Jean Maninat 14 de mayo de 2016
@jeanmaninat
La
oposición se ha encuevado por cuenta propia, sin que la nomenclatura del PSUV,
o el alto gobierno, hayan delineado el camino con golosinas para encaminarla
hacia el disparadero en el que se encuentra ahora. Ni bien se había obtenido la
mayoría en la Asamblea Nacional (AN) y se había instalado su Junta Directiva,
cuando públicamente se lanzó un plazo de 6 meses para encontrar una fórmula
democrática, constitucional y electoral para “salir de Maduro”. Fue el
pistoletazo que alentó a los sectores de mayor peso que conviven en la MUD a presentar -cuanto antes- el mecanismo
de su predilección entre los que contempla la Constitución, para dejar clara
constancia de que no les temblaba el pulso, ni pestañeaban, en su afán de salir
del primer mandatario y su nefasto gobierno cuanto antes.
Pronto,
cada uno emergió con su bagette recién horneada bajo el brazo: la renuncia, la
enmienda y el revocatorio eran mostradas humeantes, apetecibles y al alcance de
la mano glotona. La renuncia desfalleció ante tantas cuchufletas cruentas y la
dificultad de sus proponentes para explicar cómo la petición de renuncia -se
supone un acto voluntario- iba a mellar la inconsciente coraza del presidente
Maduro y sus allegados. La enmienda
constitucional, por su parte, era un carrito de cuerda kamikazi, destinado a
partir desde el vientre progenitor con muy poco entusiasmo hacia el choque
fatal, anunciado, en contra del muro de hormigón inconstitucional del TSJ.
Antes de producirse el impacto, ya sus conductores habían saltado al vagón del
referendo revocatorio presidencial, dejando que el vehículo de la enmienda
confrontara su suerte nonata.
Y aquí
viene un sobresalto. Sobrevivió el referendo revocatorio presidencial gracias
al ímpetu y tesón que suele ponerle a sus propósitos el gobernador y líder de
la oposición, Henrique Capriles, y a que era el mecanismo más plausible de
llevarse a cabo, a pesar de las dificultades antidemocráticas que, se sabía,
iba a enfrentar tal como lo estamos viendo hoy por hoy. La respuesta a su convocatoria ha sido
abrumadora. El calvario que recién
comienza: las firmas aceptadas/no aceptadas por el CNE, la lentitud que le
quieran imprimir al proceso, y hasta su eventual postergación hasta el año
entrante no deberían sumir a la oposición democrática en una actitud de todo
por el todo, de ahora o nunca, como la que apuraban -y apuran todavía- los
adelantados de siempre luego de la elección presidencial de 2013 (Blood, gas
and tears. Remember?), según la cual Capriles debió conducir a las masas hacia
la confrontación final, como en aquella sangrienta batalla que plasmó Scorsese
en Gangs Of New York.
La
lucha por el referendo revocatorio presidencial ya está siendo difícil y lo
será más aún en los días por venir. Como era de esperarse, el gobierno ha
recurrido, y recurrirá, a los dispositivos de los que todavía dispone para
“faulear” el proceso mientras el árbitro electoral finge desmayos en el campo
de juego para retrasar el reloj. La Unidad Democrática ha dejado claro su
voluntad de no cejar en el propósito de lograr que el referendo revocatorio
presidencial tenga lugar este año. Y le cabe razón. Pero al optimismo de la
voluntad hay que contrastarle el pesimismo de la inteligencia -según la manida,
por lúcida, fórmula gramsciana: “El pesimismo es un asunto de la inteligencia;
el optimismo de la voluntad”– y pasearse por la posibilidad de que el gobierno
logre su cometido de ir corriendo la arruga, o al menos ir alterando el
calendario hasta llevarlo a las puertas del año entrante. ¿Entonces qué? El
“Maduro vete ya”, aún reloaded por la terrible situación que vive el país, no
debería ceñir toda la acción política de la oposición. Quedan otros ámbitos de
la lucha día a día que no deberían descuidarse y que son la mecha y la pólvora
social de lo que puede venir. Mejor no desatenderlos. Por cierto: ¿y las
elecciones regionales?
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