Tulio Hernandez 01 de marzo de 2022
“¿Es
verdad que Petro va a ganar las elecciones presidenciales?”. Es la
pregunta que con reiterada frecuencia nos hacen, con temor, los venezolanos
demócratas a quienes vivimos en Colombia. Había tratado de no opinar sobre el
tema. Primero, porque desde que vivo en Colombia he comprendido que es esta una
de las naciones políticamente más complejas y difíciles de entender y explicar
de toda América Latina. Y, segundo, porque los venezolanos demócratas, víctimas
como somos del abuso de poder de la alianza entre militares golpistas asociados
al narcotráfico y civiles de ultraizquierda manejados por Cuba, tenemos la
propensión a interpretar la política de los vecinos suramericanos desde el
dilema chavismo-antichavismo, lo que en muchos casos nos hace simplificar su
realidad.
Pero ante la presión que recibo constantemente, me atrevo a traicionar el silencio y ofrecer algunas opiniones titubeantes sobre lo que acá puede ocurrir. Lo primero que debemos decir es que sí, que efectivamente existe en Colombia el temor a que Gustavo Petro, un exguerrillero del M19, de temperamento pugnaz y agresivo, representante del polo más izquierdista de los candidatos presidenciales, pueda ganar las elecciones. Hasta el presente, en todos los sondeos de opinión aparece como el que acumula mayor intención de voto a su favor.
Pero,
a contracorriente de lo anterior, también se debe subrayar que Petro es
el candidato que mayor rechazo suscita y que, precisamente por el temor que
genera no solo entre las élites económicas podría suceder –aunque aún no
hay indicios suficientes – que se produzca una alianza en su contra capaz de
reunir en un solo bloque a la derecha, que en Colombia tiene un peso electoral
considerable, y a las fuerzas de centro en donde conviven diversas figuras
también de peso.
Igualmente
debo recordar que en Colombia hay una variable particular: la fuerte
polarización en torno a la figura de Álvaro Uribe quien sigue siendo un actor
de peso decisivo en la vida política nacional. Es una relación pasional. Frente
a él no hay tintas medias. O se le ama y admira en extremo, casi que como a un
salvador de la patria. O se le odia sin límites, como a un violador de derechos
humanos. Lo que implica que el anti uribismo podría incidir en un voto hacia a
Petro incluso entre quienes le temen.
La
segunda pregunta que suelen hacernos es: “Y si gana Petro, “¿Colombia
estaría condenada a la misma catástrofe en la que el chavismo sumió a
Venezuela?”. Esta es aún mas más difícil de responder. Porque hay varias
cosas que diferencian a Petro de Hugo Chávez y de Maduro, y muchas a la cultura
política y la estructura institucional de Colombia con la de Venezuela.
El
chavismo ocurrió por seis factores que confluyeron: una tradición militarista
de siglos, una tradición estatista fuerte, un mundo privado relativamente
débil, un liderazgo descomunalmente mesiánico, un suicidio de AD y COPEI y el
sistema de partidos que había fundado la democracia y la intromisión abierta de
Fidel y Cuba.
En
Colombia, en cambio, no existe una tradición militarista como la
venezolana donde los presidentes civiles han sido una excepción de apenas 40 y
pocos mas años en toda su vida republicana. Tampoco depende Colombia de
una economía petrolera y el Estado no ha sido como en Venezuela
absolutamente más poderoso que el resto de la sociedad. El mundo privado
colombiano es lo suficientemente fuerte como para generar más empleo y riqueza
que el Estado. Y al no ser una economía mono productora no está sometida a los
vaivenes de un solo rubro dominante en el ingreso de divisas monopolio de los
gobiernos como en el caso venezolano.
Gustavo
Petro tampoco es un líder carismático, en el sentido weberiano del término,
capaz de seducir hasta la irracionalidad integrista a sus seguidores, como sí
lo era Chávez. Un fenómeno telúrico solo comparable a Gaitán, a Evita y
Juan Domingo Perón o a los propios Hitler y Mussolini.
Y por
último, a lo que le doy mucho peso, independientemente de sus deformaciones,
que sin duda las tiene, en Colombia existe una institucionalidad jurídica y un
papel activo del parlamento, que en Venezuela fue sacrificado en el momento
cuando la Corte Suprema de Justicia destituyó en 1993 al presidente Carlos
Andrés Pérez con anuencia del Congreso Nacional hiriendo de muerte para
siempre, antes de la llegada del chavismo, al sistema de justicia.
Así
que probablemente haya en Colombia más posibilidades de resistencia al intento
de imponer un régimen presidencialista, tiránico, estatista, perseguidor de la
oposición, pleno de presos políticos, que sacrifique la libertad de prensa,
acabe con la autonomía de poderes y destruya el sistema productivo tal y como
ocurrió en Venezuela con el “socialismo del siglo XXI”. Sin embargo, la
respuesta a lo que en realidad quiera y pueda hacer Petro, dependerá de la
capacidad institucional y política de la sociedad colombiana con formación
democrática. Y ambas cosas, el proyecto Petro, en caso de que ganara, y hasta
donde le permitirá llegar la sociedad política y la sociedad civil colombiana
es hasta ahora un enigma.
Hay
que recordar que el modelo chavista, el llamado socialismo del siglo XXI, es
decir el control totalitario del poder, que no permite la alternancia de
gobierno, y ha hecho huir de su país a casi el 20% de su población, solo ha
existido en Venezuela. Ni siquiera ocurre en Nicaragua, que se le parece en lo
represivo pero se trata de un régimen de cohabitación con la extrema derecha,
un fuerte sector del empresariado y la jerarquía eclesiástica conservadora.
Los
gobiernos del PT en Brasil, la izquierda chilena y la uruguaya, también Correa
en el Ecuador y los peronistas en Argentina, en sus momento han aceptado sus
derrotas políticas, han permitido la alternancia, y no hay siete millones de
brasileños, ecuatorianos o argentinos, deambulando por el mundo en busca de una
segunda oportunidad.
Pero
los temores de los colombianos no petristas son absolutamente validos. Todos
sus rasgos y frases sugieren que Petro está afiliado a esa internacional del
populismo de izquierda y de derecha que viene minando la democracia en América.
Su personalidad autoritaria, afín a los perfiles de Maduro y Chávez, de
Bolsonaro y Trump, Bukele y Daniel Ortega, sus obvias conexiones –aunque trate
de ocultarlas– con el chavismo y con el comunismo cubano, sus vínculos con el
Foro de Sao Paulo y con el Grupo de Puebla, con PODEMOS, Zapatero y Pablo
Iglesias, hacen temer por las acciones anti- democráticas y anti-economía de
mercado que un gobierno suyo podría emprender.
El
drama de Colombia es que la narrativa de Petro, centrada en el reclamo por mayor
equidad y justicia social, tiene un sustento real como respuesta a las
grandes inequidades que marcan la sociedad colombiana. Una narrativa que atrae
seductoramente incluso a jóvenes de la clases medias y altas universitarias. La
derecha y el centro tiene un discurso sensato, pero no emocionante. Una
argumentación racional, pero no exultante. En una época en la que los
electores simplificados a emociones básicas por el efecto de las redes sociales
quieren promesas, no realidades; ofertas de movimiento acelerado, no paso a
paso responsables; una narrativa sin épica de cambio acelerado, solo
conservadora del status quo, como se decía en los años 1960,
pareciera siempre en desventaja.
Después
de hojear el libro de Petro, Una vida, muchas vidas, y de escuchar
las confesiones de Alonso Lucio, un brillante analista, ex militante del
M19, que demuestra con propiedad la pulsión mitómana y las mentiras alevosa del
candidato de Colombia Humana, se puede concluir que sí, que Colombia corre los
riesgos de un laberinto oscuro si Petro llega a gobernar.
Igual
es un enigma. Si las élites políticas democráticas de este país, Colombia, con
el que me siento comprometido, no entienden que el dilema crucial del presente
en América Latina no es entre izquierda y derecha sino entre demócratas y
totalitarios: entre populistas demagogos y estadistas responsables. Y si no
comprenden que el MAS volvió a ganar en Bolivia porque la oposición fue
dividida, como está dividida en Nicaragua y Venezuela. Y si no procesan que
tienen en el país de al lado, en Venezuela, una amenaza –la de un gobierno que
le da vida a la disidencia de las FARC, al ELN, Al Qaeda, los carteles del
narcotráfico más el enclave militar de Rusia–, y que Petro ha prometido la
apertura de relaciones con Venezuela lo que sería una amenaza para la seguridad
no solo de Colombia sino de los exiliados políticos que aquí residimos, si no
actúan a tiempo y unitariamente, entonces la amenaza se puede concretar.
Y si gana Petro,–es lo que sigue a continuación– “¿Colombia estaría
condenada a la misma catástrofe en la que el chavismo sumió a Venezuela?”.
Pero,
para ser honesto con los venezolanos que me interrogan, créanme que todo lo que
estoy diciendo es especulativo. En el caso del futuro inmediato de Colombia
prefiero recurrir a aquella frase usada en los pueblos andinos
venezolanos: “Lo más seguro es que quién sabe”.
Tulio
Hernandez
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