José Vicente Carrasquero A. 21 de noviembre de 2024
El
nombre de Joseph Fouché por lo general lo asociamos con los elementos más
tenebrosos de la política. Oportunismo, traición, manipulación, cinismo y
mentira, son uno de los tantos elementos que conocen quienes se interesan en la
historia de la Revolución Francesa evocan inmediatamente ante este famoso
personaje. Pero tales características negativas de un personaje político le
fueron vitales para poner al episodio más siniestro de la Revolución Francesa:
El Terror, y derrocar en el proceso a su siniestro promotor, Maximilien
Robespierre.
Entremos en contexto. El 5 de septiembre de 1793 la naciente República Francesa estaba en grave peligro. Sostenía una desventajosa guerra contra los ejércitos de la Europa despótica que tenían en su mano buena parte del territorio francés, mientras que, en el interior, varias ciudades clave se habían rebelado contra el gobierno revolucionario en las revueltas federalistas. Inflación desbordada y desempleo masivo azotaban a la sociedad francesa, a la cual la propaganda del gobierno atribuía que era obra de conspiradores contrarrevolucionarios que trabajaban incansablemente para socavar la Revolución y devolver a Francia a la monarquía absolutista, suprimida con la muerte de Luis XVI en la guillotina.
Esta
situación sirvió para la instalación del Terror. La Convención Nacional
(gobierno de la República Francesa en forma de asamblea) respondió a la amenaza
contra Francia otorgando el poder ejecutivo a una pequeña asamblea de 12
hombres conocida como el Comité de Seguridad Pública, al que se le encomendó la
tarea de defender la República y destruir a los traidores internos en Francia.
Para dotar al Comité de la autoridad necesaria, la Convención Nacional acordó
suspender la nueva Constitución republicana de 1793 y se puso a trabajar en la
supervisión de las detenciones y ejecuciones de miles de sospechosos
contrarrevolucionarios. Reformó el ejército, lo que condujo a importantes
victorias de los ejércitos franceses contra las monarquías europeas que habían
invadido el territorio nacional. A finales de 1793, se habían aplastado las
revueltas federalistas, se habían bloqueado las invasiones extranjeras y se
había encarcelado o ejecutado a los supuestos agentes contrarrevolucionarios.
Francia había regado con abundante terror y sangre dicha seguridad, y muchos
esperaban que ahora se pudiera poner fin al Terror y que se aplicara la
Constitución inactiva.
Pero
como pasa mucho en la historia, quienes han recibido poderes extraordinarios no
estaban dispuestos a devolverlo. Maximilien Robespierre, líder del Comité de
Seguridad Pública estaba convencido de que todavía había contrarrevolucionarios
que debían ser desenmascarados. Este líder político había pasado de ser un
abogado de provincia a uno de los principales líderes de la Revolución
Francesa, gracias que había ascendido meteóricamente en el Club de los
Jacobinos, revolucionarios radicales que buscaban la instalación de una
república virtuosa en Francia. Robespierre creía fervientemente que la única
manera de alcanzar una república justa e igualitaria era erradicando la
corrupción y la tiranía presentes en esa sociedad a través del terror,
traducido en violencia y destrucción de todo aquel que no compartiera su visión
de una república ideal, haciéndolo inmensamente amado por sus partidarios y
temido por sus enemigos.
El
mismo Robespierre consolidó su poder en la primavera de 1794 enviando a la
guillotina enormes cantidades de sus enemigos, tanto quienes añoraban la
monarquía borbónica como los republicanos moderados. Las luchas por el poder
durante el Terror supusieron la ejecución de Georges Danton y Camille
Desmoulins, dos líderes revolucionarios que habían sido amigos y aliados de
Robespierre e increíblemente amados por las masas, pero que se convirtieron en
sus enemigos cuando llamaron a poner fin al Terror. La voluntad de Robespierre
de sacrificar a sus amigos por sus principios demostró que no se detendría ante
nada para lograr sus objetivos, lo que hizo que muchos otros líderes revolucionarios
se preguntaran si serían los siguientes, entre ellos los mismos jacobinos que
seguían a Robespierre.
En
junio de 1794 Robespierre presentó a la Convención Nacional la Ley de Pradial,
una ley que intensificó los horrores del Terror al acelerar los juicios y
aumentar la probabilidad de un veredicto de culpabilidad, que ahora significaba
necesariamente la muerte. En ese contexto, nadie en Francia ya se sentía
seguro, incluso quienes aplaudían a rabiar los discursos del líder
revolucionario, entre ellos Joseph Fouché.
El
mismo Fouché había sido uno de los partidarios más acérrimos del Terror siendo
del partido de Robespierre y por lo tanto republicano radical. Fue uno de los
representantes enviados a provincias para implantar El Terror, distinguiéndose
por su celo en la campaña de descristianización y en la represión de Lyon,
usando la fuerza de manera tan brutal matando a miles de burgueses adinerados
que fue llamado “El verdugo de Lyons”. Pero al poco tiempo de su sangrienta
actuación, cayó en desgracia frente a Robespierre (de quien estuvo a punto de
convertirse en su cuñado) al competir con él por la presidencia del Club de los
Jacobinos. Eso lo hizo enemigo mortal del líder supremo de la Revolución
Francesa, quien ya lo tenía listo para ejecutarlo como su enemigo…Y el Terror
ante ese escenario disparó en Fouché la necesidad de derrocar a Robespierre,
convirtiéndose en el cocinero de la conspiración que acabaría con el Terror en
Francia.
Fouché
no era el único que se había convertido en enemigo de Robespierre dentro de la
misma vorágine de la Revolución Francesa. Comenzó cooptando a partidarios del
Terror que sentían que podían ser los próximos a ser guillotinados como Paul
Barras y Marc-Guillaume Vadier, que tenían razones para creer que eran los
siguientes en la lista de traidores de Robespierre. Los hombres
acorralados se hacen más peligrosos por el hecho de sentir cuando saben que sus
vidas están en peligro, efecto del Terror que sus promotores habían
obviado.
Estos
hombres aprovecharon las ausencias de Robespierre en la Convención para hablar
mal de él en público y en privado y conspirar contra su derrocamiento con los
mismos jacobinos que seguían al líder francés, pero temían ser sus nuevas
víctimas. Esto se logró el 27 de julio de 1794, 9 de Termidor del Año II de la
Revolución, donde Robespierre con sus secuaces más cercanos, Louis Antoine
Saint-Just y Georges Couthon fueron arrestados y luego guillotinados al día
siguiente. El Terror había muerto y un período menos sangriento y más pacífico
inició en la Revolución Francesa llamado el Directorio.
Todo
este recuento histórico se ha sacado a colación a la modalidad venezolana del
Terror revolucionario que se ha instalado en Venezuela luego del fraude del 28
de julio de 2024, en cual la oposición le ganó por más 30% al candidato
oficialista Nicolás Maduro. El presidente electo, Edmundo González Urrutia a
tenido que exiliarse para salvaguardar su integridad. La líder de la oposición,
María Corina Machado sobrevive en la clandestinidad para no caer en garras de
la dictadura. Todo aquel que llama a lo que pasó como fraude es
convertido en enemigo del Estado, encarcelado y torturado. Los más afortunados,
gracias a la mediación del CPI y otras organizaciones, han logrado salir
después una estancia traumática en la cárcel que los perseguirá por años. Los
menos, encarcelados bajo una condena de muerte camuflajeada, muriendo poco a
poco entre barrotes gracias a las pésimas condiciones de su cautiverio.
Y en
medio de este contexto han aparecido los normalizadores del Terror. Disfrazados
de analistas fríos, imparciales, pragmáticos y racionales, llaman a olvidar el
fraude del 28J y los presos políticos. A dialogar alegremente mientras que
protestantes en prisión mueren de mengua. Participar alegremente en las
elecciones locales del 2025, sin cambios en la institucionalidad democrática
electoral del país y olvidando que el 28J se nos quitó el derecho a elegir a
nuestro presidente, estando el poder en Venezuela actualmente usurpado. Ante
esos patéticos cantos de sirenas hay que decir NO, tanto por
razones morales como racionales. Racionales en el sentido que alguien que ha
roto numerosas negociaciones en el pasado, no acatará los acuerdos de las
nuevas. Racionales tanto en el sentido de que quien usurpó unas elecciones
presidenciales lo hará cuando quiera ante nuevos procesos electorales.
No
tenemos ejércitos para alzarnos contra la tiranía. La ciudadanía venezolana ya
hizo bastante no con sólo ganar electoralmente las elecciones presidenciales
del 2024 sino probar ante el mundo que lo logró, digitalizando formidablemente
las actas que certifican esa victoria. Es el momento de los políticos de
oposición comprometidos con la libertad. Es el momento de ser moralmente
íntegro y políticamente audaz. Como Fouché, sabemos que el régimen está lleno
de grietas. Muchos de sus antaño partidarios están entre rejas, entre ellos el
que fue el segundo hombre más fuerte del régimen, Tareck El Aissami. Otros
saben que, si este cayó, ellos perfectamente podrían ser los próximos, dentro
del salvaje lucha de lo que queda del botín y el poder del Estado mermado por
la corrupción oficialista. Los hombres acorralados se hacen más
peligrosos por el hecho de sentir cuando saben que su libertad y sus vidas
están en peligro. Y es momento que la oposición aproveche eso.
La
nueva administración del presidente norteamericano Donald Trump, ha colocado en
puestos claves a políticos que durante años han adversado la dictadura de Hugo
Chávez primero y de su sucesor Nicolás Maduro. Son augurios prometedores, pero
poner demasiada confianza en este elemento internacional que la oposición no
controla puede llevar a terribles errores del pasado, como los del gobierno
interino encabeza por Juan Guaidó. Es hora de crear las condiciones para
que el Terror del gobierno de Nicolás Maduro haga que se devore ese mismo.
Y lo
anterior sólo se puede alcanzar teniendo la experiencia, la sabiduría y la
dosis correcta de coraje, para lanzar puentes dentro del oficialismo, no de una
cúpula que ya se sabe que nunca estará dispuesta abandonar voluntariamente el
poder sino a quienes lo sostienen: militares, burócratas, empresarios y afines.
Decirle que ellos nunca estarán a salvo de quien ya ha condenado a quienes eran
sus secuaces de su mayor confianza. Cizañar, fracturar y cooptar dentro del
oficialismo las patas conque la mesa que sostiene el poder del gobierno se
mantiene. Si contamos con ayuda internacional, mejor, pero también bajo el
escenario que dicho auxilio nunca se concrete. Convencer aquellos que hasta hoy
aplauden el régimen y decirle que, por su carácter tiránico y traicionero, en
un día cercano los traicionará y exterminará. Que ya están de facto en la
próxima lista de encarcelados y ejecutados por el gobierno. De convencerlos que
ellos y la oposición en las actuales circunstancias tienen el mismo enemigo
común y es necesario acabar con él, garantizando a ellos en el futuro un
espacio político y personal en la restauración de la democracia en Venezuela.
Es
momento de hacer que el Terror se devore a sí mismo.
José
Vicente Carrasquero A.
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