Por Alejandro Andres Sosa Rohl, 29/04/2014
Un héroe no necesita ser sobrehumano o haber estado en un accidente
nuclear para serlo. El heroísmo proviene de los humanos, de aquellos que hacen
hazañas extraordinarias por un bien superior a ellos, por ideas, las cuales
surgen de nuestros interminables sueños e ilusiones de un mundo mejor; ideas
que no mueren cuando nosotros morimos por ellas. Estas se preservarán en el
tiempo, creando más sueños. Llevan en sí la inmortalidad de aquellos que
creyeron en su poder para hacer un cambio.
Están errados quienes dicen que la lucha de los venezolanos es por
papel higiénico, harina PAN, un voto o diálogo con tiranos. Me duele que tantas
personas que viven en los suelos de este país, racionalicen de tal manera y no
vean más allá. Los caídos no perdieron sus vidas por cosas tan rastreras -ellos
valían más-; perdieron sus vidas por algo que sus ojos no podían ver, pero su
corazón sí: por un sueño que nació en un mundo de tinieblas, donde la cacería
por algo mejor es satanizada por la dependencia, – esa que fluye a través de la
sangre de nuestra Nación, efecto de los decadentes sentados en el trono del
poder… efecto de una enfermedad conocida como castro-comunismo. Pero
Venezuela nos mostró, hace más de dos meses, que la pared sin puerta hacia un
futuro, no fue suficiente para destruir nuestros anhelos de vivir en una Nación
de primer mundo; anhelos que subsistían bajo una capa de terror. La ciudadanía
venezolana no esperó a que alguien se acercara a quitarnos las cadenas de
esclavitud, nosotros decidimos quebrarlas.
¿Y dónde está el heroísmo, dónde lo puedo tocar? Una respuesta a eso no
puede ser abarcada con términos matemáticos y sistematizados, pero claramente
podemos dar una porque es seguro que sí lo hay y que sí es tangible. El que se
levanta sobre sus pies en una plaza con una pancarta que desahoga gritos de
aflicción, es un héroe; el que saca las bombas lacrimógenas del campo de
batalla mientras su cara arde y sus pulmones buscan escaparse por su garganta,
es un héroe; aquél que se sienta tras una computadora creando una matriz de
opinión, abriéndole los ojos a unos cuantos, es un héroe. Todos los pechos
venezolanos en donde arde cólera por su país (y por lo cual esas almas salen a
luchar por él), componen la generación de renacentistas de Venezuela.
Los renacentistas salen a la calle dispuestos a derramar todo en ellas;
desde sudor, voz y pasión, hasta sangre y vida. Los que pocos años hemos
vivido, salimos teniendo en nuestra consciencia que las calles son una ruleta
rusa, en donde solo el destino sabrá quién sí y quién no, pero en donde lo
único que no estamos dispuestos a entregar es nuestra Libertad y Soberanía;
esta es la orden coactiva de nuestro espíritu. El destino no tiene voz allí y
mucho menos un partido político que busque capitalizar y prostituir la
protesta, para ganar votos. La resistencia seguirá.
Este heroísmo masivo que encandiló nuestros ojos, ha creado una
esperanza para el nuevo “génesis” de Venezuela; el futuro de ella existe porque
tiene a miles que ahora lo perciben. Estos seres despiertos son los jóvenes
moldeados a hombres, que no han conocido otra Venezuela, y que surgen como el
futuro de hoy y el presente de mañana. Así es como nosotros, los jóvenes,
convertidos en hombres, tenemos una afirmación: “las grandes hazañas que han
logrado hacer posar los ojos del mundo sobre Venezuela, no van a dejar las
calles, y las cicatrices que los caídos nos han inmortalizado en la piel, serán
sentidas con honor”.
No permitiremos que nadie ponga sus pies sobre nuestras espaldas, ni el
régimen, ni los falsos opositores. Por los caídos, por nuestros hermanos de
lucha, por nuestros compatriotas y por nosotros mismos; haremos que las calles
griten hasta desplomar esa barricada hacia el futuro, que el régimen y sus
colaboracionistas nos dejaron. Esta gesta no descansará hasta
conquistar la Libertad y el orgullo venezolano. Restituiremos el hilo
constitucional perdido y lograremos un renacimiento. No hay opción, ya que no
hacerlo implica perder la Venezuela Futura.
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