Por Fernando Mires
1. Raro pero
interesante: las elecciones regionales venezolanas del 21-N no suscitaron
interés en la prensa internacional. Cuando más una noticia en letra chica
señalando que los contingentes del “socialista” Maduro habían derrotado a los
“conservadores” (así entienden la política latinoamericana los diarios
europeos). En cambio, las elecciones del 9-D en Barinas fueron cubiertas de un
modo casi tan extenso como el avance de Rusia a Kazajistán. “Notable”, diría el
historiador Elías Pino Iturrieta.
¿Cómo explicar tamaña
discordancia? Quizás por la misma razón por la que los venezolanos concentraron
en esas elecciones una enorme atención. La explicación es obvia: en un país
donde se concede tanta importancia a los símbolos, la contienda electoral de
Barinas debía ser muy simbólica. Para ambas partes. Barinas es la tierra de
Chávez (y de la familia Chávez).
El triunfo sorpresivo
de Freddy Superlano (VP) sobre Argenis Chávez, fue considerado por el PSUV como
una afrenta a la memoria del líder totémico, y como tal debía ser vengada. De
acuerdo a la religión chavista, la “tierra santa” había sido ocupada por los
infieles. Y bien, como es sabido, la lucha por la apropiación de símbolos la
ganó la oposición y su candidato Sergio Garrido (AD) con un aplastante 55 por
ciento en contra del 41 por ciento obtenido por Jorge Arreaza, candidato del
PSUV. (Para un pormenorizado análisis de las elecciones, ver Ricardo Sucre, Elecciones
en Barinas)
Aparentemente una
victoria espectacular pero simbólica. Y así y todo, muy importante si
consideramos que la lucha política tiene una dimensión simbólica. Más todavía
si pensamos que la lucha por la apropiación de símbolos, dicho en estilo
gramsciano, no está separada de la lucha por la hegemonía.
A esa deducción
podríamos agregar que los resultados abren nuevas condiciones, pero no para el
gobierno sino para la oposición. La más clara, la más objetiva, la más real,
fue que las elecciones no solo significaron una derrota simbólica del
madurismo, sino una derrota de la línea abstencionista representada por Guaidó
y su guía espiritual Leopoldo López: El fin del mantra que relegaba a las
elecciones a un tercer lugar después de una fantasiosa caída de Maduro y de un
imaginario gobierno de transición.
Los tiempos de Guaidó
ya no pertenecen al presente. Atrás quedaron las ayudas sanitarias
insurreccionales (Cucutazo), los desembarcos playeros (Macuto), los intentos de
golpe de estado (30A, 2019), los drones artesanales, la promesa de una invasión
extranjera nacida de la frivolidad de Trump y de sus diletantes expertos, y de
cuanta locura pasó por VP, PJ y AD.
Cuando fueron dados a
conocer los resultados, los mitos abstencionistas “votar no es elegir”, “no las
llames elecciones”, “no con este CNE”, “quien cuenta votos gana” y tantos más,
se vinieron al suelo. Barinas demostró de nuevo lo que las elecciones
parlamentarias del 2015 ya habían demostrado: cuando hay claridad de objetivos,
unidad política y participación masiva, no hay fraude posible.
En secuencia
historiográfica, no fue Barinas la que liquidó el
proyecto insurreccional de López y sus
secuaces. Este ya había colapsado. Como escribió el
economista Francisco R. Rodríguez: “La legitimidad de la
presidencia de Guaidó es endeble, tanto legal como políticamente. Nunca ganó
una elección nacional, su mandato como legislador expiró hace más de un año y
sus cifras de aceptación en las encuestas son tan bajas como las de Maduro. Su
interpretación de la Constitución es muy controversial, especialmente
después de que expiró el mandato de cinco años de la Asamblea Nacional, el 5 de
enero de 2021.
La administración de
fondos públicos bajo su responsabilidad ha sido objeto de intensas críticas,
incluso por parte de los principales miembros de su coalición, por su
falta de transparencia y los escándalos de corrupción en el manejo de compañías
estatales en países que lo reconocen como presidente”.
El gobierno interino de
Guaidó ya estaba en pleno descrédito antes de Barinas. Barinas solo lo
evidenció. Gracias a esas elecciones, la oposición está ahora en condiciones de
regresar a la línea que nunca debió haber abandonado: la democrática,
constitucional, pacífica y electoral. Esa línea será, sin duda, un punto de
partida: Un nuevo comienzo.
2. El camino que
sigue es difícil de transitar, más si tenemos en cuenta que la de Barinas será
la última elección antes de las presidenciales del 2024. Sin otras elecciones a
la vista, las tendencias regresivas pueden retornar en cualquier momento. La
oposición democrática ha obtenido una batalla en contra de Maduro y del
abstencionismo de López/ Guaidó. Pero todavía está lejos de ganar la guerra. La
línea electoral es solo parte de una política que la trasciende y no una
política en sí.
De modo que si no hay
elecciones ad portas, los otros tres puntos cardinales de la brújula opositora
seguirán vigentes: el democrático, el constitucional y el pacífico.
El punto democrático
supone representar al pueblo en las instituciones. Tarea difícil pues las
principales están en manos del gobierno y por lo menos dos de ellas fueron
regaladas por la oposición a Maduro. La presidencia le fue regalada por el
abstencionismo del 2018, capitulación determinada por la incapacidad de la
oposición para designar un candidato único. El parlamento (la AN) le fue
regalado por el interinato. Difícil encontrar en el mundo una oposición tan
generosa con el adversario como ha sido la venezolana.
Para decirlo con
palabras más claras: Maduro no ha usurpado ningún poder. Todos los poderes que
maneja los recibió de una oposición usurpada por el extremismo opositor. De la
aceptación de esa verdad objetiva, deberá partir la oposición. Maduro, desde
ese punto de vista, no es un usurpador. Su acceso al poder frente a una
oposición que se negó a votar, fue legítimo y legal.
La lógica más elemental
indica que toda oposición debe votar por un gobierno con el objetivo de
derrotarlo. Pero para derrotar al enemigo hay que reconocer su existencia.
Ahora bien, reconocer a Maduro para derrotarlo pasa necesariamente por el
desconocimiento del interinato como gobierno paralelo. Eso significa: para
derrotar electoralmente a Maduro, la oposición debe deslindase del gobierno
interino (que no es gobierno ni interino). Esa, a su vez, es la razón principal
por la cual el interinato se ha opuesto hasta ahora a la vía electoral pues de
acuerdo a los tres principios de López/Guaidó, nació como organismo destinado a
dirigir una insurrección popular en contra de, según ese discurso, una
dictadura.
Al votar masivamente en
Barinas, la oposición rompió aparentemente con el lema “en dictadura no se
vota”. Pero solo aparentemente, porque el lema en parte es cierto. En
dictadura, generalmente, no se vota. Pero no se vota porque la gente no debe o
no quiere votar, sino porque toda dictadura, por definición, suprime al voto.
¿Quiere decir entonces que la de Maduro no es una dictadura? Efectivamente;
desde el punto de vista constitucional no lo es. Este tema merece un comentario
adicional.
El gobierno de Maduro no ha tenido, nadie lo puede negar, un comportamiento democrático. Hay cárceles, hay torturas, hay permanentes violaciones a los derechos humanos, todo denunciado en los informes que desde la ONU ha emitido Michelle Bachelet. Pero –y este es un punto teórico– no todo gobierno anti- o no-democrático es una dictadura. Por eso la mayoría de los analistas internacionales prefieren definir al de Maduro como gobierno autocrático, o simplemente autoritario. Quizás esas mismas razones explican por qué Teodoro Petkoff se negó siempre a calificar al gobierno de Chávez como a una dictadura.
Como hemos anotado en
otros artículos, el de Maduro es equivalente a otras autocracias similares. Las
más parecidas son las que rigen en países que bordean a la Rusia de Putin. Se
trata de gobiernos que contienen en sí elementos dictatoriales, pero también
otros que sin ser democráticos, son al menos republicanos. Dependiendo de las
circunstancias, si una oposición busca una confrontación violenta, esos
gobiernos muestran sus dientes dictatoriales. Pero cuando la oposición actúa
políticamente, no tiene más alternativa, en muchas ocasiones, que actuar
también políticamente.
Ahora bien, la tarea de
una oposición política y no militar, obvio, es llevar a los gobiernos anti o no
democráticos, al enfrentamiento político (al cual pertenecen las elecciones) y
no al militar. Solo a un ser tan antipolítico como Leopoldo López se le puede
ocurrir una insurrección militar sin militares y enviar a las masas al
sacrificio como intentó hacerlo en “la salida” y después con su golpecillo del
30 A.
De todo ese lastre, la
oposición democrática, si quiere reconstruir una vía política, deberá
deslindarse. En parte comenzó a hacerlo en Barinas. Pero solo en parte.
3. Sabiendo que en
un clima no- confrontaciones no tiene nada que hacer, la camarilla que
representa Guaidó ha optado por aceptar el triunfo electoral de Barinas, como
si fuera la cosa más natural del mundo, como si siempre hubiera participado en
elecciones, como si nunca hubiera llamado a la abstención ¿Un cambio de
estrategia? La reciente experiencia histórica no lo indica así.
Cuando los extremistas
reconocen triunfos electorales lo hacen solo para ponerlos al servicio de su
extremismo. Así fue como el gran triunfo en las parlamentarias del 2015 les
sirvió para usar a la AN como trampolín para el salto insurreccional. Basta
recordar que el revocatorio del 2016 surgió como alternativa a un extremismo
que apostaba por el “Maduro vete ya” de María Corina Machado o por aplicar el
artículo 233. Las jornadas callejeras del 2017, surgidas originariamente en
defensa de la AN fueron canalizadas por el extremismo para avanzar hasta Miraflores,
oponiendo a los militares de Maduro, estudiantes con escudos de cartón.
Nunca, desde el año
2002 hasta ahora, el extremismo ha cejado en su empeño atajaste. No hay ningún
motivo entonces para suponer que esta vez no intentará usar el triunfo de
Barinas como plataforma para buscar otro atajo anticonstitucional,
antidemocrático y anti electoral.
Entre esas aventuras ya
comienza a asomar otro revocatorio. Su objetivo está claro: El revocatorio es
un medio inventado por el extremismo para que la oposición no se reconstituya y
siga adherida a la estructura de la política comandada por López/Guaidó y así
esta no sea cuestionada.
El revocatorio es
el otro nombre del abstencionismo. De ahí que una de las tareas inmediatas
de la oposición democrática deberá ser la de bloquear al
revocatorio antes de que se convierta en realidad. Importante
sería en ese sentido que Sergio Garrido y otros
políticos democráticos levantaran su voz en contra
de las regresiones anti políticas que se avecinan.
La oposición
democrática no está en condiciones de intentar ningún acto de derrocamiento.
Pero –Barinas lo demostró– sí está en condiciones de derrotar a Maduro. Pero
derrotar, hay que decirlo muchas veces, no es derrocar. Derrotar es vencer al
enemigo con las armas de la política y no con la política de las armas. O como
formulé en otro texto, derrocar es un acto de fuerza, derrotar es un proceso
político. Un proceso que lleva no a la eliminación del adversario –para eso
sería necesario una dictadura– sino, como dice Ricardo Sucre, a construir un
camino que lleva a la alternancia en el poder.
El periodo no
electoral puede ser utilizado por la
oposición para buscar la comunicación con la
ciudadanía, perdida después de tantas aventuras sin ton ni son.
Conectar a la política con el pueblo es tarea fundamental.
Abandonar la idea de que hay que seguir a algún líder
iluminado, es decisivo. Apoyar proyectos de reconstitución
social, como iniciativas civiles, derecho-humanistas, ecológicas, de género, de
etnias, poblacionales, y tantas más, es impostergable. La
política se hace sobre el suelo de la tierra y no sobre la base de ilusiones y
fantasías.
4. No por último la
oposición democrática deberá rechazar las sanciones económicas impuestas bajo
la presión del interinato a Venezuela. Los hechos han demostrado que intentar
obtener réditos gracias al hambre de un pueblo, es definitivamente
criminal. Para citar nuevamente a Francisco R. Rodríguez: “Poner de
rodillas a una economía, arrebatándole su capacidad de comprar bienes para promover
un cambio político es cruel, inhumano y contrario al derecho internacional.
Es el equivalente
moderno de un estado de sitio: el intento de someter a las ciudades de hambre,
lo que hoy se considera un crimen de guerra. Los ataques deliberados contra la
población civil no deberían tener cabida en la política exterior de una nación
civilizada. La Unión Europea y Canadá, entre otros, se han limitado
explícitamente a la adopción de sanciones individuales a los funcionarios del
régimen, y los líderes europeos declaran explícitamente que nunca considerarán
sanciones que perjudiquen a todos los venezolanos. Es vergonzoso que Estados
Unidos sea un caso atípico en este tema”.
En un clima menos
confrontacional, evitando incluso las provocaciones del gobierno, la oposición
puede además colaborar en la reconstrucción de las organizaciones de los
trabajadores, hoy prácticamente desaparecidas. Para que eso ocurra, y
conectando con el mandato que legara el plebiscito del 2007 (la primera derrota
propinada a Chávez y al chavismo) la oposición democrática estará obligada a
convertirse en guardiana de la constitución. La oposición ha de ser
constitucional o no ser.
En
palabras finales, se trata de volver al trabajo árido y gris de la
política diaria sin perder de vista las perspectivas históricas. Para
que eso sea posible es necesario un mínimo de
normalización o, para decirlo mejor, la existencia de algo
parecido a una “sociedad”. Ello supone, guste o
no, aceptar cierta coexistencia con el gobierno de
Maduro. Todo lo tensa que se quiera, pero inevitable en tanto gobierno y
oposición comparten un mismo territorio de lucha.
Por eso hay que
reiterar: para enfrentar y derrotar electoral y
constitucionalmente a Maduro, la oposición democrática deberá
liberarse del insoportable peso del interinato. No hay otra
alternativa. La continuidad política nunca, en ninguna parte, se
ha dado sin rupturas.
Fernando Mires
es (Prof. Dr.), fundador de la revista POLIS, Escritor, Político, con
incursiones en literatura, filosofía y fútbol.
18-01-22
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