Fernando Mires 02
de febrero de 2015
No hay qué
extrañarse de que un partido nuevo como Syriza haya ganado las elecciones en
Grecia. Al fin y al cabo todos los partidos han sido nuevos alguna vez. Muchos
han surgido de movimientos sociales que arrastran rebeldías y hasta agresividad
en contra de la política de la cual ellos mismos forman parte.
Recuerdo por
ejemplo cuando hicieron su entrada los Verdes alemanes en el Parlamento: Pelos
largos, dos meses sin ducharse, y Joschka Fischer luciendo sus recién compradas
zapatillas marca “Puma”. Dos meses atrás el ex Ministro del Exterior había
participado en batallas callejeras en contra de las fuerzas del orden. Al lado
de esos jóvenes de ayer, los de Podemos y Syriza parecen tímidos y acomplejados
pequeños burgueses. Y bien, hoy el Partido Verde puede ser caracterizado como
un partido conservador.
El problema no
reside entonces en la entrada tumultuosa de los llamados nuevos populismos.
Anormal es que eso no hubiera ocurrido antes, sobre todo si se tiene en cuenta
que los partidos tradicionales europeos padecen de una profunda crisis de
representación.
El esquemático
bi-partidismo que rige gran parte de Europa (centro derecha-centro izquierda)
corresponde al orden político de la llamada “sociedad industrial”. Pero ahora
estamos situados en la “sociedad post-industrial”. En ese sentido no debe
sorprender el hecho de que algunos nuevos partidos crezcan sobre la ruina de
los partidos socialistas. En cierto modo, si no sus hijos, son sus sucesores.
Tarde o temprano terminaremos por acostumbraremos a ellos. Es la ley de la
vida.
Múltiples
sectores sociales aparecidos durante el curso del periodo post-industrial
carecen de representación. Podemos o Syriza al integrar al juego político a los
no representados podrían llegar incluso a ser – como sucedió con las
socialdemocracias - factores de orden en sus respectivas naciones.
Tampoco debe
extrañarnos que la cadena comience a romperse en sus eslabones más débiles. Por
lo menos desde el punto de vista económico, Grecia lo es. Bajo esas condiciones
se entiende por qué Alexis Tsipras logró crear Syriza, una coordinadora de
múltiples organizaciones de izquierda donde tienen cabida desde anarquistas
hasta estalinistas.
Syriza sigue un
libreto que más o menos dice así: Grecia es una nación expoliada por el capital
internacional representado por la “Troika” (Comisión Europea (CE), Banco
Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional. La política de
austeridad traducida en una deuda de € 320 billones es el mecanismo mediante el
cual Grecia ha sido condenada a vivir en la miseria. Alemania y su líder Angela
Merkel son ejecutores del imperialismo euro-occidental. Syriza, por el
contrario, es una fuerza de liberación nacional surgida en contra de la
hegemonía ejercida por Alemania sobre Europa.
No estoy
inventando nada: todo eso y mucho más puede ser encontrado en el libro de un
buen amigo de Moscú, el profesor Nikos Kotsias, acual ministro de Exteriores de
Grecia. El libro, aún no traducido al español, lleva como título “Grecia,
colonia de las deudas”. El subtítulo es todavía más explícito: “El
imperialismo europeo bajo presidencia alemana”
El de Kotsias (o
el de Tsipras) es un relato maniqueo cuyo objetivo es poner a Grecia en el
papel de víctima pasiva frente a malvados actores internacionales al servicio
del imperialismo financiero alemán. En la izquierda alemana ha sido muy leído y
comentado. Podría haberse llamado también “Las venas abiertas de Grecia” aunque
en vedad es más tedioso que el libro de Galeano, al fin y al cabo escrito con
buena pluma.
Al igual que sus
socios españoles de Podemos, Syriza no propone un futuro socialista, solo un
capitalismo nacional basado en la expansión ilimitada del gasto público.
Miradas así las cosas, tampoco extraña que la tesis del capitalismo nacional de
Syriza haya armonizado con el nacionalismo xenófobo del partido de los “griegos
independientes”.
Los
“independientes” son nacionalistas desde el punto de vista étnico. Los de
Syriza lo son desde el punto de vista económico. Los une (también con Podemos y
el Frente Nacional de los Le Pen) un antiguo “anti-europeísmo de los europeos”.
Por eso, ambos, así como el resto de los populismos de ultraderecha y de ultra
izquierda (términos cada vez más inoperantes) no disimulan simpatías frente a
la política antieuropea de Vladimir Putin. Y bien, en ese punto, y no en la
condonación de la deuda externa o en el abandono de la política de austeridad,
reside el problema con Syriza.
Syriza levanta
una política anti europea en momentos en los cuales Europa se encuentra en medio
de una guerra caliente en contra de ejércitos islamistas y de una guerra
fría (hay que hablar claro) en contra de Rusia. Luego, el peligro no reside
tanto en los nuevos populismos sino en el momento en el cual han surgido. Eso
significa: cuando Europa requiere más que nunca de la unidad política, han
aparecido actitudes divisionistas frente a un enemigo que por el momento es más
político que militar, pero que, en plazos cortos, podría llegar a ser más
militar que político. Por supuesto, me refiero a Putin.
De hecho, el eje
Hollande-Merkel había encontrado un punto intermedio para unir a Europa en
contra de un potencial enemigo común: Una complicada obra de arte. Pero solo
dos días después de haber sido elegido, el gobierno Tsipras amenazó romper el
consenso europeo y pronunciarse en contra de las sanciones a Rusia, nada menos
que en los mismos días cuando los mal llamados separatistas sitian en el Este
de Ucrania la ciudad de Mariúpol sumando altos costos en vidas humanas. Según
el presidente ucraniano Petró Poroshenko, se trata de una guerra de ocupación
(rusa) disfrazada de guerra civil.
El peligro es
grande. La posición pro-rusa de Syriza llevará a un endurecimiento anti-ruso de
Polonia y de los Países Bálticos cuyos gobernantes saben que lo que ocurre en
Ucrania podrá ocurrir después en sus naciones. Eso, a su vez, llevaría a Putin
a situarse en una posición óptima: la de enfrentar a una Europa no solo
dividida sino, además, polarizada. Ha llegado entonces la hora de tomar
decisiones. O Syriza asume un rumbo europeo o cae en el pantano de la
colaboración.
Los
gobiernos europeos deberán dejar claro que más allá de negociables temas
económicos, hay temas internacionales imposibles de ser transados. Los límites
políticos de Syriza –ese es el punto que deberá entender Tsipras- terminan en
Kiev. Así al menos lo habría dicho Winston Churchill.
Post Scriptum:
Cuando terminaba de escribir este artículo llegó la noticia de que después de
una “amable” conversación entre Alexis Tsipras y el Presidente del Parlamento
europeo, Martín Schulz, el primero aceptó sumarse a las sanciones en contra de
Moscú. Acerca del precio no se habla. En cualquier caso el peligro de la
división de Europa frente a la Rusia de Putin continúa latente.
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