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domingo, 30 de enero de 2022

Luis Caraballo: “Las élites también pensaron que no somos suizos” por @prodavinci

Por Hugo Prieto

Las cuentas estaban claras hasta que le pregunto a Luis Caraballo* qué nos pasó en el adormecido lapso que media entre 1983 y 1998. 15 años para pensar y actuar -sin prisa, pero sin pausa- a favor de los cambios y las transformaciones que exigía el proceso democrático venezolano. No lo hicimos, nos quedamos sentados, plácidamente, como el tipo que toma un baño de sol en la carátula del álbum de Supertramp: ¿Crisis? ¿What Crisis?

Obviamente, ni la historia ni el resto del mundo nos iban a esperar. Y menos cuando las élites del país lo apostaron todo al caballo equivocado, haciendo caso omiso a los indicios históricos, a las campanadas que retumbaban en esta parte del mundo. ¿O acaso la elección de Fujimori, en el Perú, fue mera casualidad? No somos suizos, dijo el sindicalista, pero así pensaba la clase política. Sucumbimos al abismo. El propio Estado quebró la fuente de la riqueza nacional y de la ruina no vamos a salir sino mediante el esfuerzo y el trabajo. Nos queda una pulsión, la lucha por la libertad y la igualdad, que nos viene de la independencia y podrían servir para reconstruir la democracia y crear un nuevo modelo económico, siempre y cuando salgamos de nuestra zona de confort. 

¿Qué relación tenemos los venezolanos con la democracia? Pareciera que no ha sido un valor persistente entre nosotros. ¿Podríamos hablar de una relación conflictiva?

Esa relación está fundada sobre la base de las dos variables fundamentales, que han movido la conciencia política de los venezolanos: la lucha por la libertad y la lucha por la igualdad. El pueblo venezolano, tal cual se conforma, es un pueblo mestizo. Y el mestizaje le da una condición de pluralidad. El desarrollo de nuestra sociedad va a transitar, desde la colonia hasta nuestros días, en una tensión permanente porque cuando se interponen obstáculos a la libertad o a la igualdad, los venezolanos se movilizan y luchan por ellas. Esta aseveración está fundada en hechos históricos que han sido, precisamente, los que han formado la conciencia nacional. 

¿Cuáles serían esos hechos históricos?

El proceso político que se inicia con la emancipación, que a su vez va a generar el desarrollo de la conciencia política y de la admisión de que la libertad y la igualdad son consustanciales al ser venezolano. La guerra de Independencia y el conjunto de acontecimientos sociopolíticos que ocurren durante todo el siglo XIX están, de alguna manera, conectados con la dinámica de estas dos variables. Claro, decir hoy que la relación con la democracia es conflictiva nos lleva a distinguir dos aspectos esenciales. Por un lado, la función, el papel que han jugado las élites. Y por el otro, la función y el papel que ha jugado la ciudadanía. Es decir, de lo que llamamos modernamente la sociedad democrática venezolana. 

No creo que los venezolanos hayamos construido una república cuyos pilares sean la libertad y la igualdad. Me atrevería a decir que más bien ha sido una república autoritaria desde el mismo comienzo de la independencia y que el germen del autoritarismo también está presente a lo largo de nuestra historia.

No podría desarrollar esta tesis en una entrevista. Déjame decir, entonces, lo siguiente. Tanto nuestra historia como nuestra democracia son procesos históricos muy recientes. El siglo XIX fue una permanente negación por la construcción de una sociedad estable. ¿Por qué? Por una sencilla razón: la Guerra de Independencia destruyó la poca armazón institucional de la colonia, que se estaba fraguando, conformando, y, entre 1810 y 1821, esas endebles instituciones, sencillamente, desaparecieron. La ruina, la destrucción, el colapso, fue total. No hubo ni los recursos ni la estabilidad para construir un Estado y una nación. Recuerda que la primera gran carretera que se construyó en este país (la carretera trasandina) se hizo en el siglo XX. Es decir, en el siglo XIX no hubo posibilidad de integrarnos territorialmente, que es el primer paso para la existencia de un Estado nación. La violencia fue endémica y lo fue por la ausencia de instituciones. ¿Que hubo intentos? Eso es otra cosa. Sí, los hubo y (esos intentos) se hicieron a través no de una sino de varias constituciones y de sus articulados. Cada una de ellas dibuja un Estado, una nación. Esa es la singularidad del proceso político venezolano respecto a toda Latinoamérica. 

¿Será que los venezolanos ignoramos o despreciamos las dificultades que tuvimos para construir instituciones republicanas? ¿Por qué no nos reconocemos en esa debilidad?

En parte porque nuestra historiografía se ha centrado en el cultivo al héroe. Eso ha sido suficientemente estudiado. Pero no hemos entrado a considerar, repito, los imposibles que surgieron en el siglo XIX para construir una nación. La única variable independiente de ese proceso es el esfuerzo descomunal de nuestros intelectuales que, en su soledad, en su angustia, lograron mantener viva la idea de vivir en un país moderno, estable, con instituciones y no violento. Ellos siguen siendo una referencia fundamental en el desarrollo de la idea de nación y de una democracia. Después de ese baño de sangre tan terrible, que fue la Guerra de la Federación, se produjo el célebre decreto de garantías del general Juan Crisóstomo Falcón. Allí está establecido, digamos, la semilla formativa del discurso democrático venezolano. Eso costó mucha sangre. Pero de ahí en adelante también fue imposible la aplicabilidad y la construcción de condiciones para crear, insisto, una sociedad organizada y estable. El siglo XIX fue el siglo de las guerras civiles y ese proceso concluye con el ascenso al poder de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Fueron 90 años, sin interrupción, en los que la violencia constituyó el factor fundamental para impedir que Venezuela progresara. Ese es el balance. Ahí las cuentas están bien claras. 

Diría que esa larga tradición de violencia está presente en los venezolanos. ¿Somos un pueblo violento?

No lo somos. Es mi tesis. Actualmente, no hay registros que indiquen que los venezolanos somos un pueblo violento. Lo fuimos durante el siglo XIX, durante el cual la población no pudo crecer. La tasa de mortalidad por vía de la violencia era muy superior a la tasa de mortalidad por razones naturales. ¿Por qué? Porque se creó una cultura de la violencia para el ejercicio del poder. ¿Qué ocurrió en el siglo XX? Entre 1900 y 1935, a la muerte de Gómez, la violencia política en Venezuela fue extirpada por dos razones: se crearon instituciones, se integró el territorio nacional y, a su vez, eso produjo un estado anímico de paz. Es decir, cesó la posibilidad de que un caudillo particular, fuera quien fuera, alzara su peonada y «vamos a pelear contra otro caudillo». Por eso hubo consentimiento al largo periodo de gobierno de Juan Vicente Gómez. Ese es el ambiente que posibilita que en 1928 surja una generación de venezolanos que -apoyados en el proceso de urbanización y en el claustro universitario- hicieron posible que surgiera el proyecto democrático venezolano. 

A la muerte de Gómez, el país era una ebullición política de ideas acerca de las instituciones y de la forma de gobierno que debíamos tener. ¿Pero qué vimos en el siglo XX? Un país zigzagueante, con golpes de Estado y alzamientos militares. La democracia en Venezuela ha sido una institución tambaleante. 

40 años de alternabilidad republicana, de elección de los poderes públicos mediante elecciones es, sin duda alguna, el período más largo de estabilidad y prosperidad en Venezuela. Es decir, la práctica histórica reciente nos ha indicado la posibilidad del desarrollo de la democracia en el país. Lo que pasa es que últimamente hubo un accidente histórico que interrumpe, mas no acaba, la tendencia histórica del pueblo venezolano en su lucha por la libertad y la igualdad. El accidente histórico es el gobierno instaurado a partir de 1998 a la fecha. Es una interrupción, mas no la demostración de que en Venezuela la democracia es inviable. ¿Por qué? Porque se estableció lo que algunos han llamado el gen democrático, que no es sino su conformación a partir de esas dos células: libertad e igualdad.  

Podría decirse que el 6 de diciembre de 1998, efectivamente, es un accidente histórico, pero surge una inquietud, ¿por qué los venezolanos, a motu proprio, sin intervención o presiones extranjeras, decidimos darle un espaldarazo a ese accidente histórico?

Ese espaldarazo no fue del pueblo venezolano sino de las elites de finales del siglo XX venezolano, que no se habían acoplado en el sentido de seguir profundizando un acuerdo político para superar la crisis que comienza a expresarse a comienzos de los años 80. Chávez jamás hubiera podido llegar al poder si no cuenta con el respaldo y los recursos de los factores de poder, tanto económicos como políticos, sociales y culturales, que le asfaltaron el camino para llegar a la presidencia de la república. Se había desarrollado una crisis y los partidos políticos habían envejecido. No fueron capaces de refrescar el proyecto democrático. 

Entre 1983, por señalar una fecha en la que comienza la crisis (el viernes negro) y el 6 de diciembre de 1998 transcurren, justamente, 15 años. 15 años largos y las élites, la clase política y la sociedad venezolana no pudieron remodelar, rehacer, el proyecto democrático. No lo hicimos. Pasamos 15 años viendo la crisis y la crisis nos devoró. Entonces, ¿qué compromiso había con la construcción de la democracia? ¿Nos olvidamos de esas dos pulsiones, de la igualdad y la libertad?

No. La democracia está sustentada en el papel que juegan las élites políticas democráticas, con respecto a su conducción. A la ciudadanía, al pueblo venezolano, no se le puede endosar la culpabilidad de quienes contribuyeron a profundizar y a buscar la salida a la crisis, por la vía de la instauración de un gobierno de la naturaleza del que se eligió en diciembre de 1998. Había ejemplos históricos, había ejemplos recientes en América Latina que nos indicaban que un salvador de la patria podía derivar, tal cual como sucede siempre, en un dictador. No quisimos ver la primera campanada de alerta para los venezolanos: el ascenso al poder en Perú de un Fujimori. No tuvimos la visión política para advertir el crecimiento de la abstención, que limitaba la participación ciudadana en la elección de sus gobernantes, porque se empezó a agotar el liderazgo político. Las élites no tuvieron la capacidad de advertir que el petróleo, la fuente de la riqueza nacional, ya indicaba que el rentismo no podía seguir financiando a un Estado poderoso, a un Estado interventor, a un Estado manirroto. Es decir, las evidencias históricas estaban, pero ¿quiénes eran los receptores de ese mensaje? Precisamente las élites (todas ellas) del país. Se aferraron primero a creencias, y esas creencias indicaban que «el mundo cambiaba menos nosotros». Pero ya asomaban las tendencias que hoy son dominantes. Recordemos la frase infeliz del jefe de Acción Democrática, el dirigente sindical Manuel Peñalver, cuando respondió que nosotros “no somos suizos”, como si los cambios que estremecían al mundo no comenzaban a soplar en Venezuela. Si bien Peñalver era un dirigente sindical, lo que esto reflejaba es que las élites políticas estaban pensando lo mismo. 

¿Quiénes somos nosotros para pensar que los soplos de cambio no iban a llegar a las costas de Venezuela? El mundo está en crisis. Occidente está debilitado. ¿A cuenta de qué podíamos esquivar la ola de las grandes transformaciones?

Exactamente. 

¿Usted cree que las élites del año 98 fueron reemplazadas? ¿Los sustitutos están comprometidos con los valores de la libertad, la igualdad y la democracia?

Desde el punto de vista cronológico, aquí ya han desaparecido varias generaciones. La más reciente de ellas irrumpió al calor de esta crisis histórica, que ya llevamos 22 años viviendo y padeciendo. Aquí se ha demostrado que han surgido, como resultado del proceso democrático, miles de hombres y mujeres talentosos que hoy conforman el capital humano, sobre el cual habrá de reconstruirse, irremediable e impostergablemente, la Venezuela del siglo XXI. Ese capital humano nosotros no lo teníamos, una parte está en el país y otra está regada por el mundo. Pero es nuestra marca. Hay otro capital humano que ha surgido a partir de la profunda reflexión que hemos hecho, tanto individual como colectivamente, luego de soportar las consecuencias de una crisis generalizada, como nunca antes se había vivido en Venezuela. No creas tú que lo que estamos viviendo y padeciendo no forma parte de la creación de una nueva conciencia política y cultural de los venezolanos. La hiperinflación, la destrucción de la riqueza nacional, como consecuencia de políticas deliberadas, han transformado la relación entre la sociedad y el Estado. Lo que está sucediendo y lo que va a suceder es una verdadera revolución. El Estado poderoso, dueño de la nación venezolana, se terminó por dos razones. Una, porque destruyó la industria petrolera. Y dos, porque el cambio climático y las nuevas tecnologías van a demandar menos combustibles fósiles. 

Le pregunto, con todas las dudas que me asaltan en este momento, producto de esta crisis: ¿aquí hay razones para ser optimistas? ¿Será que Luis Caraballo es optimista?

Claro, yo soy optimista. Y lo soy porque mi optimismo está fundamentado en la experiencia histórica venezolana. Esta es una sociedad que al tener como pulsión (a lo largo de su vida republicana) la lucha por la igualdad y la libertad, se encontrará de nuevo con esos factores para impulsar los procesos de transformación y de cambio, que habrán de producirse en el futuro inmediato en el país. ¿Por qué eso? Porque el Estado todopoderoso que se creó en la época de Juan Vicente Gómez, así como el Estado interventor de la era democrática, ha sido destruido en estos 20 años. Ahora, y por primera vez, emergerá la sociedad venezolana como un verdadero agente histórico y de construcción de un nuevo modelo de democracia y de un nuevo modelo de economía, que ya no estará fundado en la explotación de los hidrocarburos, sino en la creación de riqueza nacional producto del trabajo, del esfuerzo, de la inversión, de la innovación del talento del capital humano con que cuenta el país.  

***

*Luis A. Caraballo Vivas. Licenciado en Historia. Profesor de la Universidad de los Andes. Fundador de la Cátedra Simón Bolívar en la ULA. Coordinador general de la Universidad Popular Alberto Carnevalli. Integrante de la tertulia de los martes.

30-01-22

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