PAULINA GAMUS 27 ABR 2014
Para el chavismo
cualquier fotografía o vídeo que muestre una realidad distinta a sus
conveniencias carece de valor. Mejor aún, no existe
No es que todo tiempo pasado fuese
mejor pero hay muchas cosas que alimentan la nostalgia por la certeza de que se
han ido para siempre. Una de ellas, los carnavales en la Caracas de los
cincuenta y sesenta del pasado siglo. La ciudad recibía a las más famosas
orquestas desde la Sonora Matancera con la inmortal Celia Cruz como cantante
estrella, hasta la de Xavier Cugat, el catalán que conquistó Hollywood. Hago un
alto aquí para que los menores de 50 años acudan a Google y sepan de quién
hablo. Tuve la suerte de bailar al ritmo de esa orquesta en el Hotel Tamanaco y
de ver muy cercanos, en la pista de baile, a John Wayne con su esposa. Esa era
la Caracas de los prodigios a la que venían artistas y otros personajes
famosos, sin miedo a ser asaltados o a destinos peores. Allí, en el Tamanaco,
se concentraba la gente decente para llamar de algún modo a los señores que
iban con sus esposas y los disfraces imaginativos, de lujo y por consiguiente
costosos. La Sonora Matancera actuaba en el Club Casablanca (donde está hoy la
Hermandad Gallega) considerado un antro de perdición. En este lugar los
asistentes eran hombres solteros o casados pero decididos a echar una o varias
canas al aire y mujeres disfrazadas de negritas, lo que las hacía
irreconocibles. Por consiguiente podían ser de cualquier estado civil, porque
no se crea que ese destape o derrape carnavalesco era exclusivamente masculino.
Un médico amigo de la familia utilizó
el pretexto de una guardia nocturna en un lunes de carnaval, para irse de rumba
al Casablanca. Llegó a su casa al amanecer del martes, bastante ebrio y se echó
a dormir. La esposa registró sus bolsillos y encontró una foto en la que la
“guardia” del marido era un disfraz de negrita con la que aparecía de lo más
amartelado. Se produjo el escándalo de rigor y el médico no encontró otro
argumento más convincente que decirle a la enfurecida cónyuge: ¿le vas a creer
a una foto más que a mi?.
Esta introducción viene al caso porque
la autodefensa del amigo médico, una especie de reducción al absurdo, ha sido
práctica cotidiana del denominado socialismo del siglo XXI, revolución
bolivariana o simplemente chavismo. Para el régimen instaurado en Venezuela
hace cinco pesados y tormentosos lustros, cualquier fotografía o video que
muestre una realidad distinta a sus conveniencias carece de valor. Mejor aún,
no existe. El más patente y patético ejemplo fue el asesinato a mansalva de
diecinueve pacíficos manifestantes que marchaban con destino al Palacio de
Miraflores, sede de la presidencia de la República, el 11 de abril de 2002.
Numerosas fotografías y videos mostraron a los pistoleros que disparaban desde
el Puente Llaguno, en el centro de la capital, contra la multitud. Todos fueron
identificados como militantes del partido de gobierno, uno de ellos era un
delincuente que pagó varios años de cárcel por el asesinato de una anciana para
robar en su vivienda. A pesar de ese prontuario fue postulado por el partido de
gobierno para concejal de Caracas y ejercía ese cargo cuando atacó a tiros a la
manifestación opositora.
Richard Peñalver, que así se llama el
sujeto, y los otros pistoleros fueron liberados al tiempo que el gobierno
decidía la imputación y condena a 30 años de prisión, la pena máxima en
Venezuela, de los comisarios Iván Simonovis, Henry Vivas, Lázaro Forero y de
los policías Erasmo Bolívar, Julio Ramón Rodríguez y Luis Enrique Molina. Los
agentes policiales Arube Salazar y Marcos Hurtado recibieron condenas de 17 y
16 años de prisión. No hubo una sola fotografía, un video o la más remota
evidencia que mostrara a estos funcionarios policiales de la Alcaldía
Metropolitana de Caracas, cuyo titular era opositor al gobierno de Chávez,
disparando contra los manifestantes. Sobraron los testimonios de personas que
dijeron haber sido auxiliadas y protegidas por los imputados. Pero la verdad
oficial era otra y los condenados siguen en prisión con especial ensañamiento
contra el Comisario Iván Simonovis. Las infinitas acciones emprendidas para
lograr su liberación por razones humanitarias, en vista de su precaria salud,
han sido inútiles.
El argumento de “le vas a creer a una
foto más que a mí” no se ha limitado al caso de los asesinatos del 11-A-2002,
su empleo más cínico ocurre en el ámbito de la catástrofe económica del país.
Desde el comienzo de su gobierno, Hugo Chávez se dedicó sistemáticamente a
destruir la industria nacional para sustituirla por la llamada economía de
puertos. Expropió centenares de fábricas de todo tipo, entre ellas las
productoras de alimentos, y fincas ganaderas que abastecían de carne y leche a
todo el país. Las nacionalizó y al cabo de poco tiempo la productividad de las
mismas se redujo a cero. Eso que está a la vista de los treinta millones de
venezolanos y del mundo entero, ha sido según la versión del gobierno, el
resultado de una guerra económica desatada contra su gestión por el Imperio
yanqui y por la burguesía apátrida. La respuesta insólita del médico pescado en
su mentira por la iracunda esposa, se torna pálida ante lo dicho en cadena
nacional a todo el país y buena parte de televidentes de otras naciones, por el
zar imperial de la petrolera venezolana PDVSA y dueño absoluto de la economía
nacional, Rafael Ramírez, al inicio del llamado diálogo entre el gobierno y la
dirigencia opositora, el pasado jueves 10 de abril. Para el susodicho, el
modelo económico socialista ha sido profundamente exitoso. No son sólo fotos y
videos innumerables, sino la mirada diaria de millones de habitantes del país,
lo que da cuenta de la escasez de alimentos imprescindibles en la dieta de los
venezolanos y de las kilométricas filas para adquirirlos cuando aparecen. Las
autoridades del área alimentaria han debido acudir a la tarjeta de
racionamiento para paliar, sin éxito, la angustiante situación. La inflación
del 60% es una de las más elevadas del mundo y el país que obtuvo en los
últimos quince años, los mayores ingresos en toda su historia de exportador
petrolero, hoy le debe una vela a cada santo y es incapaz de honrar sus
compromisos porque la corrupción y el pésimo manejo de la economía, vaciaron
las arcas de la nación. En ese mismo encuentro, el psiquiatra Jorge Rodríguez,
alcalde de Caracas, acusó a la oposición de ser generadora de la violencia que
ha ensangrentado las calles de distintas ciudades venezolanas. Por el mundo han
circulado innumerables testimonios gráficos y audiovisuales de asesinatos a
sangre fría, ya son más de cuarenta, y de la brutal represión que la Guardia
Nacional Bolivariana, la policía también bolivariana (para un doble insulto a
la memoria de El Libertador) y los delincuentes adscritos a la nómina oficial,
han desatado contra las manifestaciones de estudiantes y vecinos. De nuevo la
foto es la que miente.
¿Logró convencer a su esposa el médico
de la cana al aire aquel lunes de carnaval, de que su palabra era más verdad
que la foto en la que aparecía abrazado al disfraz de negrita? Seguramente no,
como ya jamás podrá hacer creer Nicolás Maduro a nadie sobre esta tierra, que
su gobierno es democrático y respetuoso de la Constitución, las leyes y los
derechos humanos. Esa es la foto que rueda por el mundo y la que todos, salvo
los beneficiarios del poder y los envenenados por la propaganda oficialista,
saben que es la cruda y dolorosa verdad.
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