Por Vladimiro Mujica, 30/01/2014
Después de 15 años de intentos por definir
una estrategia clara para enfrentar el autoritarismo militarista y populista
que está arrasando con el país, la oposición venezolana todavía bascula entre
posturas aparentemente incompatibles sobre cómo conducirse. Esta afirmación requiere de inmediato otra donde se precise
que han ocurrido innegables avances en el terreno electoral y en definir un
liderazgo alternativo, en buena parte gracias al esfuerzo de la MUD y de
Henrique Capriles. Pero a la luz de los hechos, es difícil objetar la
conclusión de que todos estos esfuerzos han sido insuficientes y que el país
continúa deslizándose por una peligrosa pendiente. El fracaso de la gestión de
gobierno del chavismo y su pretendida revolución es tan estruendoso que bajo
circunstancias normales del juego político ya hace mucho que les habría costado
el gobierno de la nación. Sin embargo, es innegable que el Comandante Supremo y
sus herederos cuentan con un nivel de respaldo, y sobre todo de impunidad
política, que no se corresponde con el desastre de su gestión al frente de los
destinos del país.
Por supuesto que buena parte de la aparente
invulnerabilidad del chavismo frente al desastre tiene que ver con la gruesa
coraza de protección que le garantiza el control de las instituciones y los
recursos de la nación para favorecer su juego político. A esto hay que
agregarle la hegemonía comunicacional, el uso del miedo y la violencia y una
infinidad de mecanismos para ejercer el control de la sociedad. No cabe duda de
que enfrentar a un régimen híbrido que combina una pseudodemocracia con el
autoritarismo populista está lejos de ser una tarea simple, pero precisamente
por la complejidad de esta acción es indispensable reflexionar a fondo sobre la
forma en que estamos ejecutándola.
En estos días hemos sido testigos de un intercambio
en la prensa protagonizado por importantes actores de las filas opositoras
sobre la naturaleza del enfrentamiento con el régimen chavista. Pareciera como
si desde el campo de las fuerzas opositoras que se mueven bajo el supuesto de
que la polarización puede ser usada a nuestro favor se intentara contraponer el
escenario de la acción electoral con la actividad de movilización social en la
calle. A ello hay que añadirle un ingrediente adicional y es que existe una
postura según la cual la polarización solamente juega a favor del chavismo y
que es necesario tomar como eje de la acción política la idea de la
reconciliación.
Sin ánimo de intentar prédicas sobre una
materia tan delicada, quisiera insistir sobre algo que podría pasar por una
imposibilidad. Sostengo que las diferentes líneas de actuación de la oposición
no solamente no son irreconciliables sino que son complementarias en el
esfuerzo contra el autoritarismo. Por un lado, y como he sostenido en otras
oportunidades, el espacio electoral y la movilización ciudadana deben ser dos
caras de la misma moneda. En rigor, no parece posible avanzar exitosamente el
espacio opositor sin ponerse a la cabeza de la protesta social pacífica contra
el desastre en que el chavismo ha convertido a Venezuela. Y ese avance en
definitiva se traduce en votos que será necesario custodiar frente al abuso
oficialista.
Por otro lado, los esfuerzos por la
reconciliación tienen que tener vocería propia y constituyen una herramienta
que en su momento será necesaria para acercar a las dos mitades del país. Pero
aquí corresponde acotar que el chavismo no tiene ninguna necesidad de negociar
desde la posición abusiva y sobrada en la que se encuentra. Solamente si el
país se les torna ingobernable será posible un esfuerzo realista de
reconciliación que eventualmente puede conducir a una nueva Asamblea
Constituyente. Pero en un país en calma chicha y con la gente ocupada en
sobrevivir a la violencia y a los males cotidianos en que se ha convertido la
existencia de los venezolanos, el lenguaje de la reconciliación caerá en oídos
sordos. Es decir que, paradójicamente, los promotores de la reconciliación como
eje político también se van a beneficiar de la acción de quienes promueven la
rebelión democrática de la ciudadanía.
Conciliar esta diversidad de posiciones
requiere de dos ingredientes adicionales: unidad y una narrativa discursiva
consistente. El triángulo dorado de la oposición consiste precisamente de
articular sabiamente estos tres ingredientes esenciales: unidad, narrativa y acción
política. Es difícil imaginarse cómo soluciones parciales a la ecuación
opositora pueden ser exitosas y es precisamente la tarea esencial del liderazgo
y la ciudadanía comprometida encontrar una solución al problema con la
complejidad que este tiene y no con la complejidad parcial que pueda convenirle
a determinados actores políticos en la disputa por el liderazgo. Venezuela
demanda mucho más que eso en estos momentos críticos de su historia.
Nunca como antes fue más cierto que todos
somos necesarios para el diseño y ejecución de
una estrategia creíble contra el autoritarismo depredador y corrupto. A pesar de la diversidad de
enfoques o, más bien, precisamente por eso.
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