Por Marino J. González R.
Las dimensiones de la crisis
venezolana se siguen profundizando. La difícil situación política se suma a una
contracción económica severa (seis años seguidos sin crecimiento), y al
deterioro impresionante de las condiciones de vida. Las urgencias que deben
afrontar diariamente las familias se suman a la inmensa incertidumbre en todos
los frentes. A pesar de ello, la situación reclama identificar rumbos de acción
para transformar estas tendencias.
Las alternativas para
enfrentar esta debacle, sin precedentes en países no sometidos a conflictos
bélicos, deben estar basadas en la identificación de las causas, así como en
las reales posibilidades de superar esta situación. En el fondo de lo que
acontece en la actualidad en el país, está un claro patrón de desarrollo.
Quizás sea más adecuado hablar de patrón de “anti-desarrollo”.
De acuerdo con las
estimaciones del Atlas de Complejidad Económica elaborado por la Universidad de
Harvard, Venezuela es el país de menor diversificación productiva de América
Latina (según las últimas cifras disponibles para 2017)
Eso significa, en la
práctica, que es el país de la región más distante de las posibilidades de
crear riqueza. Esto es, garantizar las condiciones para que los habitantes
puedan, con el concurso de sus capacidades, ampliar los horizontes de
producción de valor.
En este contexto, las
posibilidades de transformación de la sociedad venezolana pasan directamente
por la modificación sustancial del patrón productivo. Un círculo muy pernicioso
se ha desarrollado a plenitud. Se manifiesta en la apuesta a la producción de
petróleo como garante de los ingresos necesarios para el funcionamiento de la
sociedad. Pero como tal orientación no hace sino disminuir las posibilidades de
diversificación, fundamentalmente porque aumentan las dificultades para crear
otros productos, entonces se estimula el control de la riqueza petrolera como
política dominante.
Y esa mayor dependencia del
petróleo contribuye a generar una organización del gobierno que impide las
políticas de diversificación. No es azaroso entonces que muchas de las
inversiones y empresas que podrían desarrollar la diversificación se hayan
alejado del país.
Y para remate, la cultura
política, tanto de las instituciones como de las personas, terminan reforzando
el estatismo como premisa, y la anti-diversificación como correlato económico
La pregunta obligada,
entonces, es cómo eliminar ese círculo vicioso. Una primera condición es que
realmente se aprecie que este círculo vicioso existe. De lo contrario, podría
imponerse la tendencia de que es posible, con los “arreglos básicos”
requeridos, organizar una sociedad que siga dependiendo de la monoproducción de
petróleo, pero que impida los efectos del estatismo.
Esta premisa no solo es
contraria a los incentivos que se generan en una sociedad dependiente de la
producción petrolera, sino que contradice la dinámica en la que se marcha en el
siglo XXI, esto es, sociedades en las cuales el valor de cambio es la
disponibilidad de conocimientos, entendidos como posibilidades de
diversificación productiva.
De no apreciarse la
existencia de este círculo vicioso, podría entonces afianzarse una visión según
la cual basta con manejar la producción petrolera adecuadamente para que todos
los desequilibrios desaparezcan. Es por ello que la agenda pública no se
caracteriza precisamente por ofrecer consideraciones para enfatizar la
diversificación productiva.
A ello se suma el hecho de
que como estas variaciones en las políticas no se generan en tiempos cortos,
los liderazgos políticos terminan sin hablar del tema de fondo (la manera de
alcanzar la diversificación productiva). En consecuencia, se impone una lógica
perversa: como cambiar lleva tiempo, mejor se dejan las cosas como están. La
práctica indica, sin embargo, que los plazos no son tan largos, más bien se
trata de explicar a los ciudadanos la dirección de los cambios necesarios.
En esa tradición de
anti-diversificación, Venezuela ha pasado seis décadas (desde que es posible medir
la complejidad económica). Modificar esta tendencia requiere asumir que la
diversificación productiva es un objetivo central de las políticas. Y que por
consiguiente la agenda pública debería incluir la explicitación de este
objetivo.
Esperemos que esta premisa
central tenga mayor relevancia en la discusión sobre las alternativas para
Venezuela en pleno auge de las sociedades del conocimiento
De no cambiar esta
situación, especialmente porque no se cuente con el compromiso de los
liderazgos políticos para impulsar estos cambios, Venezuela continuaría muy
relegada en la creación de riqueza. Otra forma de decir que el futuro de la
sociedad seguiría seriamente comprometido.
14-08-19
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