Ángel Oropeza 18 de mayo de 2016
Tanto
observadores de la realidad nacional como la mayoría de los ciudadanos parecen
coincidir en la percepción de que el gobierno del madurocabellismo no da más, y
que su declive luce ya irreversible. ¿Cuánto hay de cierto en esto?
Una
revisión de la literatura especializada sobre estos temas permite identificar
al menos ocho síntomas de lo que se denomina la fase terminal de dominación de
un régimen político. Ellos son:
Quiebre
de la autoridad moral para gobernar (desaparición de la “auctoritas”, esa
capacidad moral, socialmente reconocida por los ciudadanos, que procede de un
saber y un actuar ético, y que le otorga legitimidad a instituciones y personas
específicas).
Debilitamiento notable de apoyo popular.
Imagen
internacional deteriorada y dificultad para lograr apoyo y comprensión de otros
países.
Imposibilidad
de garantizar la paz ciudadana, la vida de las personas y el monopolio de la
violencia por parte del Estado (lo que se traduce en que cada vez más grupos
irregulares –desde hampa común hasta mafias, pranes y paramilitares
progobierno– pasen a compartir estas funciones).
Síntomas
de ingobernabilidad (entendida esta como la incapacidad para controlar los
procesos económicos y sociales de un país).
Fracturas
internas y pérdida de la homogeneidad mínima en la clase política gobernante.
Violación
sistemática y permanente de la Constitución, con el fin de proteger poder y
privilegios particulares.
Recurrencia
a la represión, la amenaza y el miedo como último recurso de control social.
De
acuerdo con la tipología anterior, no hay duda de que el actual gobierno
venezolano ha entrado ya en una etapa agónica de dominio. Ahora bien, el hecho
que esto sea así no significa que pueda predecirse su fin, ni siquiera que no
pueda mantenerse artificialmente en el tiempo a pesar de su precario estado. El
calificativo “terminal” no hace referencia a una realidad cronológica sino a
una condición situacional, asociada con los ocho signos anteriores. Su
desenlace depende de lo que sea capaz de hacer en ese estado, pero sobre todo
de lo que haga la alternativa política a ese régimen y de la respuesta de
acompañamiento de la ciudadanía a las estrategias de esa alternativa.
En
concordancia con el octavo síntoma, la oligarquía acaba de anunciar un amuleto
jurídico llamado “decreto de estado de excepción”, que no es otra cosa que un
intento desesperado de refugiarse en el último reducto de poder que les queda,
y es la capacidad para reprimir. De hecho, quizás lo único novedoso de este
artificio leguleyo en comparación con el anterior “decreto de emergencia
económica” es el aumento de la capacidad discrecional de los aparatos
represores del Estado para ejercer violencia contra quienes no se arrodillen
ante la mediocridad gobernante.
Hay
que recordar que la represión y la militarización son los últimos extremos de
la cadena de control social. Cuando se recurre a ellos es porque ninguno de los
mecanismos que usualmente se usan en democracia, basados en la obediencia
social voluntaria y en la auctoritas de los gobernantes, funcionan. Ante la
carencia de estos últimos, la única opción para obtener acatamiento es la
fuerza bruta.
Esta
recurrencia a la amenaza produce ciertamente efectos en algunos sectores de la
población, que pueden acrecentar su desesperanza y creer, erróneamente, que los
ladridos son evidencia de fortaleza. Hay que recordar que los perros también
ladran por miedo.
Lo
verdaderamente importante, y que hay que seguir observando de cerca, es que
esta represión y la violación constante de la Constitución –actualmente los
atributos más característicos y definitorios del madurocabellismo– están
provocando repulsión y rechazo no solo en las bases populares del oficialismo, sino
en sectores del aparato burocrático y hasta en componentes de la propia Fuerza
Armada Nacional, que resienten el triste papel de esbirros represores solo para
proteger los intereses económicos y de dominio de una camarilla decadente y
enferma de poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico