Por Alberto Lovera
En 1991 el régimen cubano
decretó con un eufemismo el colapso de la economía cubana, lo llamó período
especial. Tras el colapso de la URSS y el retiro del subsidio soviético, además
de la intensificación de las sanciones económicas de EEUU, se puso de bulto la
artificialidad de la economía cubana. En los siguientes años el PIB se redujo
en 36%, las exportaciones se redujeron el 70% y por tanto también las
posibilidades de importación. La escasez de los productos básicos y la
desnutrición fue dramática.
Estuvieron viviendo en una
economía de mentira. El subsidio de la URSS alcanzó a 12 millones de dólares
diarios, según investigaciones al respecto. Muchos de los indicadores sociales
y económicos que mostraban a la isla con un desempeño destacado eran
insostenibles.
Tras años de penuria vino como
relevo otro masivo subsidio, el que provino de Venezuela, que según estudios
recientes fue aún mayor que el de la URSS. Revivió así lo que fue llamado un
socialismo parasitario.
Ahora se encuentran que ante
la imposibilidad de prolongar el apoyo del gobierno venezolano, no les queda
otra que emprender reformas y buscar aliados en otras latitudes.
Muchos pronosticaron que
nuestro país se produciría una situación de colapso como la vivida por los
cubanos. Y lamentablemente no se equivocaron.
Nuestro país está viviendo una
crisis de magnitudes colosales. El proceso de destrucción de las fuerzas
productivas es de dimensiones astronómicas. El Producto Interno Bruto (PIB) se
ha reducido en los últimos años en 50%, la producción petrolera se desploma, la
destrucción del aparato productivo privado y estatal es de la mayor gravedad.
De nuevo, lo que fue para los
cubanos el subsidio soviético, en nuestro caso fue la ilusión de un boom
petrolero sin fin. Cuando llegó la hora de la verdad, que en economía no
perdona, se puso en evidencia que todos los logros sociales que se habían
alcanzado, como la reducción de la pobreza, estaban basados en una estructura
económica insostenible. No se notaba al principio porque todas las debilidades
a que estaba conduciendo el modelo económico hiper-estatista, y su correlato,
la destrucción de la capacidad productiva nacional, se escondían a cuenta de la
plétora de petrodólares de que se dispuso por un largo período.
Ahora estamos viviendo esta
hora dramática, con la producción nacional en mengua, con signos alarmantes de
escasez y desnutrición de alimentos y medicinas, y restricciones para importar
los insumos y productos indispensables.
Pero nuestro “periodo
especial” es peor que el cubano. Está acompañado por hiper-inflación, uno de
los fenómenos más destructivos tanto desde el punto de vista económico como
social. Los indicadores del colapso son aún más graves y su resolución más
compleja.
Las razones están en un modelo
económico destructivo de las fuerzas productivas, que vivió vendiendo la
ilusión de que se estaba sembrando algo nuevo, cuando en realidad se recayó y
profundizó en las taras más negativas de la economía rentista.
El gobierno, como siempre,
anda buscando a quien echarle la culpa de lo que es su exclusiva
responsabilidad. Cuando nos percatamos que el 95% de las divisas que han
entrado a nuestro país en estas casi dos décadas fueron manejadas por el
Estado, no se sostiene que una conspiración nos llevó a esta situación. Basta
ver las mutuas acusaciones de irregularidades y corruptelas que se hacen los
anteriores aliados, ahora en discordia, para darse cuenta que la responsabilidad
de la cúpula en el poder es inescapable.
Aunque desanudar este enredo a
que condujo a nuestra economía y a toda la sociedad venezolana esta camarilla
en el poder luce complicada, hay que persistir. Se trata de la vida de los
ciudadanos y de la posibilidad de cerrar este ciclo infernal para construir
entre todos un país próspero. Con tesoneros esfuerzos, sin dejarnos encandilar
nuevamente por las fantasías rentistas, que nos muestran, como en el famoso
dicho, que es pan para hoy (y ese hoy ya se desvaneció), y hambre para mañana
(que ya se hizo presente).
20-04-18
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