Por Alexis Alzuru
Abril inicia con un promedio
de 20 protestas diarias y la amenaza de apagones generalizados. Es inadmisible
que las respuestas al racionamiento sean mayor regulación, oscuridad y sequía.
Sin embargo, Maduro ha mostrado lo que es. También están claras sus
limitaciones cognitivas y los compromisos que tiene con quienes han desvalijado
el país. De él no debe esperarse nada distinto a lo que ha declarado y decidido
durante los años que tiene en Miraflores. Aquellos que dicen pensar diferente
al presidente son quienes están obligados a revertir la crisis de la república.
De hecho, hoy el liderazgo alternativo está condenado a elegir: o ensayan
nuevas fórmulas para detener la ruina de todos o se dejan entrapar por la pugna
entre poderes, la queja y la denuncia; la desesperación y las revueltas sin
destino.
Por cierto, es muy probable
que las manifestaciones focalizadas, los saqueos y linchamientos terminen
llevando agua al molino del gobierno, no al proyecto de cambio. La protesta
atomizada es una válvula que descomprime el malestar social; pero no es la
antesala de un movimiento que persigue fines específicos. La anarquía es una
corriente ciega; no es una acción política. La recuperación de la convivencia
democrática no puede quedar librada al azar que impone el descontento popular
por legítimo que sea.
En cualquier país la
construcción del buen vivir y la libertad es una conquista; un proyecto que se
planifica, acuerda y ejecuta racionalmente. En Venezuela no tendría por qué ser
distinto; sobre todo, porque el contexto exige trabajar en varios frentes
simultáneamente. La crisis obliga a legislar, promover soluciones a los
problemas que ahogan a los ciudadanos al tiempo que reclama negociar con algunos
sectores del chavismo; pues Maduro no entregará el poder para ir a la cárcel de
manera voluntaria ni sus cómplices se lo permitirían.
Además, la élite oficialista
sabe que aún tiene recursos para dar la pelea por un buen tiempo. Las
decisiones del TSJ y el silencio del CNE dejan ver que entre los mandamases
rojos hay quienes apuestan al largo plazo. Tal vez, piensan que las soluciones
que la gente espera las terminará decidiendo el que esté mejor preparado para
continuar en pie después de una guerra prolongada. Este juego seguirá trancado
mientras que la cúpula del gobierno calcule que una transición le produciría
costos muy superiores a los beneficios que obtiene del conflicto. ¿Por qué el
pueblo debe seguir pagando las consecuencias de una refriega en la cual sus
protagonistas ni siquiera intentan negociar?
Abril anuncia tempestades;
este mes la mesa estará servida para hacer estallar las tensiones o para
negociar. A la oposición le corresponde dar el primer paso. Quizá tenga que
aprovechar el huracán que toca a la puerta para modificar el enfoque de su
estrategia. En lugar del choque de trenes tal vez deba definir un sistema de
incentivos que se pueda pactar con el chavismo. Hay que perfilar un paquete de
beneficios que algunos jefes oficialistas no puedan rechazar. El énfasis del
mensaje debería estar en el rédito que tendrá que Maduro salga a través de un
acuerdo; lo cual no obsta para que se les recuerde que en caso de no hacerlo en
algún momento deberán cancelar un altísimo precio.
Transar no es mantener un
diálogo de sordos con el gobierno; en realidad, es pactar condiciones y
beneficios con algunos directivos del PSUV. Por ejemplo, se requiere abrir
espacios para consensuar el exilio de Maduro y su entorno. El acuerdo es la vía
para terminar con los ultrajes de quienes controlan la jefatura del Estado;
mientras que mantener indefinidamente un duelo jurídico y de titulares con el
enemigo es seguir expectante ante la impunidad y desgracia de la nación. Por
supuesto, cualquier contrato exige precisar los mecanismos que garantizarán el
cumplimiento de lo pactado. En el caso de Venezuela, un acuerdo entre la
oposición y el chavismo no podría descartar la selección del líder de un
eventual gobierno de reconciliación nacional.
02-04-16
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