Rosalía Moros de
Borregales 31 de enero de 2015
@RosaliaMorosB
En nuestro mundo actual la voluntad de una gran mayoría de las personas tiende a ser tan flexible como una plastilina en las manos de un pequeño y curioso niño que la moldea a su antojo.
Ciertamente, entre el negro y el blanco existe una gama de grises, y por esa razón, la flexibilidad, la reflexión y el tiempo son buenos consejeros a la hora de tomar decisiones. Solo que en nuestro mundo actual la superficialidad nos ha transformado en personas cuyos pensamientos generalmente no son definidos, las ideas no siempre están inspiradas en los mejores sentimientos y valores; por ende, nuestra voluntad es como la ola del mar, llevada de un lado a otro por el viento de cualquier doctrina que se nos presente en el camino. ¡Nos hemos convertido en una sociedad de hombres de doble ánimo!
Un día tenemos un pensamiento claro de lo que queremos y nos decidimos por algo o alguien, para pronto sentirnos decepcionados. Vamos por el mundo como si fuéramos dioses a los que todos deben rendir pleitesía, como si nos condujéramos con tal excelencia, incapaces de herir a alguien. Pero muy profundo, en un recóndito de nuestra consciencia sabemos que las motivaciones de nuestro corazón son en un porcentaje asombroso basadas en una perspectiva egoísta del mundo, de nuestro mundo. Sí, porque eso es lo que fomenta nuestra débil sociedad, un mundo propio, mi mundo para mi solito (a), en donde todo funciona para mi bienestar, en donde todo gira a mi alrededor y se rinde ante mis pies.
Pero en nuestro mundo actual no se trata solo de la egolatría, sino lo que es aun más grave y negativo para nuestra sociedad, la carencia de valores y la practica constante de sus contrapartes, los antivalores. Les decimos a nuestros hijos que no deben mentir, solo un cliché. Luego mientras vamos en el camino nos escuchan inventar un cuento para justificarnos deliberadamente por una actitud errada. Después de todo, somos adultos y ya nadie nos debería corregir; hacemos y decimos lo que queremos. Les damos jarabe de lengua, les insistimos en que debemos conducirnos con integridad, les decimos "pórtate bien", y tristemente nuestro comportamiento está basado en conveniencias. Casi todas nuestras decisiones toman el camino del atajo, y están motivadas en el mí y en el yo.
Para colmo, podemos añadir a este análisis otro factor que nos está aniquilando como individuos y consecuentemente como sociedad: vivimos en el mundo de la inmediatez. Pero la vida no puede ser como una noticia que se origina del otro lado del planeta y en tan solo instantes es de nuestro conocimiento. No puedes ser un hombre a los 12 años por más que quieras; no puedes convertirte en un profesional si no recorres cada paso del proceso, no puedes tener una casa sin antes poner ladrillo sobre ladrillo; por más que anheles un hijo debes esperar paciente o impacientemente el proceso natural de la procreación, la gestación, y aun después, del alumbramiento. ¡Todo en la vida es un proceso! Y nuestras decisiones dependen de cómo hayamos caminado en el proceso de nuestras vidas.
Creo que nos ha llegado la hora de tomar decisiones. La hora de hacer una introspección y preguntarnos, no qué esperamos nosotros de nuestro país sino qué le hemos dado. Nos ha llegado la hora de dejar el egoísmo de un lado, la hora de decidir por nuestros hijos y nuestros nietos, por el futuro de nuevas generaciones. Nos ha llegado la hora de la integridad; la hora en la que nuestro sí debe ser SÍ y nuestro no debe ser NO. Nos ha llegado la hora en la que la indiferencia podría pasarnos una factura muy elevada; en la que el continuar persiguiendo nuestros propios y mezquinos intereses podría convertirse en un búmeran. Nos ha llegado la hora de los valores que no se negocian y de la decisión que determina un nuevo camino.
¡ Nos ha llegado la hora de los hombres, y los niños deberían irse a la cama!
Rosalía Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
http://familiaconformealcorazondedios.blogspot.com
@RosaliaMorosB
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