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domingo, 17 de abril de 2016

¿Quién gana con la polarización?, por @rafluciani



Rafael Luciani 16 de abril de 2016
@rafluciani

El 16 de marzo de 1980, el beato Mons. Oscar Arnulfo Romero se refirió a la situación de El Salvador con estas palabras: «Hay mucha violencia, hay mucho odio, hay mucho egoísmo. Cada uno cree tener la verdad y echarle la culpa de los males al otro. Nos hemos polarizado. Esta palabra ya corre corrientemente como una realidad que se vive, sin darnos cuenta. Cada uno de nosotros está polarizado, se ha puesto en un polo de ideas intransigentes, incapaces de reconciliación. Odiamos a muerte. No es ese el ambiente que Dios quiere. Es un ambiente necesitado como nunca del gran cariño de Dios, de la gran reconciliación».


En condiciones sociopolíticas de polarización siempre gana el victimario, el que está en el poder, pues hace que veamos a los otros como a enemigos valorados maniqueamente: «yo soy bueno... tú eres malo». Las posiciones siempre son antagónicas e incompatibles: «tú eres… yo soy…». Y cada quien busca sus propias razones que justificaban «su verdad», así sea injustificable de cara a los mismos hechos de la realidad. Moralmente, la polarización produce la pérdida de religación con el otro, la carencia de asidero ético respecto al valor absoluto de la vida humana y la desconexión con lo cotidiano. Quien polariza absolutiza su ideología política a cualquier costo y convierte al ser humano en un número más, en una cifra o un costo sociopolítico necesario para la sobrevivencia del régimen.

Es aquí cuando el poder deja de ser una relación de servicio humanizador y se convierte en un fetiche, en una realidad sagrada que sustituye a la vida de las personas y relativiza la dureza de la sobrevivencia cotidiana. Y es que la polarización va permeando todo nuestro ser, nuestra conciencia, el modo como nos miramos los unos a los otros, la forma como nos tratamos y las palabras que usamos para referirnos a los demás. Como lo describió Mons. Romero en el texto ya citado: «cada uno de nosotros está polarizado, se ha puesto en un polo de ideas intransigentes, incapaces de reconciliación. Odiamos a muerte».

Cuando las ideologías se vuelven absolutas pierden su sentido, ponen de lado su trascendencia y se convierten en meros mecanismos de control social para garantizar la permanencia en el poder político. Se vuelven vacías porque sus líderes son incapaces de reaccionar frente a los hechos concretos, perdiendo el sentido de la cotidianidad y no escuchando más el clamor ético de aquellos a quienes deben representar.

Monseñor Romero vivió la polarización tratando de superarla al asumir un camino distinto, un modo de actuar y unas palabras que buscaran, en todo momento, humanizar, unir, reconciliar. Sólo así podía frenar la fuerza incontrolable del odio. Su opción por las víctimas fue absoluta sin dejar por ello de hablarle a los perpetradores del mal, sin dejar de dirigirse a los victimarios para que cambiaran y dieran nuevamente prioridad a las necesidades del pueblo. Romero no fue víctima de la polarización ni del odio. Esto le dio la autoridad moral de quien hablaba con verdadera libertad a todos.

Muchos años antes, en 1963, el Papa Juan XXIII pronunciaba palabras similares que nos llevan a pensar en la necesidad de optar por la despolarización o tener que padecer sus nefastas consecuencias: «la violencia jamás ha hecho otra cosa que destruir, no edificar; encender las pasiones, no calmarlas; acumular odio y escombros, no hacer fraternizar a los contendientes, y ha precipitado a los hombres y a los partidos a la dura necesidad de reconstruir lentamente, después de pruebas dolorosas, sobre los destrozos de la discordia».

Rafael Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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