Por Sumito Estévez
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Eso que le hicimos a la Isla
de Margarita durante la pasada temporada de Semana Santa fue cruel y hasta
suicida. Sin embargo, antes de contarles sobre quiénes son los que ganan y
quiénes los que pierden apostando al derrumbe de la industria turística de la
isla, permítanme explicar algunos matices de la palabra escasez en la
coyuntura actual.
Hagamos un ejercicio. Si
usted está leyendo este post en Venezuela, sea la ciudad que sea, detenga por
un momento la lectura y salga a los abastos, las bodegas y los supermercados
más cercanos a comprar leche, papel higiénico y jabón líquido para lavar las
manos. Este texto y yo los estaremos esperando acá. ¿Volvieron? Muy bien: a
menos que usted haya tenido una suerte proverbial, es casi seguro que no
consiguió ninguno de los mandados. Sin embargo, si salimos y visitamos los
restaurantes cercanos es muy probable que consigamos algunos de estos insumos.
Por fenómenos propios de la
economía en escasez, este pequeño ejercicio sirve para entender una de las
claves de la terrible escasez en Venezuela y sus dinámicas actuales. Nadie
quiere perder lo que ha trabajado durante años para levantar un negocio y trata
de mantenerse a flote como sea. Y es por eso que, para poder seguir prestando
esos servicios, se van fijando algunos mecanismos atípicos en otras economías.
Y eso es así para cualquiera.
Ni usted ni yo podríamos
conseguir ahorita un saco de cemento ni uno de cloro en polvo para piscinas,
pero quien tiene una empresa de remodelaciones o su empresita de mantenimiento
de piscinas hace lo imposible para poder seguir prestando ese servicio: para
poder seguir trabajando y llevando el pan a la casa. Y lo hacen con una cuota
de terribles sacrificios, tanto económicos como emocionales.
Por eso a quien tiene un
restaurante le gustaría, tanto como a usted o como a mí, conseguir papel
higiénico en cualquier supermercado y poder escoger entre marcas y precios, en
vez de hacerlo mediante mecanismos retorcidos. Pero la diferencia es que usted
y yo sin papel la pasamos mal, pero el restaurante presta un pésimo servicio. Y
cuando se deja de prestar un buen servicio los negocios quiebran. Quiebran. No
lo olvidemos, porque eso se traduce en la angustia de muchas familias.
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¿No hay agua en Margarita?
No hay. ¿No hay papel toilet en Margarita? No hay. ¿No hay harina para las
empanadas en Margarita? No, no hay. Decir que sí hay para garantizar turistas
sería mentir. Y mentir es condenable desde cualquier arista posible. Pero, por
ejemplo, una cosa son los supermercados y los abastos de Margarita y otra muy
distinta los hoteles de Margarita.
Muchos hoteles se prepararon
duro y conscientemente para poder atender a los turistas en la temporada de
Semana Santa. Tenían agua y habían pensado hasta en el edulcorante para quienes
estaban a dieta. Me consta. Y bastante que les oí las angustias a mis amigos
hoteleros.
¿Esto significa que estoy
llamando mentirosos a los usuarios de las redes sociales que mostraron fotos de
baldes de agua en baños secos de varias posadas de la isla? No, ellos no
mintieron. Eso está pasando y es preocupante. Y pasa porque la industria
turística tiene todos los niveles de lujo y servicio. Y habrá algunos que pueden
afrontar el costo de una planta desalinizadora y tienen agua todo el tiempo,
así como otros pueden pagar cisternas y racionan el agua que compran. Pero los
más pequeños viven la misma realidad que los habitantes de la isla. Sin
embargo, puedo afirmar con certeza y conocimiento de causa que, en general, la
isla estaba preparada para recibir a los turistas. Y no es que lo estaba por
inercia, sino porque se había hecho un gran sacrificio para poder prestar los
servicios.
Sin embargo, la pasada
Semana Santa fue una de las peores temporadas turísticas que haya vivido la
Isla. Y, llegado este punto, ustedes podrían alegar que todo mi discurso no es
sino el de un empresario tratando de proteger los negocios de sus amigos ricos.
No es así, pero de serlo no le veo nada malo a creer en la empresa privada como
uno de los recursos para sacar a Venezuela de la crisis que vivimos. Sin
embargo, mi discurso no es el de un cocinero en defensa de amigotes. Es algo
más pragmático: la isla de Margarita no es una de esas zonas de Venezuela cuya
economía depende de la riqueza minera y petrolera. Si bien esperamos que
quienes nos gobiernan conviertan la renta petrolera en calidad de vida,
Margarita no es una isla que vive de esa renta. Esta isla vive del turismo:
ricos, clase media y pobres, todos vivimos del turismo, aunque nuestro día a
días sea dar clases de primaria en un colegio.
Aquí no hay una sola persona
que no dependa del turismo para sobrevivir.
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Nos han puesto una tapa en
la tumba desde el mismo momento en que mataron el puerto libre y confiscaron
los medios de transporte para venir a la Isla de Margarita hasta,
prácticamente, destruirlos. Y a todos, sin darnos cuenta, nos dio por martillar
el último de los clavos. Porque lo que está sucediendo con Margarita es, además
de suicida, un proceso cruel.
Todos podemos entender que
las redes sociales fungieron como vehículo de catarsis para que todos los que
en el resto del país están pasando el mismo trabajo que los margariteños para
bañarse y para comer pudieran ventilar su frustración. Y todos también podemos
entender cuán poderosas son las redes sociales hoy en día como generadoras de
opinión.
La matriz negativa que
afectó a Margarita durante Semana Santa hizo que hasta el canal internacional
de noticias CNN sacara un programa dedicado al tema.
No se había hablado de las
carencias que llevan meses afectando a los margariteños, pero la matriz puso
los ojos del mundo en la isla. Una isla, debo reiterar, que depende del
turismo. Pero lo de CNN sólo se sumó a lo que ya habían hecho con profusión
canales de noticias locales, especialmente los medios de noticias digitales,
que no paraban de condolerse por nosotros los de Margarita, aunque no a través
de trabajos de investigación periodística tradicionales sino levantando contenido
de las redes sociales.
Como espectador del trabajo
de CNN pude ver cómo mostraron la escena real de un baño en una posada familiar
con su tobito de agua. Y justo la escena siguiente era la fachada de un hotel
boutique que, me consta, tenía todo para atender a quienes llegaran. Es verdad:
esta denuncia era necesaria para que el mundo se enterara de lo que pasa en
Margarita y ver si desde las políticas públicas alguien reacciona. Y sobre eso
volveré un poco más adelante, pero ahora necesito explicar algo sobre cómo se
mueven los engranajes del turismo.
Los turistas internacionales
que vienen a Margarita (que son cada vez menos, pero todavía los hay) lo hacen
porque estudian el destino como opción gracias a la oferta de las operadoras
turísticas. Y basta que un medio como CNN sugiera (con una edición no digo que
malintencionada pero sí poco feliz) que hasta el mejor hotel está trabajando
con tobitos de agua para que esas operadoras desechen a la isla como destino y
los extranjeros ni se enteren de que existimos.
Seducir a las operadoras
internacionales es un proceso que toma años. Y para espantarlos pueden bastar
minutos.
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Por supuesto que estoy de
acuerdo en que las condiciones infrahumanas en las cuales vivimos en la isla de
Margarita deben ser denunciadas sin parar. Hay que hacerlo como ejercicio
ciudadano y como recordatorio del mundo que no queremos. Pero no seamos
inocentes: ya sabemos que los indolentes que nos gobiernan no se volverán
eficientes de repente. Si se trata de hacer que el mundo se entere, hace un
buen rato que hasta la izquierda internacional sabe que el socialismo del siglo
XXI no es otra cosa que un esperpento empobrecedor.
Sí, hay que denunciar, pero
también hay que medir las consecuencias de no hacerlo de una manera eficaz.
Quizás para los habitantes
de Margarita sea difícil medir consecuencias, pero como habitante de esta isla
me preocupa que quienes se formaron como comunicadores empiecen a olvidarlo.
En el mundo hay gente con
buenas intencions y con malas intenciones. Y en ocasiones somos muchos los que
nos quedamos en el medio de esas intenciones y terminamos siendo utilizados.
Por ejemplo: los destinos
turísticos siempre han sido una joya apetecida por quienes están en la
necesidad de blanquear capitales. Bastante se ha hablado en estos días del caso de Mallorca y bastante se
ha dicho sobre islas convertidas en paraísos fiscales. Y en la historia de las
islas hay síntomas muy sencillos de ser percibidos para quienes estén atentos:
a un empresario honesto, por ejemplo, no le conviene decir que tuvo más
huéspedes que los que de verdad hospedó, porque eso implicaría aceptar que tuvo
unos ingresos superiores a los reales. Sin embargo, otro tipo de “empresarios”
que sueñan con negocios que les permitan inflar los ingresos reales y así poder
blanquear sus excedentes. Y los hoteles en los destinos turísticos han sido
vistos como negocios ideales por más de uno de estos pillos en la historia del
turismo global.
Gracias a Dios en Margarita
todavía estamos lejos de ese escenario, pero si seguimos lanzando dardos sin
estudiar muy bien a cuál diana estamos apuntando vamos a lograr que gente
honesta que trabajó muy duro termine, ya casi en la quiebra, viéndose en la
necesidad de vender sus negocios a quién sabe quién.
Esta isla querida, ésa que
me da de comer a mí, a mi familia, a mis amigos, a mis vecinos y a gente que no
conozco, le viene muy bien el puente del 19 de abril, la próxima temporada de
vacaciones, el diciembre que viene y muchas temporadas más. Y algunas de esas
temporadas seguirán siendo vividas en estos tiempos en los cuales nuestros
gobernantes nos han puesto entre la espada y la pared. Pero muchos estamos
haciendo todo lo posible para poder volver a recibir a esos turistas que aún no
han sido espantados. No seamos nosotros mismos los cómplices de quienes están
del lado de la espada.
05-04-16
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