Soledad Morillo Belloso 09 de enero de 2020
@solmorillob
Mi
amor por mi país es terco, persistente, empecinado. Es un amor que duele, como
todos los amores serios. Que involucra y compromete, como todos los amores
verdaderos. Que cuesta y cobra, que exige y demanda, como todos los amores que
valen la pena.
Yo
nací en 1956, cuando todavía mandoneaba el chichón de piso. Tenía apenas dos
años cuando cayó y se escapó. Entonces todo mi conocimiento de esos años
horrendos es aprendido. Yo no sé sino ser demócrata. Y no quiero ser otra cosa.
La
democracia es difícil. A no dudarlo. En realidad, es el sistema de gobierno más
complicado y que pone a los ciudadanos en modo “activo", de protagonistas,
no de espectadores. Eso supone conocimiento, responsabilidad y una visión
social distinta a otros sistemas en los que los pobladores son políticamente
pasivos.
La
democracia es tozuda. Muchos la quieren pisotear y ella no se deja. Para
vencerla no basta atacarla, la tienen que aniquilar. Pero eso tampoco es fácil.
A muchos no les gusta la democracia. Les parece fastidiosa, ineficiente,
blandengue. Pero como la autocracia tiene tan mala fama, pues montan esquemas
de gobierno para nada democráticos pero vestidos de tales. En realidad, en el
planeta hay unas diez y nueve democracias reales, pero hay unos ciento
cincuenta y tantos países que dicen ser democráticos, aunque no consiguen pasar
un mínimo examen de credenciales. La inmensa mayoría de esas democracias son
caudillismos, con mandones jefes de estado con poderes y privilegios casi
ilimitados.
La
democracia es un edificio en perpetua construcción. Nunca está lista, nunca
está completa, siempre le falta algo. La de Venezuela, que había costado mucha
sangre, mucho sudor y mucha lágrima para ir construyéndola ladrillo a ladrillo,
y distaba mucho aún de llegar a niveles satisfactorios pero que era
infinitamente mejor que los sistemas autocráticos que habíamos tenido como una
maldición intermitente casi todos los años desde la independencia de la Corona
Española, esa democracia fue pisoteada, vejada, contaminada, enfermada. Lo que
hoy tenemos es ya (directamente y sin elaboraciones lingüísticas) una dictadura
sin maquillajes.
Pero
a no confundirnos. Maduro luce como la cabeza de la tiranía. Pero eso es una
ficción. Este país no es gobernado por quienes han usurpado la jefatura de
estado, el TSJ, el CNE y el Poder Ciudadano y por quienes hoy intentan usurpar
el Poder Legislativo. Esta nación ha caído en manos de traficantes con nexos
con el crimen organizado trasnacional. Eso ocurre en la sombra; los reflectores
están sobre títeres. ¿Cuántos saben quién es un individuo de nombre Alex Saab?
Haga el ejercicio, amigo lector. Pregunte en la calle a cualquier ciudadano del
común y le apuesto que un altísimo porcentaje de sus consultados no tiene ni la
menor idea de quién diantres es ese "señor".
Luis
Parra y su banda no son más que piezas utilitarias en esta etapa del juego,
como lo es también la mesita, hoy con una mega devaluación que la ha convertido
en banquito. No sé si les pagaron por hacer este papelón. Importa poco si les
pagaron o no. Total, ¿qué son cincuenta o sesenta millones de dólares comparado
con los miles de millones de dólares que en estos años los verdaderos capos se
han trajinado y que están siendo lavados y perfumados en Venezuela y el
exterior en operaciones que implican una intrincadísima y pestilente red de
testaferros, compañías de maletín e inversiones? Si les pagaron, eso es
propinitas.
Si
usted, como yo, es una persona normal y corriente y tiene conocimientos básicos
de finanzas, bueno, usted está perdido. Y si escucha a los economistas, pues más
perdido aún. Ellos nos hablan como expertos en economía, no como detectives de
crímenes financieros. Usted, como yo, necesita que como en CSI nos expliquen
cómo fue el crimen contra nuestra PDVSA, contra nuestras industrias básicas del
sur, contra nuestras industrias metalmecánica, automotriz, de línea blanca, de
calzado y vestimenta, química,
agroalimentaria, etc. La destrucción paso a paso de cada área y sector
productivo de Venezuela convino a alguien. Sépalo, usted y millones, somos lo
que en inglés se llama "casualties of war". Es decir, víctimas. Sea
porque perdió su empleo, su negocio, su fábrica, su local, sus ahorros, sea
porque usted o alguien de los suyos tuvo que migrar, sea porque los bienes
muebles e inmuebles que usted compró con el sudor de su frente hoy no valen
nada. Somos víctimas de un proceso sistemático de destrucción que magnatizó a
unos pocos miles, de diversas nacionalidades y repartidos por el planeta, cuyos
nombres usted ni siquiera conoce.
Nadie
en ninguna parte entiende cómo pasamos de ser una "potencia
petrolera" a convertirnos en un país que hasta la gasolina y los
lubricantes los tiene que importar. Hace un tiempo en los centros de estudio y
los corrillos nacionales y extranjeros se decía que la destrucción de nuestra
principal industria se debía a incompetencia de quienes la gerenciaban. Hoy las
sospechas van por otros rumbos. La pregunta es a quien benefició el crimen de
la masacre de PDVSA.
Pregúntese,
amigo lector, a quien convino el arrase de cientos de empresas venezolanas. Sus
productos y servicios que desaparecieron o con suerte pasaron a tener micro
espacios de mercado fueron sustituidos por un montón de improvisados y, peor,
por empresas importadoras oportunistas.
Los comercios, factorías, edificios, fincas, restaurantes, medios y todo lo que
usted pueda imaginar, otrora propiedades de gente decente ahora están en manos
de ladrones. La revolución no es un sistema político, es un hostil "take
over".
En
Colombia ocurrió algo parecido. Hubo un momento en que el país se lo repartían
los carteles de narcotraficantes, las guerrilleras y los paramilitares. Y los
ciudadanos murieron por miles, el estado casi perdió todo control y la sociedad
casi fue sofocada. Aún Colombia lucha por recuperarse.
Eso
lo han entendido los #100Diputados que tuvieron el coraje de rebelarse contra
los abigeos. No se están enfrentando a Parra y su banda de babiecas. O a los
mediocres de la mesita. Tampoco a Maduro. O a Diosdado. O a Moreno. O a
Padrino. Esos son los "tenientes", los gerentes medios. Los capos
verdaderos son otros, los negociantes de la peor calaña que encontraron la
oportunidad de exprimirnos hasta el carozo. Eso hace la lucha mucho más
difícil, más hosca, más peligrosa. Y no, no pueden hacerlo solos. Nosotros los
necesitamos y ellos a nosotros. Se trata de nosotros y ellos.
Soledad
Morillo Belloso
@solmorillob
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