hacer marchas, pancartas o guarimbas.
No me atrevo a decir que el estilo es el del saqueo, porque nunca se investigó,
o al menos no lo dijeron, si el 23 de enero y el caracazo fueron acciones
organizadas o espontáneas.
La
pregunta correcta sería: ¿Cuándo vamos a subir nosotros?
No se trata de una solicitud
filantrópica o generosa ni tampoco hablo en
lenguaje metafórico, porque es indispensable que cambiemos nuestro
discernimiento acerca de la pobreza, se trata, cuando menos en América Latina,
de una situación de opresión, de una situación de marginamiento social, de un
escándalo en el seno de lo que Juan Pablo llamó el continente de la esperanza.
No se trata de flojos y delincuentes,
no se trata de la buhonería como vocación, no se trata de la mala mezcla de sangres
innobles, se ha tratado de una diferencia de derechos y oportunidades, no en
vano se dice que en nuestro continente latinoamericano, mantenemos el hiato más
pronunciado entre las castas económicas, se trata de víctimas, y lo digo a
riesgo de ser acusado por facilitar el
ingreso del socialismo marxista en el continente.
Soy testigo de las décadas del 60 y el
70, entonces y a pesar de que las escuelas de los pobres carecían de servicios
sanitarios adecuados, de canchas deportivas, de espacios de convivencia y de
que los maestros en las áreas de pobreza sufrían porque eran más víctimas de un confinamiento que de
una vocación, la instrucción fue una esperanza y un vehículo de paz. A pesar de que las Universidades seguían
elitistas, la ampliación del margen de opciones permitió que los pobres
estudiaran para el futuro de sus hijos, que si llegarían a ser doctores, y hasta los empresarios que venían de ser
beneficiados por las concesiones de la dictadura sentían que sus empresas
crecían en medio de la justicia social, íbamos progresando desde el feudalismo
hacia un capitalismo.
Pero el camino comenzó a transitarse
al revés, la sociedad pactada que nació bajo el llamado “espíritu del 23 de
enero” se fue disolviendo en el acumulo de ventajas indebidas. El mal
gobernar fue más una consecuencia que
una causa de la disolución social, hasta llegar a la reducción al absurdo en la
que vivimos. El rencor y el odio como sistema político tuvo un terreno abonado,
no fue difícil arrasar una democracia que toleraba diferencias, pero permitía
injusticias. Murió por sus propias debilidades y no por la fuerza de quienes la
destrozaron y ahora se reparten los despojos del país.
Los pobres sufren más que nosotros por
las carencias, por las vidas a riesgo de cada día, pero en medio de la
desgracia generan sus mecanismos de solidaridad, las colas son para ellos un
instrumento de organización solidaria, aunque les cause molestias, son capaces
de compartir los cupos, de avisar de las dotaciones, de ayudarse a sortear las
restricciones y aunque resulten odiosas e instrumentadas, las estructuras
vecinales son formas de organización social, ahora y en el pasado manipuladas,
pero capaces de crecer y ser civilizadoras, aunque también hay entre ellas
quienes comercian con la miseria.
Podemos hacernos solidarios, pero no
solo ellos con nosotros, sino en el
sentido genuino de la solidaridad como un actuar bilateral. Hay que entender
que el motor de los pobres no es el concepto de libertad o las oportunidades de
futuro, no la han sentido ni antes ni
ahora, para ellos el progreso se centra en la satisfacción de la necesidad
perentoria y por eso son tan susceptibles al populismo, ellos viven en la
esperanza y nosotros en la desesperación.
Hay que saber y sentir que el
profesional y el empresario deberían ser más capaces de sortear los riesgos y
tenemos la obligación de ser creativos y sin embargo, son los pobres los que
tienen ingenio para sobrevivir en medio de la adversidad. La economía informal
es un derroche de emprendimiento, lamentablemente explotado por los que les
entregan la pacotilla para su comercialización.
Los pobres si son capaces de ser
solidarios, pero en los eventos de la vida cotidiana, cuando tenemos alguna necesidad
importante, entonces son más generosos que nosotros, se despojan de lo que
tienen para asistirnos, se quedan a nuestro lado, son capaces hasta de
sobreabundar en ternura y preocupación y les basta tan solo con nuestra
gratitud.
Ellos son más víctimas que nosotros de
la delincuencia, de la violencia, de las drogas. Son ellos los que ven perderse
a sus hijos en las cárceles, son ellos los que siempre ponen los muertos. Ellos
luchan con sus sufrimientos, no con protestas y consignas. No les pidamos que
sean además carne de cañón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico