Carlos Alberto Montaner Domingo, 09 de Febrero del 2014
En Costa Rica la segunda vuelta será
entre dos variantes de la socialdemocracia. El profesor y diplomático Luis
Guillermo Solís, a la cabeza del Partido Acción Ciudadana (PAC), se enfrentará
al ingeniero Johnny Araya, exalcalde de San José, líder del Partido de
Liberación Nacional (PLN). El PAC es un desprendimiento del PLN.
Solís parece ser un keynesiano −más
Estado para solucionar los problemas del país−, mientras se supone que Araya
sostiene una fórmula cercana al mercado. Cualquiera de los dos que gane
respetará la ley. Lo que está en juego es la administración del Gobierno y no
el modelo político o sistema económico. En eso fue contundente la sociedad costarricense.
Más del 80% rechazó decididamente al Frente Amplio, expresión local de la
ruptura marxista con la democracia liberal.
En El Salvador, en cambio, ocurrió
algo muy diferente. Se disputarán el poder el maestro Salvador Sánchez Cerén,
comunista y excomandante de la guerrilla, quien casi obtuvo el 50% de los votos
representando al FMLN, y el dentista Norman Quijano, anticomunista y candidato
de la Alianza Republicana Nacionalista (Arena). Los dos partidos fueron
gestados durante la sangrienta etapa de la Guerra Fría.
Pero hay algunas diferencias. Sánchez
Cerén fue una figura destacada en el conflicto (lo acusan de ser el responsable
directo o indirecto de cientos de asesinatos), mientras Quijano no empuñó las
armas y se dedicó al deporte, al ejercicio de su profesión de dentista y,
llegado el momento, a la política municipal.
Sánchez Cerén aventajó a Quijano en
diez puntos en la primera vuelta, pero hay dos circunstancias que mantienen
viva la esperanza de Arena: un tercer partido de derecha, el del expresidente
Tony Saca, obtuvo el 11% de los votos, mientras se abstuvo de sufragar el 48%
de los electores. Quijano piensa que, si logra que los salvadoreños voten,
puede ganarle al FMLN. En todo caso, es una tarea enormemente difícil, aunque
no imposible.
No obstante, las diferencias entre
estas dos figuras son abismales. Si Quijano gana, intentará frenar la inmensa
violencia de las maras, reducir la pobreza y aumentar sustancialmente las
inversiones privadas para lograr más y mejores empleos, de manera que cientos
de miles de salvadoreños pasen a engrosar la clase media.
En el trayecto, como sucede en los
países más prósperos del planeta, numerosos empresarios se enriquecerán, pero a
Quijano no le importa que haya más ricos. Él es un reformista que desea
perfeccionar el sistema. Lo que quiere es que haya menos pobres.
Si gana Sánchez Cerén, la historia
será otra. Actuará como un marxista convencido de la maldad intrínseca de un
sistema de explotación basado en la propiedad privada, en el que los capitalistas
se apropian de la plusvalía de los trabajadores, y optará por una economía
planificada, dirigida por los bienintencionados burócratas de su cuerda
política, en detrimento de un mercado que, según Marx y él, conduce al
enriquecimiento de los poderosos y a la progresiva depauperación y alienación
de los trabajadores. Ser rico es malo. La propiedad es un robo.
Para lograr el reino de la justicia
marxista, Sánchez Cerén, aunque le tome cierto tiempo, tendrá que recurrir a la
violencia y a la dictadura del proletariado, algo que moralmente justifican
todos los revolucionarios que en el mundo han sido. ¿Qué importan unas cuantas
vidas sacrificadas cuando está en juego el destino glorioso de la humanidad?
Pregúntenle a Stalin, a Mao, a Castro, a Pol Pot.
¿Cómo lo hará? Seguirá los pasos del
socialismo del siglo XXI, como han hecho Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador.
Cambiará la Constitución, prorrogará sine díe el mandato presidencial,
controlará todos los poderes y se hará cargo progresivamente del aparato
productivo. El guion es muy conocido.
Como postulan los comunistas serios, y
Sánchez Cerén es uno de ellos, las revoluciones no se llevan a cabo para
revocarlas luego en unas ridículas elecciones burguesas. ¿A quién se le puede
ocurrir semejante estupidez?
La alternancia en el poder es entre
partidos de una misma familia política, no entre sistemas diferentes. Los
partidos se alternan, los sistemas se reemplazan. Una sociedad no puede mudar
de piel cada cinco años. El viejo símil es cierto: una pecera se puede
convertir en una sopa de pescado. Una sopa de pescado no se puede convertir en
una pecera.
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