Sergei Guriev 15 de diciembre de 2022
@sguriev
Treinta
años después de que Francis Fukuyama publicara su famoso libro El fin de la historia y el último hombre, la
historia regresó con venganza. Luego de la invasión no provocada de Ucrania por
parte de Rusia, Europa una vez más es el escenario de una guerra de gran escala
tan característica del siglo XX que nadie esperaba ver algo así hoy. Lejos del
“choque de civilizaciones” que, a decir del politólogo
Samuel Huntington, forjaría el siglo XXI, Rusia quiere erradicar a un país
independiente con un contexto etnolingüístico y religioso similar. El conflicto
tiene que ver principalmente con sistemas políticos diferentes: autocracia
versus democracia, imperio versus soberanía nacional.
Si bien la guerra ha producido innumerables tragedias, creo que demostrará que Fukuyama estaba más en lo cierto que equivocado. Él sostenía que la implosión del comunismo había introducido un mundo en el que las democracias con economías de mercado serían una mejor opción que otras formas alternativas de gobierno. La guerra de agresión de Rusia nunca debería haber sucedido, pero claramente es una excepción que prueba la regla de Fukuyama. Les ha causado un enorme sufrimiento a los ucranianos, pero ellos han luchado valientemente con la certeza de que la historia está de su lado.
Mientras
tanto, la expectativa de vida del régimen de Vladimir Putin ha caído
abruptamente. Para parafrasear a Talleyrand, la guerra de Putin es peor que un crimen; es un error fatal que otros potenciales
invasores sabrán no repetir. También nos recuerda que la insensatez es un
rasgo, más que un error, de las dictaduras. Sin controles y equilibrios
políticos, medios libres y una sociedad civil independiente, los autócratas no
reciben la retroalimentación necesaria para tomar decisiones inteligentes y
competentes.
En el
caso de Putin, vivir en una burbuja ha resultado ser excepcionalmente costoso.
La economía de Rusia atraviesa una profunda recesión, sus ingresos fiscales han recibido un
duro golpe y el daño seguirá agravándose en 2023 después de que el embargo petrolero de la Unión Europea y el tope del precio del petróleo del G7 surtan efecto. Sin
dinero, Putin ya ha pasado de una estrategia de reclutar soldados a cambio de
un pago a movilizarlos por conscripción, socavando su propia
popularidad y obligando a cientos de miles de rusos educados a huir del país. Pero, aún peor para él, Rusia está perdiendo la guerra.
El
pésimo desempeño de Rusia no es accidental. Después del “fin de la historia”
hace 30 años, la mayoría de los dictadores aprendieron que los antiguos métodos
del siglo XX de mantener un régimen antidemocrático ya no funcionaban. En un
mundo globalizado e interconectado tecnológicamente, la represión abierta es
decididamente demasiado costosa. Como demostramos con Daniel Treisman en Spin Dictators: The Changing Face of Tyranny in the 21st
Century, la mayoría de los líderes antidemocráticos han adoptado una
nueva estrategia: pretenden ser demócratas. Llevan a cabo elecciones (que no
son ni libres ni justas), permiten la existencia de algunos medios
independientes (aunque ninguno con una gran audiencia) y les dan cabida a
algunos partidos opositores, todo para crear la ilusión de que gobierna un
mandato popular.
Putin
fue un maestro de esta estrategia durante 20 años. Pero en la medida que la
corrupción y el clientelismo de su régimen minaron el crecimiento económico, y
en tanto los medios digitales y sociales comenzaron a propagarse, su
popularidad empezó a declinar. Consciente de esta tendencia, se apresuró a
anexar a Crimea en 2014, lo que impulsó su popularidad por un tiempo. Luego, en 2022,
intentó volver a aplicar esta estrategia en una escala aún mayor. Pero
subestimó seriamente la resolución ucraniana y la unidad occidental a la hora
de apoyar a Ucrania e imponerle a Rusia sanciones económicas sin precedentes.
Putin
ha aprendido por las malas que no es inteligente lanzar una guerra del siglo XX
en el siglo XXI. Y otros regímenes autocráticos y autoritarios prestarán
atención a esta lección en los años por venir. Uno ciertamente espera que la
debacle de Rusia en Ucrania disuadirá a China de intentar apoderarse de Taiwán
por la fuerza. Los altos funcionarios del Partido Comunista Chino deberían ver
que la consolidación del poder del presidente Xi Jinping
plantea muchos riesgos para el régimen.
Asimismo,
la guerra de Putin también ha provocado un daño sustancial a la economía global, lo que a su vez
ha contribuido a la desaceleración
económica sin precedentes de China. Las élites chinas probablemente se
estén preguntando si Xi debería haber hecho algo más para impedir la invasión o
acortar la guerra. Ese interrogante se suma a una larga lista de otras
preguntas sobre la política de COVID cero de Xi, su persecución de
las empresas privadas y de la industria tecnológica y la incapacidad de su
gobierno para manejar el colapso de una burbuja inmobiliaria. En un sistema tan
opaco como el de China, es difícil predecir si estos cuestionamientos afectarán
el giro del país hacia el autoritarismo. Pero los errores de Xi claramente han
hecho que el “modelo chino” resulte menos atractivo para otros en todo el
mundo.
Finalmente,
el año pasado ha puesto de manifiesto la importancia de la solidaridad. Durante
la Guerra Fría, el Occidente geopolítico enfrentaba una amenaza perpetua y
existencial que eclipsaba las diferencias y los desacuerdos internos. Pero,
luego del colapso de la Unión Soviética, no había tanto que uniera a los países
occidentales y muchos sucumbieron a las divisiones domésticas. La polarización
al interior de las democracias y entre ellas se profundizó, y factores como la
creciente desigualdad y la propagación de las redes sociales aceleraron el
proceso. De todos modos, las sociedades occidentales se unieron en 2022 en los momentos importantes. Si
bien muchos políticos occidentales abiertamente elogiaban a Putin a comienzos
de año, prácticamente ninguno lo hace hoy.
Eso
nos lleva a la pregunta más importante para el año próximo. Si la guerra
termina en 2023 -cosa que parece probable- ¿retornaremos al status quo ante
polarizado? ¿O encontraremos un nuevo proyecto común? No hace falta mirar muy
lejos. El verano del 2022 puede haber sido muy caluroso, pero probablemente sea
uno de los veranos más fríos del resto de nuestras vidas. El cambio climático
es un desafío que debería unir no sólo a las democracias occidentales sino a
todos los gobiernos del mundo. Parece un desenlace poco factible en el corto
plazo, pero no debemos dejar de trabajar hacia ese objetivo.
Tomado
de: https://www.almendron.com/tribuna/el-retorno-del-fin-de-la-historia/
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