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viernes, 22 de abril de 2016

Linchamientos: El hombre nuevo socialista, por @trinomarquezc



Trino Márquez 21 de abril de 2016
@trinomarquezc

A estas alturas de la historia humana no es posible invocar una cándida ignorancia o  ingenuidad para desconocer que el socialismo genera miseria en una escala continua y creciente. Desde octubre de  1917 cuando los bolcheviques toman por asalto en Palacio de Invierno en San Petersburgo hasta el día de hoy, ninguna experiencia revolucionaria que invoque los principios sustentados por el marxismo leninismo para conducir el Estado y la sociedad ha producido algo distinto a la acromegalia del sector público, la ruina de los ciudadanos y la extinción de la libertad en todos los campos. El estatismo y la extinción de la propiedad privada de los medios de producción, desde la Rusia Soviética hasta Cuba, siempre han ido acompañados de la aparición de una burocracia tan soberbia como ignorante, que a través de la represión, el control de los medios de comunicación y el chantaje, trata de eternizarse en el poder.


El régimen instalado en Venezuela hace ya más de 17 años conoce muy bien esa historia. Luego de la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, trató de revivir el socialismo, darle un rostro distinto, menos áspero y más humano del que tuvo el “socialismo real” durante siglo XX. En esta empresa fracasó. El socialismo del siglo XXI retoma los lunares más oscuros de sus antepasados y agrega otros, que hacen del ensayo socialista venezolano una experiencia aún más traumática que las anteriores. En la URSS y sus países satélites la gente carecía de un empleo de calidad y bien remunerado, no tenía alimentos, productos básicos que aligeran la vida cotidiana haciéndola más amable y llevadera. Los ciudadanos de las naciones comunistas no conocieron el confort de tener agua caliente en sus duchas, automóviles cómodos, un sistema de transporte público confortable u hospitales dotados de aparatos tecnológicos de última generación. Los comunistas nunca inventaron productos que  cumplieran con dos requisitos básicos: mejorar la calidad de vida y democratizar la sociedad. Siempre dependieron de las innovaciones del capitalismo para copiárselas y adaptarlas a sus empobrecidos países.

En lo único que se anotaron un éxito relativo fue en seguridad ciudadana. Pasado el convulsivo período inicial, la Revolución de Octubre, aunque no le garantizaba alimentos ni bienes materiales a la gente, al menos les proporcionaba la seguridad de sus vidas y sus escasos bienes. Hasta los más enconados enemigos de los gobiernos tras la Cortina de Hierro reconocieron que la delincuencia era baja, lo mismo que la tasa de homicidios. El terror servía para disuadir a los potenciales delincuentes y, desde luego, a los adversarios de la jerarquía del Partido Comunista.

El régimen rojo venezolano no ha servido ni para mantener la paz ciudadana. El nivel de  criminalidad se disparó hacia la cumbre sin que ninguna barrera lo detenga. La persecución del gobierno se concentra en los dirigentes opositores. El régimen es militarista, pero solo contra quienes lo adversan. Con los delincuentes es  amplio y tolerante, a pesar de la guerra que le declararon a la sociedad y a los cuerpos policiales uniformados. El Estado chavista les entregó a las bandas criminales zonas completas para que impusieran su ley: la del más fuerte, agresivo y desalmado. Los jueces y tribunales se convirtieron en piezas claves de ese entramado. Un delincuente apoyado por una pandilla más o menos poderosa sabe que sus días en las cárceles son escasos y el castigo benévolo. El soborno o el chantaje directo a los magistrados harán que el transgresor en poco tiempo vuelva a sus andanzas.

Este clima de descomposición que envuelve a la policía, el Poder Judicial y la Guardia Nacional, quebró la confianza en la justicia ordinaria, en el Estado de Derecho, de un vasto sector de la población. Este grupo decidió aplicar el castigo con sus propias manos, tal como en los estados de naturaleza de los cuales habla Thomas Hobbes en Leviatán. El linchamiento es el reflejo ominoso de esa desintegración.  El “hombre nuevo” que se levantó tras más de tres lustros de los chavistas en el poder es un ser agresivo y destructivo, sin barreras morales que lo contengan. Tanto el delincuente convertido en víctima como sus agresores, reflejan la podredumbre del socialismo del siglo XXI.

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