Ángel R. Lombardi Boscán 08 de julio de 2021
El 5
de julio de 1811 puede ser visto también como un salto al vacío. El suicidio de
la clase mantuana, criolla y blanca que estaba llevando a cabo un acto
preventivo de «intención conservadora en lo social» ante el abandono
metropolitano, luego de que Napoleón Bonaparte invadió España en el año 1808.
Lo sucedido en Haití en 1791 les paralizó de miedo y cuando el «traidor»
Francisco de Miranda les vino a dar la «libertad» en el año 1806 se pusieron de
parte del capitán general Manuel Guevara Vasconcelos. Perdieron la confianza y
decidieron actuar. Miranda fue tanto traidor como héroe. Y Bolívar entregó a
Miranda al jefe canario Monteverde en 1812 a cambio de salvar el pellejo,
evitando ser fusilado y ganar un pasaporte para el exilio.
El
«grito de libertad» de Caracas en 1810, con el primer paso autonomista, negó
otros gritos de libertad diferentes como le sucedió a Coro, que pudo repeler el
intento de invasión de las fuerzas armadas de Caracas con el marqués Francisco
Rodríguez del Toro bajo su comando. Otro tanto les sucedió a la ciudad de
Valencia que no quiso acompañar el acto del 5 de julio de 1811. Robert Sample,
viajero inglés y testigo de este suceso anotó lo siguiente: «Si la naturaleza
humana no fuese siempre la misma, nos sorprendería ver a los caraqueños, en la
propia infancia de su república, negando a otros el derecho de elegir su forma
de gobierno, después de que tan celosamente ellos lo habían ejercido para sí y
llevando a cabo, como su primer acto, un ataque contra sus hermanos, por el
solo hecho de que estos eran adictos al rey».
Además,
no es difícil adivinarlo. Los llamados sectores «viles» que conformaban a la
«multitud promiscual» (pardos, negros e indios) al abrirse el dique de la
anarquía y acabarse el equilibrio consensuado en torno a un rey paternal, ahora
ausente y descabezado, se lanzaron por la vía de la violencia. Violencia
apocalíptica y nada gloriosa: una brutal degollina.
Una
carnicería sin miramientos. 200.000 fallecidos de una población de apenas un
millón de habitantes. Desapareció el 20% de la población y el país quedó
destruido y el siglo XIX fue un siglo invisible.
Los
radicales y extremistas se atrincheraron en dos partidos: uno monárquico y otro
republicano. La guerra civil o incivil, una empresa de saqueo descomunal, ante
la desintegración de las instituciones coloniales, crearon las condiciones de
muchas guerras a muerte. El año 1813 con Bolívar y su Decreto de Guerra a
Muerte y Boves con su cruzada de venganza social y étnica, en 1814, hicieron
trizas desde las cenizas los anhelos libertarios de una nueva sociedad
republicana pensada y pactada en 1811.
La
«estrategia de la derrota» de la metrópoli desde 1811 hasta 1820 radicó en
optar por la vía represiva para aplastar a los rebeldes sin contar con los
medios militares, logísticos y de dineros para acometer la empresa. Y además le
dieron la espalda a la realidad sociológica del país: se enajenaron el apoyo de
las mayorías populares y pensaron ganar la guerra irregular como si se tratara
de una campaña punitiva de policía.
Morillo
pensó como Hernán Cortés en el siglo XVI, aunque se le olvidó acordar con los
enemigos de los patriotas. Tamaña soberbia impolítica le hizo morder el polvo.
Morillo
en Margarita, en 1815, desembarcó con 10.000 expedicionarios peninsulares dando
a la guerra una calificación de internacional que las veleidades y durezas del
trópico en dos años se tragaron a esa fuerza de reconquista sobre la Costa
Firme. Nos sobran los testimonios de los actores contemporáneos señalando que
en las tropas del rey los peninsulares fallecidos eran sustituidos por los
oriundos del país.
Venezuela
fue la «América militar». En ningún otra parte del continente se peleó y mató
con tanta furia. Muchos jefes y caudillos dan la nota de un proceso que se
puede resumir con una sola palabra: anarquía. Bolívar, rayo de la guerra, tuvo
el mérito de ganar militarmente. Aunque el anhelo libertario se haya desdoblado
en los campos de batalla por la motivación del pillaje, el saqueo y el botín.
El famoso Negro Primero, llamado Pedro Camejo, le confesó a Páez que para él y
los suyos, los de su clase, la patria se reducía a una montura o uniforme
robado.
El 24
de junio en el campo de Carabobo se culminó esta guerra de significados tan
dispares como de conclusiones encubridoras de los hechos en sí. Tarea del
presente es aprender del pasado y estudiarlo sin las «jaulas ideológicas» que
hoy imperan.
El
sabio Andrés Bello (1781-1865) —y muchos otros más— prefirió huir del incendio
descomunal y no apoyó la Independencia porque se dio cuenta de que la guerra
civil sepultaba al pasado colonial con el cual se sentía directamente
identificado y representado. La Independencia dio como resultado la negación de
la cultura colonial, abrasando con su continuidad y lanzando al abismo a una
población maltrecha sin un referente de identidad definido. Hoy es necesario
revalorizar lo hispánico como parte esencial de la venezolanidad.
Finalizada
la guerra de Independencia, el triunfo no fue del pueblo ni de los mantuanos
que la iniciaron en 1810, sino de los caudillos revestidos de condecoraciones,
ejércitos privados y grandes latifundios. En esencia las dinámicas de la
economía colonial se mantuvieron y solo de manera nominal en las constituciones
aéreas se ejerció un tipo de sociedad liberal, conservadora, goda, federal,
legalista, republicana y mixta. Un simulacro en toda ley.
Ángel
R. Lombardi Boscán
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