Por Hugo Prieto
Las cuentas
estaban claras hasta que le pregunto a Luis Caraballo* qué nos pasó en el
adormecido lapso que media entre 1983 y 1998. 15 años para pensar y actuar -sin
prisa, pero sin pausa- a favor de los cambios y las transformaciones que exigía
el proceso democrático venezolano. No lo hicimos, nos quedamos sentados,
plácidamente, como el tipo que toma un baño de sol en la carátula del álbum
de Supertramp: ¿Crisis? ¿What Crisis?
Obviamente,
ni la historia ni el resto del mundo nos iban a esperar. Y menos cuando las
élites del país lo apostaron todo al caballo equivocado, haciendo caso omiso a
los indicios históricos, a las campanadas que retumbaban en esta parte del
mundo. ¿O acaso la elección de Fujimori, en el Perú, fue mera casualidad? No
somos suizos, dijo el sindicalista, pero así pensaba la clase política.
Sucumbimos al abismo. El propio Estado quebró la fuente de la riqueza nacional
y de la ruina no vamos a salir sino mediante el esfuerzo y el trabajo. Nos
queda una pulsión, la lucha por la libertad y la igualdad, que nos viene de la
independencia y podrían servir para reconstruir la democracia y crear un nuevo
modelo económico, siempre y cuando salgamos de nuestra zona de confort.
¿Qué
relación tenemos los venezolanos con la democracia? Pareciera que no ha sido un
valor persistente entre nosotros. ¿Podríamos hablar de una relación
conflictiva?
Esa relación
está fundada sobre la base de las dos variables fundamentales, que han movido
la conciencia política de los venezolanos: la lucha por la libertad y la lucha
por la igualdad. El pueblo venezolano, tal cual se conforma, es un pueblo
mestizo. Y el mestizaje le da una condición de pluralidad. El desarrollo de
nuestra sociedad va a transitar, desde la colonia hasta nuestros días, en una
tensión permanente porque cuando se interponen obstáculos a la libertad o a la
igualdad, los venezolanos se movilizan y luchan por ellas. Esta aseveración
está fundada en hechos históricos que han sido, precisamente, los que han
formado la conciencia nacional.
¿Cuáles
serían esos hechos históricos?
El proceso
político que se inicia con la emancipación, que a su vez va a generar el
desarrollo de la conciencia política y de la admisión de que la libertad y la
igualdad son consustanciales al ser venezolano. La guerra de Independencia y el
conjunto de acontecimientos sociopolíticos que ocurren durante todo el siglo
XIX están, de alguna manera, conectados con la dinámica de estas dos variables.
Claro, decir hoy que la relación con la democracia es conflictiva nos lleva a
distinguir dos aspectos esenciales. Por un lado, la función, el papel que han
jugado las élites. Y por el otro, la función y el papel que ha jugado la
ciudadanía. Es decir, de lo que llamamos modernamente la sociedad democrática
venezolana.
No creo que
los venezolanos hayamos construido una república cuyos pilares sean la libertad
y la igualdad. Me atrevería a decir que más bien ha sido una república
autoritaria desde el mismo comienzo de la independencia y que el germen del
autoritarismo también está presente a lo largo de nuestra historia.
No podría
desarrollar esta tesis en una entrevista. Déjame decir, entonces, lo siguiente.
Tanto nuestra historia como nuestra democracia son procesos históricos muy
recientes. El siglo XIX fue una permanente negación por la construcción de una
sociedad estable. ¿Por qué? Por una sencilla razón: la Guerra de Independencia
destruyó la poca armazón institucional de la colonia, que se estaba fraguando,
conformando, y, entre 1810 y 1821, esas endebles instituciones, sencillamente,
desaparecieron. La ruina, la destrucción, el colapso, fue total. No hubo ni los
recursos ni la estabilidad para construir un Estado y una nación. Recuerda que
la primera gran carretera que se construyó en este país (la carretera
trasandina) se hizo en el siglo XX. Es decir, en el siglo XIX no hubo
posibilidad de integrarnos territorialmente, que es el primer paso para la
existencia de un Estado nación. La violencia fue endémica y lo fue por la
ausencia de instituciones. ¿Que hubo intentos? Eso es otra cosa. Sí, los hubo y
(esos intentos) se hicieron a través no de una sino de varias constituciones y
de sus articulados. Cada una de ellas dibuja un Estado, una nación. Esa es la
singularidad del proceso político venezolano respecto a toda
Latinoamérica.
¿Será que
los venezolanos ignoramos o despreciamos las dificultades que tuvimos para
construir instituciones republicanas? ¿Por qué no nos reconocemos en esa
debilidad?
En parte
porque nuestra historiografía se ha centrado en el cultivo al héroe. Eso ha
sido suficientemente estudiado. Pero no hemos entrado a considerar, repito, los
imposibles que surgieron en el siglo XIX para construir una nación. La única
variable independiente de ese proceso es el esfuerzo descomunal de nuestros
intelectuales que, en su soledad, en su angustia, lograron mantener viva la
idea de vivir en un país moderno, estable, con instituciones y no violento.
Ellos siguen siendo una referencia fundamental en el desarrollo de la idea de
nación y de una democracia. Después de ese baño de sangre tan terrible, que fue
la Guerra de la Federación, se produjo el célebre decreto de garantías del
general Juan Crisóstomo Falcón. Allí está establecido, digamos, la semilla
formativa del discurso democrático venezolano. Eso costó mucha sangre. Pero de
ahí en adelante también fue imposible la aplicabilidad y la construcción de
condiciones para crear, insisto, una sociedad organizada y estable. El siglo
XIX fue el siglo de las guerras civiles y ese proceso concluye con el ascenso
al poder de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Fueron 90 años, sin
interrupción, en los que la violencia constituyó el factor fundamental para
impedir que Venezuela progresara. Ese es el balance. Ahí las cuentas están bien
claras.
Diría que
esa larga tradición de violencia está presente en los venezolanos. ¿Somos un
pueblo violento?
No lo somos.
Es mi tesis. Actualmente, no hay registros que indiquen que los venezolanos
somos un pueblo violento. Lo fuimos durante el siglo XIX, durante el cual la
población no pudo crecer. La tasa de mortalidad por vía de la violencia era muy
superior a la tasa de mortalidad por razones naturales. ¿Por qué? Porque se
creó una cultura de la violencia para el ejercicio del poder. ¿Qué ocurrió en
el siglo XX? Entre 1900 y 1935, a la muerte de Gómez, la violencia política en
Venezuela fue extirpada por dos razones: se crearon instituciones, se integró
el territorio nacional y, a su vez, eso produjo un estado anímico de paz. Es
decir, cesó la posibilidad de que un caudillo particular, fuera quien fuera,
alzara su peonada y «vamos a pelear contra otro caudillo». Por eso hubo
consentimiento al largo periodo de gobierno de Juan Vicente Gómez. Ese es el
ambiente que posibilita que en 1928 surja una generación de venezolanos que
-apoyados en el proceso de urbanización y en el claustro universitario-
hicieron posible que surgiera el proyecto democrático venezolano.
A la muerte
de Gómez, el país era una ebullición política de ideas acerca de las
instituciones y de la forma de gobierno que debíamos tener. ¿Pero qué vimos en
el siglo XX? Un país zigzagueante, con golpes de Estado y alzamientos
militares. La democracia en Venezuela ha sido una institución
tambaleante.
40 años de alternabilidad republicana, de elección de los poderes públicos mediante elecciones es, sin duda alguna, el período más largo de estabilidad y prosperidad en Venezuela. Es decir, la práctica histórica reciente nos ha indicado la posibilidad del desarrollo de la democracia en el país. Lo que pasa es que últimamente hubo un accidente histórico que interrumpe, mas no acaba, la tendencia histórica del pueblo venezolano en su lucha por la libertad y la igualdad. El accidente histórico es el gobierno instaurado a partir de 1998 a la fecha. Es una interrupción, mas no la demostración de que en Venezuela la democracia es inviable. ¿Por qué? Porque se estableció lo que algunos han llamado el gen democrático, que no es sino su conformación a partir de esas dos células: libertad e igualdad.
Podría
decirse que el 6 de diciembre de 1998, efectivamente, es un accidente
histórico, pero surge una inquietud, ¿por qué los venezolanos, a motu proprio,
sin intervención o presiones extranjeras, decidimos darle un espaldarazo a ese
accidente histórico?
Ese
espaldarazo no fue del pueblo venezolano sino de las elites de finales del
siglo XX venezolano, que no se habían acoplado en el sentido de seguir
profundizando un acuerdo político para superar la crisis que comienza a
expresarse a comienzos de los años 80. Chávez jamás hubiera podido llegar al
poder si no cuenta con el respaldo y los recursos de los factores de poder,
tanto económicos como políticos, sociales y culturales, que le asfaltaron el
camino para llegar a la presidencia de la república. Se había desarrollado una
crisis y los partidos políticos habían envejecido. No fueron capaces de refrescar
el proyecto democrático.
Entre 1983,
por señalar una fecha en la que comienza la crisis (el viernes negro) y el 6 de
diciembre de 1998 transcurren, justamente, 15 años. 15 años largos y las
élites, la clase política y la sociedad venezolana no pudieron remodelar,
rehacer, el proyecto democrático. No lo hicimos. Pasamos 15 años viendo la
crisis y la crisis nos devoró. Entonces, ¿qué compromiso había con la
construcción de la democracia? ¿Nos olvidamos de esas dos pulsiones, de la
igualdad y la libertad?
No. La
democracia está sustentada en el papel que juegan las élites políticas
democráticas, con respecto a su conducción. A la ciudadanía, al pueblo
venezolano, no se le puede endosar la culpabilidad de quienes contribuyeron a
profundizar y a buscar la salida a la crisis, por la vía de la instauración de
un gobierno de la naturaleza del que se eligió en diciembre de 1998. Había
ejemplos históricos, había ejemplos recientes en América Latina que nos
indicaban que un salvador de la patria podía derivar, tal cual como sucede
siempre, en un dictador. No quisimos ver la primera campanada de alerta para
los venezolanos: el ascenso al poder en Perú de un Fujimori. No tuvimos la
visión política para advertir el crecimiento de la abstención, que limitaba la
participación ciudadana en la elección de sus gobernantes, porque se empezó a
agotar el liderazgo político. Las élites no tuvieron la capacidad de advertir
que el petróleo, la fuente de la riqueza nacional, ya indicaba que el rentismo
no podía seguir financiando a un Estado poderoso, a un Estado interventor, a un
Estado manirroto. Es decir, las evidencias históricas estaban, pero ¿quiénes
eran los receptores de ese mensaje? Precisamente las élites (todas ellas) del
país. Se aferraron primero a creencias, y esas creencias indicaban que «el
mundo cambiaba menos nosotros». Pero ya asomaban las tendencias que
hoy son dominantes. Recordemos la frase infeliz del jefe de Acción Democrática,
el dirigente sindical Manuel Peñalver, cuando respondió que nosotros “no somos
suizos”, como si los cambios que estremecían al mundo no comenzaban a soplar en
Venezuela. Si bien Peñalver era un dirigente sindical, lo que esto reflejaba es
que las élites políticas estaban pensando lo mismo.
¿Quiénes
somos nosotros para pensar que los soplos de cambio no iban a llegar a las
costas de Venezuela? El mundo está en crisis. Occidente está debilitado. ¿A
cuenta de qué podíamos esquivar la ola de las grandes transformaciones?
Exactamente.
¿Usted cree
que las élites del año 98 fueron reemplazadas? ¿Los sustitutos están
comprometidos con los valores de la libertad, la igualdad y la democracia?
Desde el
punto de vista cronológico, aquí ya han desaparecido varias generaciones. La
más reciente de ellas irrumpió al calor de esta crisis histórica, que ya
llevamos 22 años viviendo y padeciendo. Aquí se ha demostrado que han surgido,
como resultado del proceso democrático, miles de hombres y mujeres talentosos
que hoy conforman el capital humano, sobre el cual habrá de reconstruirse,
irremediable e impostergablemente, la Venezuela del siglo XXI. Ese capital
humano nosotros no lo teníamos, una parte está en el país y otra está regada
por el mundo. Pero es nuestra marca. Hay otro capital humano que ha surgido a
partir de la profunda reflexión que hemos hecho, tanto individual como
colectivamente, luego de soportar las consecuencias de una crisis generalizada,
como nunca antes se había vivido en Venezuela. No creas tú que lo que estamos
viviendo y padeciendo no forma parte de la creación de una nueva conciencia
política y cultural de los venezolanos. La hiperinflación, la destrucción de la
riqueza nacional, como consecuencia de políticas deliberadas, han transformado
la relación entre la sociedad y el Estado. Lo que está sucediendo y lo que va a
suceder es una verdadera revolución. El Estado poderoso, dueño de la nación
venezolana, se terminó por dos razones. Una, porque destruyó la industria
petrolera. Y dos, porque el cambio climático y las nuevas tecnologías van a
demandar menos combustibles fósiles.
Le pregunto,
con todas las dudas que me asaltan en este momento, producto de esta crisis:
¿aquí hay razones para ser optimistas? ¿Será que Luis Caraballo
es optimista?
Claro, yo
soy optimista. Y lo soy porque mi optimismo está fundamentado en la experiencia
histórica venezolana. Esta es una sociedad que al tener como pulsión (a lo
largo de su vida republicana) la lucha por la igualdad y la libertad, se
encontrará de nuevo con esos factores para impulsar los procesos de
transformación y de cambio, que habrán de producirse en el futuro inmediato en
el país. ¿Por qué eso? Porque el Estado todopoderoso que se creó en la época de
Juan Vicente Gómez, así como el Estado interventor de la era democrática, ha
sido destruido en estos 20 años. Ahora, y por primera vez, emergerá la sociedad
venezolana como un verdadero agente histórico y de construcción de un nuevo
modelo de democracia y de un nuevo modelo de economía, que ya no estará fundado
en la explotación de los hidrocarburos, sino en la creación de riqueza nacional
producto del trabajo, del esfuerzo, de la inversión, de la innovación del
talento del capital humano con que cuenta el país.
***
*Luis A. Caraballo Vivas. Licenciado
en Historia. Profesor de la Universidad de los Andes. Fundador de la Cátedra
Simón Bolívar en la ULA. Coordinador general de la Universidad Popular Alberto
Carnevalli. Integrante de la tertulia de los martes.
30-01-22
https://prodavinci.com/luis-caraballo-las-elites-tambien-pensaron-que-no-somos-suizos/
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