Miguel Méndez Rodulfo Caracas
12 de abril de 2013
Del
martes 2 de abril en Maturín, al martes 9 en Valencia, el joven político que
conduce las aspiraciones presidenciales de los que adversamos al régimen, pasó
de tener un semblante correspondiente a una persona en la cuarta década de su
vida, al de un hombre maduro de 50 años. Tal era la fatiga reflejada en el
rostro del candidato. Pero ese aspecto no se debía fundamentalmente al gran
esfuerzo físico realizado, que sí lo hizo, sino más bien a la enorme determinación
de lucha que mostraba. A la intensidad del empeño que le ponía a la tarea de
convencer a los venezolanos que piensan distinto a nosotros, que más allá de
los odios hay un futuro de luz para cada familia venezolana. Él ha llamado a
este esfuerzo, de manera coloquial “dejar el pellejo”, pero lo que en verdad
está dejando es el alma en esta gesta por la libertad. Es como si quisiera en
propia persona expiar los errores del país para dar lugar al nacimiento de una
nación distinta, para abrir los caminos de una nueva alborada que ilumine el
camino de la reconciliación y el desarrollo, sueño que no nos debe seguir
siendo esquivo a los venezolanos.
Este
singular hombre que se ha levantado como el ave fénix, de sus propias cenizas,
ha concretado la proeza de concitar las esperanzas de unos venezolanos que no
nos rendimos, que no vamos a dejar al país, que nos quedaremos aquí para
disputar palmo a palmo cada espacio de libertad que nos quede. Y estos
fervorosos ciudadanos que hoy pensamos que sí es posible un cambio político en
la conducción del país, somos los mismos que sufrimos la tremenda derrota del 7
de octubre y que no tuvimos el ánimo suficiente de ir a votar el 16 de
diciembre, acongojados como estábamos; sin embargo, bastó que la MUD decidiera
que no había que dejarle el camino libre al régimen, que entonces parecía
invencible, para que renacieran las esperanzas, nos activáramos con alegría de
ánimo y decidiéramos votar el 14.
El
destino es un sendero incierto que transita el arcano tiempo, cuyo destino sólo
conoce Dios, por eso los predestinados siguen con encarnizada obstinación el
reflejo de la luz que sólo ellos atisban en medio de la oscuridad de la noche.
La siguiente carrera presidencial ha debido haber ocurrido dentro de 6 años,
pero por esas condiciones azarosas de la vida, sobrevino seis meses después de
la última. Los tiempos de Dios son perfectos y sólo Él conoce su duración. Pero
todo apunta a que por la gracia del Señor, vienen tiempos de cambio.
Una
cosa sí se ha encargado de recordarnos nuestro joven conductor político: ésta
no es una lucha en solitario, sino una labor de todos y para ello nos convoca
el domingo 14 a votar, con fe, con entusiasmo, con disposición. Cuando uno
observa ese pequeño milagro que se ha producido en tan corto tiempo en la
sociedad democrática venezolana, uno se ve forzosamente obligado a ponerse en
el lugar de los seguidores y líderes del régimen, los cuales deben estar
convencido de que no nos van a acorralar, que no se podrán tomar el país para
ellos, ni podrán hacer lo que les venga en gana, porque a pesar de lo que hemos
padecido nosotros en estos ya 15 años, seguimos firmes parados en nuestra
propias convicciones, sin dar un paso atrás, descontando en cada proceso la
ventaja que nos llevaban, por lo tanto ellos saben, en su íntima convicción,
que vanos han sido sus intentos por borrarnos del mapa político del país, y
algo más grave aún, están ciertos que el futuro nos pertenece. Yo tengo un
pálpito de que Capriles va a ganar. Las tendencias se invirtieron y la intensidad
del ritmo de cambio es vertiginosa. Creo que al igual que Mokus o Lourdes
Flores, Nicolás va a perder en la raya. Si este vaticinio se cumple tendremos
en la presidencia no solamente a un predestinado, sino a un enterrador de
mitos.
Miguel
Méndez Rodulfo
Caracas
12 de abril de 2013
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