miércoles, 27 de abril de 2016

Relatos salvajes, por @lmesculpi



Luis Manuel Esculpí 26 de abril de 2016

Si Damián Szifrón el director de la premiada película argentina hiciese una ligera pasantía en nuestro país, encontraría nuevos argumentos para una segunda parte de su exitoso film. Tendría que suprimir el componente de humor negro, acentuando los rasgos dramáticos de sus relatos.

Los ascensores no funcionan, la sala de maquina están inundada, las lluvias recientes se hicieron sentir en el conjunto residencial. Me dispongo ha subir por las escaleras, después de varios pisos la pausa se hace obligada, coincido con un vecino, cuyo nombre desconozco, aunque siempre intercambiamos saludos y breves diálogos de ascensor. Viene descendiendo con semblante de preocupación. Es natural, su apartamento se anegó hasta levantar la cerámica. La conversación, igual que la pausa se prolonga. Considera su desventura en tono menor, ante un hecho que le sucedió hace poco más de un mes. Al salir de compras del automercado, fue atracado para quitarle las bolsas. Las entregó sin oponer resistencia. Luego el malandro le apuntó con una arma a la cara y le hizo dos disparos. Se protegió instintivamente con los brazos y en cada uno de ellos recibió un tiro. El instinto lo salvó. Le expreso unas palabras de solidaridad y nos despedimos lamentando ambos la terrible situación de inseguridad.


Evidentemente no es una sensación.

Continuo escalando hacia mi residencia, no puedo dejar de pensar en el relato. Lo asocio inevitablemente con un terrible drama que vivió un compañero, a quien en su convalecencia visité recientemente. Conozco a José desde los tiempos de la fundación del MAS, hemos coincidido en nuestro trayecto político. También participa en las actividades de la Fundación Espacio Abierto. Un grupo de amigos nos reunimos de vez en cuando a conversar -no sólo de política- rociamos nuestras tertulias con algunos tragos y siempre "picamos algo". José es excelente anfitrión.

Un sábado a las siete de la noche viene conduciendo su carro y lo detiene una cola en la avenida Francisco de Miranda, casi en fracciones de segundos varios sujetos lo encañonan y se montan en el carro. A partir de ese momento vivirá la dramática odisea de un secuestro exprés. Lo trasladan hacia la vía de Guarenas, se comunican con su familia exigiendo dólares a cambio de su vida. La demanda no puede ser satisfecha. Luego exigen una cantidad en bolívares también inalcanzable. A las once de la noche aproximadamente, sin cobrar el rescate, anuncian que lo van a liberar. Lo conducen a las proximidades del río, le dan una golpiza incluyendo severa dosis de patadas. Le colocan una capucha. Le disparan tres tiros a la cabeza y lo lanzan por un barranco.

José se queda un tiempo sin moverse hasta que supone que los delincuentes se han retirado. Con su ropa intenta hacer un vendaje para contener la sangre que brota de las heridas. Comienza a caminar procurando alejarse del sitio donde fue abandonado. Calcula que caminó por la margen del río entre tres y cuatro horas. Durante ese tiempo piensa en su familia y en lo que ha sido su vida. Recuerda antiguas lecturas para serenarse. Se siente débil, oye algunas voces, el sol ha hecho su aparición, ya son las siete de la mañana.

No tiene fuerzas para subir el barranco, decide gritar y un grupo de personas lo socorren, lo cargan y en una casa cercana le prestan primeros auxilios desde allí se comunica con su familiares. En medio de la barbarie siempre surge la solidaridad y la sensibilidad humana. Esa siempre fue una característica de nuestro pueblo.

José está recuperándose, afortunadamente dos de los disparos solo le rozaron la cabeza y el tercero no le afectó órganos vitales. ¡Extraña paradoja! Quizás la capucha fue lo salvó.

Cavilando llego a mi casa, me dispongo a reposar un poco cuando me entero de una trifulca disputándose las cebollas de un saco y del saqueo de un camión de basura rastreando comida descompuesta.

¡Cuanto se ha degradado la vida en nuestra sociedad! Tanto denostar de los cuarenta años, los males que hoy padecemos no tienen comparación con los de la república civil. Los problemas de ese tiempo se han agravado exponencialmente y recrudecen nuevas calamidades. Asistimos al fracaso de un modelo que desconoció el éxito en todo lugar donde se intentó implantar. Un discurso reñido con la modernidad, plagado de galimatías y frases raídas. Apremia la necesidad de modificar el rumbo. Tiempo de cambiar la conducción e iniciar una nueva época.

Luis Manuel Esculpí

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