Por Simón García
El debate entre las
fuerzas de cambio, sean las que están en la vía electoral o las que aún se
resisten a asumirla, no tiene que ser conflictivo. Ambas coinciden en
señalar como causa de la crisis la implantación de un sistema autocrático.
Ambas saben que es imposible reconstruir al país profundizando su división y
sus enfrentamientos. Ambas comparten la importancia de aumentar su representatividad,
mejorar su organización en la sociedad e incrementar su relación con sectores
que, luchando por sobrevivir o frustrados por errores opositores, permanecen al
margen de la política. Las diferencias estriban en las vías y las estrategias
adecuadas para avanzar, aspectos en los que hay que construir una clara mayoría
y sobre la cual los partidos deben pronunciarse.
El encuentro entre esas fuerzas no depende
de llamados o decretos, sino de la satisfacción de los objetivos particulares
de cada organización. Los resortes de sus diferencias los mueven intereses
concretos como ser la mayoría o la minoría más pura. Pero los hechos han
reiterado a todos que divididos no van lejos, así que se fragmentan por la
ambición de ejercer el poder sin compartirlo. Estamos en la fase infantil de
una vocación política que pretende realizar democracia sustrayendo
participación a otras organizaciones y a los ciudadanos.
El lema de la vieja política enarbola como
su meta absoluta conquistar, ejercer y mantener el poder. Esta visión, al
separarse de su finalidad, olvida lo social ( insuficiencia que limitó el
desarrollo de la democracia durante el pacto de Punto Fijo) y deja de lado la
condición programática, la fortaleza de los ideales y la consistencia de ética
pública que sostiene a un proyecto de país. El pragmatismo convierte la política en
virutas que degradan su calidad y empeoran los resultados.
Nuestra élite dirigente no es un desecho.
Tienen formación, trayectoria y ha bregado con un plan autocrático sofisticado
llevado a cabo por un aparato del Estado que cuenta con nuevas tecnologías de
dominio social. Pero ha cometido errores y los ha ocultado por ausencia de
autocrítica. Lo que brota a la superficie es que concentran sus esfuerzos en
controlar sus organizaciones, en vez de orientarlas, abrirle espacio a las
innovaciones y estimular sus desempeños como movimientos de solidaridad con las
víctimas sociales del régimen. El debate es para renovar.
Las distintas oposiciones no se unirán por decreto. Requieren integrar las disidencias y las propuestas contrarias a un plan mínimo común. Es inconveniente usar el Referendo revocatorio o la preparación para elecciones presidenciales más competitivas como líneas rojas para ahondar la división de la oposición por obra de ella misma. Uno y otra pueden abordarse como acciones compatibles dentro de una línea de acumulación de ventajas y conquista de la mayor eficacia posible para obtener las victorias de cambio necesarias. El debate es para sumar.
El debate no
es una abstracción. Implica formular un discurso, con más sustantivos que
adjetivos, para definir los perfiles de una nueva oposición: promoción
irrenunciable de la vía electoral; reconstrucción de la organización social;
renovación de los partidos; apertura a los entendimientos, dentro de la
oposición y con actores ubicados en el campo dominante.
Se necesita acción, astucia e inteligencia
para contener a los factores oficialistas que quieren bloquear la menor
flexibilización con más dictadura. Acción para mejorar la vida de las
localidades donde hay gobernadores y alcaldes que deben tener como su prioridad
a la gente y no a la conservación autoritaria del poder. Acción para demostrar
que la oposición es una alternativa confiable.
Simón García es analista político. Cofundador
del MAS.
23-01-22
https://talcualdigital.com/debatir-y-actuar-por-simon-garcia/
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