TULIO HERNÁNDEZ 2 DE FEBRERO 2014
Venezuela es una nación secuestrada.
No es, por lo menos no todavía, una
economía comunista. Porque, aunque menguadas, todavía existen empresas y
propiedad privadas. Pero el avance voraz del gobierno rojo estatizando o
monopolizando todo lo que puede, regulando precios, ejerciendo un férreo
control cambiario y atemorizando empresas, permite concluir fehacientemente que
no estamos tampoco ante una economía de libre mercado.
No es, por lo menos no todavía, una
dictadura. Porque, aunque hostigados hasta el extremo, existen partidos
políticos activos, y a pesar de que el gobierno cuenta con comandos de civiles
entrenados para disolverlas violentamente, las personas pueden todavía ejercer
su derecho a la protesta. Pero la ausencia plena de autonomía de poderes, y de
un sistema de justicia independiente, más la violación frecuente y sistemática
de las reglas de juego establecidas en la Constitución, la instauración de un
Estado paralelo y un aparato de control social de estructura cada vez más
militar, permite concluir sin titubear que el sistema político imperante
tampoco es una democracia. Peor, que es un totalitarismo en construcción.
El mismo escenario en todos los
terrenos. Hay elecciones frecuentes pero se realizan en condiciones de
ventajismo obsceno por parte del partido de gobierno con la anuencia del
árbitro electoral. No hay censura previa como en las dictaduras y todavía
existen medios privados independientes, pero el descomunal aparato
comunicacional gubernamental; la autocensura impuesta a los medios,
especialmente a la televisión y la radio privadas; el uso de las divisas
preferenciales como instrumento de chantaje gubernamental a los medios
impresos, más el continuo uso abusivo de las cadenas radioeléctricas reiteran
que entre nosotros la libertad de expresión y el respeto al derecho a la
comunicación son solo un simulacro.
Vivimos en una nación secuestrada. El
país ha sido tomado, gracias a una estrategia de autoritarismo slow motion, por
lo que algunos calificamos como un Estado malandro y otros como Estado
delincuente. Fuera de Ley.
La fiesta electoral que desde hace
años nos mantenía febriles y distraídos ha entrado en tregua poniendo en
contundente evidencia la verdadera situación: que estamos ante una oposición
democrática que ha crecido pero no logra conquistar el poder y ante un gobierno
autoritario que no crece en apoyo popular pero dispone ahora de un tiempo
precioso para acelerar y terminar de implantar, fuera de Ley hay que recordarlo
siempre, su proyecto de cerco final, hasta nuevo aviso, a la democracia.
La dirigencia y con ella la población
opositora tenía guion hasta las recientes elecciones municipales. A escala local
lo siguen teniendo los nuevos acaldes y sus equipos. Pero no haber logrado la
mayoría necesaria para confirmar la discutida ilegitimidad del nuevo presidente
y haber abandonado el combate en torno al tema, ha sumido a una parte de los
electores en una nueva etapa de amarga desesperanza.
El futuro se ha ido cubriendo de
tinieblas otra vez. En política, la impaciencia tanto como la inercia son malas
consejeras.
Desestimar de un plumazo el trabajo
exitoso de la MUD y la capacidad de crecimiento opositor gracias a la opción
electoral es, por lo menos, ceguera.
Tanto como no aceptar que esa opción
ya tiene un techo y necesita una revisión de fondo para atender nuevos dilemas
porque otro momento llegó.
O se sigue haciendo política nacional
como si estuviésemos en una democracia, a sabiendas que esto último no es
verdad. O se cambia de estrategia y se inventan nuevos modos de combatir a
partir de un ejercicio realista y profundo, intelectual y político, de
caracterización y comprensión de la verdadera naturaleza del régimen y, en
consecuencia, de las maneras de ejercer la resistencia y construir el proyecto
político de transición.
En la lucha contra el autoritarismo la
reflexión y el análisis son tan importantes como la acción. Como en las
películas, los rehenes tienen mucho que pensar.
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