Fernando Mires 14 de abril de 2014
Desde que el Cardenal Richelieu,
encargado de los Asuntos de Estado de Luis Xlll -conocido por su indumentaria
como la “eminencia roja”- en un rapto de buen humor denominara a su consejero
personal, el buen “Padre José”, como “eminencia gris”, el término ha hecho una
notable carrera en las ciencias políticas.
Eminencias grises son denominados
todos aquellos políticos que manejan desde las sombras los hilos ocultos del
poder.
Hecho sorprendente es que aún desde la
segunda mitad del siglo XX, incluso en el XXl, cuando las tendencias generales
apuntaban hacia la democracia, eminencias grises continúan guarecidas al
interior de diferentes estados latinoamericanos. Signo evidente de la
precariedad política que caracteriza a la región.
La eminencia gris que más tiempo se ha
sostenido es Raúl Castro. Ya en la lucha guerrillera Raúl se atrincheró en los
aparatos secretos del poder. Antes de que Fidel declarara su adhesión al
comunismo, Raúl mantenía contactos con el agente de la KGB Niklai Leonov. Después,
bajo su dirección, tuvieron lugar las purgas que permitirían a Fidel el acceso
al poder. Fue, además, principal ejecutor en la destrucción de los sindicatos
obreros.
Aunque ocupó diversos ministerios,
entre otros los del Interior, Defensa, Cultura y Salud, Raúl controló siempre
el aparato represivo. Prácticamente no hubo asesinato, prisión, destierro,
torturas, y otras atrocidades, que hubieran sido realizadas sin su
conocimiento. En cierto modo llegó a ser la versión cubana de Beria, el
siniestro comisario encargado de los aparatos de represión de Stalin: Un
“mini-Beria”, eso sí.
Después del declive biológico de
Fidel, Raúl, en tanto propietario del poder fáctico ocuparía el poder formal.
Pero como Jefe de Estado ha gobernado bajo el aúrea de Fidel, es decir, si
Fidel muere, Raúl seguirá siendo su eminencia gris. Es su destino.
Escondido también bajo el fulgor
populista de un líder moribundo, un sombrío Ministro de Bienestar Social
argentino, José López Rega, llegó a dominar por un corto tiempo los destinos de
su país (1973-1975).
La influencia del “Rasputín porteño”
sobre el enfermo presidente llegó a ser enorme. Más grande fue la que ejerció
sobre la viuda María Estela Martinez (Isabel). No solo compartieron ambos
intensas aficiones espiritistas. López Rega se constituyó, además, en el
mandatario de facto de la nación. Él, por ejemplo, fue quien fundó la triple A,
organización paramilitar destinada a aniquilar al ala izquierda del peronismo.
En más de algún sentido la dictadura militar comenzó desde los más oscuros
rincones del peronismo, allí donde reinaba sin contrapeso López Rega, conocido
como el “Brujo”.
Muy parecido al lugar que ocupó López
Rega durante Isabel Perón fue el que correspondió a Vladimiro Montesinos en la
era de Alberto Fujimori en Perú.
Al igual que Raúl Castro y López Rega,
Montesinos estuvo encargado de los Servicios de Inteligencia. Así como López
Rega, quien fundó la triple A, Montesinos manejaba el siniestro Grupo Colina
desde donde desató un terrorismo para-militar de Estado. Así como López Rega
fue amigo íntimo de Isabel, Montesinos fue hombre de confianza de Fujimori. Y
no por último, así como López Rega fue un corrupto, Montesinos amasó desde el
gobierno una considerable fortuna. En ese último punto superó a López Rega.
Quien parece seguir hoy la ruta
trazada por Raúl, López Rega y Montesinos, es el capitán venezolano Diosdado
Cabello quien es "por ahora" la eminencia gris del gobierno de
Maduro.
La inescrupulosidad de Cabello en el
manejo de los poderes fácticos no tiene nada que envidiar a la de sus
precursores de Argentina y Perú. Además, ha convertido a la Asamblea Nacional
en un "campo de concentración" (Borges) donde en lugar de
deliberaciones tienen lugar agresiones verbales y físicas en contra de la oposición.
Y si la mitad de las acusaciones en contra suya (incluyendo las del chavista
Mario Silva y las del mismo Chávez en cadena nacional) fueran ciertas, Cabello
sería la síntesis perfecta de Raúl Castro, López Rega y Montesinos.
Si alguna vez Cabello llega a ejercer
directamente el gobierno, no será por vías democráticas. Pues en un solo punto
están de acuerdo todas las encuestas: Cabello es el personaje más detestado del
país. Sin embargo, lo que él no posee en poder formal lo compensa con su
audacia. Tanto la prisión ilegal de Leopoldo López, como la destitución ilegal
de María Corina Machado, llevan los signos de Cabello. El para-militarismo que
asola al país, también.
Pero no todas las eminencias grises
ensucian sus manos con prácticas represivas ni se enriquecen a costa del
erario. En Bolivia existe una versión más elegante: Alvaro García Linera, el
Vicepresidente, no controla los aparatos de represión sino los ideológicos. Esa
es la razón por la cual sus escritos adquieren el carácter de doctrina oficial
de estado. Así, Morales, a diferencia de Chávez -quien no tenía a ningún
segundo, solo a segundones- ha consagrado a García Linera como su eminencia
gris intelectual.
Ex ideólogo de las guerrillas
cataristas, García Linera parece haber realizado la utopía platónica relativa
al ejercicio directo del poder por parte de los intelectuales. Pero en verdad
ha sucedido lo contrario; su innegable intelecto ha sido sometido por el poder.
Porque García Linera construye sus ideologías de acuerdo a lo que ya ha
decidido el gobierno. Por ejemplo, si Morales necesita el apoyo electoral de
los campesinos indígenas, él escribirá sobre el Estado-plurinacional. Si el MAS
gana elecciones, escribirá sobre la toma del poder por el bloque
indígena-plebeyo. Si hay que dar al
gobierno un barniz marxista, rebuscará en los textos de Marx frases sueltas
para construir un “marxismo-etnológico”. Si el régimen busca la elección
indefinida, él escribirá sobre el “Estado integral-gramsciano”; y así
sucesivamente.
Llegará el día en que las llamadas
eminencias grises, en todas sus formas, represivas o ideológicas, desaparecerán
de los escenarios políticos. Ese día la política será cosa pública. Pero de ese
día todavía estamos lejos.
Por ahora solo hemos de conformarnos
con que las eminencias grises sean algo más eminentes y menos grises de lo que
en realidad son.
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