Por Lissette González, 13/04/2014
Han pasado dos meses desde el 12 de febrero, cuando la cotidianidad de buena parte del país se convirtió en otra cosa. A nuestros problemas, se ha sumado ahora la violencia política; la represión desproporcionada e indiscriminada, el enfrentamiento entre partidarios de las distintas opciones políticas, urbanizaciones incomunicadas, desconfianza e intolerancia, incluso entre quienes defienden una misma posición.
Mientras este panorama de crispación es permanente en las zonas en donde protestas y represión son el pan de cada día, en las barriadas populares la vida transcurre con pocos cambios: las protestas son, en el mejor de los casos, un rumor lejano, ajeno. Hay otras preocupaciones más apremiantes como lograr que la platica rinda o dónde conseguir leche, harina o aceite.
Cuando se habla de polarización se piensa en primer lugar en la división entre partidarios del chavismo y de la oposición. Pero la brecha entre los ciudadanos no es solo un tema de preferencia política: la forma de entender los problemas que enfrentamos todos, a quién atribuimos la responsabilidad y, sobre todo, cómo pensamos que pueden resolverse. Las encuestas más recientes muestran que ha crecido la atribución de responsabilidad al gobierno y, especialmente, al presidente Nicolás Maduro sobre los problemas económicos que atravesamos, pero ello no se traduce en apoyo automático a la oposición.
Precisamente debido a esto, en estas semanas no todo han sido concentraciones, marchas y guarimbas. Los estudiantes se han abocado también a informar sobre las dificultades que atravesamos mediante volanteos y pancartazos. Pero transmitir el mensaje no es sencillo. Cuando tuve la oportunidad de presenciar la reacción frente a los volantes en la línea 2 del Metro de Caracas, encontré con sorpresa la renuencia de muchos pasajeros a recibirlos, o quienes los recibían diciendo al de al lado “estos son los violentos”. Pero estas mismas personas seguían en el trayecto quejándose por la escasez y la inflación, criticando con dureza los resultados de la gestión del gobierno. Hay tanto en común, pero parece tanta la distancia.
Luego del terrible saldo de muertos, heridos y detenidos que arrojan las últimas semanas, con la segunda visita de los cancilleres de UNASUR se ha abierto la posibilidad de un diálogo. Iniciativa que es vista con recelo por los radicales de ambos bandos que creen posible un desenlace en que el adversario es derrotado y desaparece del juego. Pero a la luz de los acontecimientos recientes, tal escenario luce improbable: ni el gobierno ha tenido capacidad para doblegar a la población que le adversa, ni la oposición, aun en el caso de ser gobierno, podría ignorar a la base del chavismo. Estamos condenados a convivir y, por tanto, a construir lo público a través del diálogo entre personas diversas en sus intereses, historias y posiciones. Es decir, nuestra única salida pasa por el mundo que podemos construir para todos a partir de la palabra: la política.
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