Por Arnaldo Esté
Hace unos días vi al
presidente, muy exaltado, hablando de sí mismo y prometer que al día siguiente
del 20 de mayo él será otra persona. Una voluntad de cambio sorprendente ya que
es bien conocido que mucha gente, la gran mayoría, quiere que cambie, que
salga. Pero, luego de esa confesión de purgatorio, él también se suma a la
mayoría, quiere que cambie. ¿Por quién, entonces, se habría de colocar la
papeleta de la tramoya?, ¿por este o por otro que aún no existe?
En escritos semanales
denunciamos insistentemente el fraude. Un fraude que, como digo al principio,
ahora el presidente lo dice de sí mismo y que se agrega a otros: el carnet de
la patria, una suerte de cédula de identidad que es obligatorio tener para
existir, para mirar hacia otro lado esperando en colas físicas o digitales que
te toque la pensión, el bono, el regalo, el preservativo… Pero se está
volteando la cosa, como todo el mundo debe tenerlo, se disipa su efecto o,
dicho más frescamente, se putea, la gente se burla de él. Con ese carnet ya no
se puede discriminar o presionar.
A ese carnet, ya sin su fuerza
inicial, se agrega el fastidioso ventajismo en los medios de comunicación. Unas
monsergas permanentes en lenguajes escasos y repetitivos que revelan la pobreza
de los gobernantes que los ordenan y escriben. No hablemos de presos políticos,
proscripción de partidos y candidatos, éxodo.
Mientras, la crisis general se
incrementa. Inflación, incertidumbre, corrupción, caída de la producción
petrolera, aislamiento internacional. Una crisis que ya no tolera ausencias,
silencios o postergaciones. Hay que pronunciarse, hay que participar a pesar
del fraude y sus instrumentos. Hay que establecer, incluso en el mismo
territorio de la mentira, la existencia de otra opción, de una transición, de
una búsqueda.
28-04-18
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