AMÉRICO MARTÍN 08 de febrero de 2014
Los fanatismos rehúyen lo obvio. En su
sabrosa novela, El Napoleón de Notting Hill, lo decía Chesterton: “Si miras una
cosa 999 veces estarás a salvo. Si la miras la vez mil, corres el horrendo
peligro de verla por primera vez”
Podría uno decir que, salvo casos
excepcionales, nuestro sub-hemisferio marcha dentro de pautas normales y hasta
esperanzadoras.
Bajo el auspicio de la Venezuela de
Chávez, la ALBA hubiera querido ser la vanguardia de la región. Hoy luce
estancada y jaqueada, a pesar de algunas noticias llamativas aunque estólidas,
en la cumbre de la CELAC en La Habana. Pensemos en el triunfo diplomático del
gobierno de Raúl Castro. No obstante, es un logro difuso. El interesante
respaldo al levantamiento del embargo tampoco es novedad. Lo hubiera sido si no
siguiese condicionada a la apertura democrática de Cuba. Si no nos dejamos
deslumbrar por fogonazos publicitarios, deberíamos agregar que otra
Latinoamérica crece con baja incidencia inflacionaria.
Sin ruido, sin agitar los brazos, sin
promesas hiperbólicas y amenazas más raquíticas que reales, el pacto
subregional conocido con el nombre de Alianza del Pacífico se está convirtiendo
a ojos vista en el buque insignia del futuro de nuestro sub-hemisferio. Lo
bueno es que sus cuatro ejes: México, Colombia, Perú y Chile, son democracias
sin ganas de dejar de serlo.
Para compensar la inanidad de la ALBA,
el engatillamiento de la CELAC, la crónica crisis de Mercosur y el lánguido y
neutro vivir de Unasur, surgieron vagas inquietudes relacionadas con las
elecciones de Costa Rica y El Salvador. La victoria del socialdemócrata Luis
Guillermo Solís, al sacarle 1.20% a Johnny Araya del PLN, sugiere un cambio
hacia mayor eficacia y menor corrupción, después del cuestionado gobierno de la
presidente Chinchilla y habida cuenta de las buenas credenciales de Solís, su
formación académica y gerencial, certificada por su trabajo transfronterizo
bajo auspicios de las fundaciones Ford y McArthur.
El Frente Amplio logró avanzar bien
pero no como esperaba. Apoyará quizá a Solís en el balotaje con un argumento
sorprendente en un bregador de izquierda: habrá que escoger –arguyó Araya–
entre dos derechas, una corrupta y otra no. Es lo que se llama una “razón
instrumental”, dicho sea con la venia de Hortheimer, Adorno, Marcuse y demás de
la escuela de Frankfurt. No hay pues salida por la izquierda, a juicio de su
propio candidato.
En El Salvador el FMLN repitió y
probablemente lo hará en la segunda vuelta. Diez puntos de ventaja no es concha
de ajo. Se podría esperar un cambio radical alejado del pragmatismo del
expresidente Funes. En ese país tienden a votar por el partido más que por el
candidato y eso tiene su explicación, de la que hablaré en otro momento.
El vencedor, Salvador Sánchez Cerén,
tiene credenciales guerrilleras. Comandante general del FLN fue hombre de
guerra pero también negociador de la paz que cortó la hemorragia homicida en su
país. Celebró lamentablemente el impacto terrorista del 11 de septiembre
respaldando incluso la teoría del autoatentado, pero, y aquí va un pero de
tamaño catedralicio, como candidato hizo lo indecible por acercarse a EEUU y
consideró brutal la campaña de la derecha que lo asociaba a Chávez. Buscar
votos desmarcándose de Chávez, descubre la “razón instrumental” de Araya y
Sánchez Cerén.
¿Por qué ese temor a que se les
identifique con la revolución bolivariana? Difícil olvidar que el proceso
Chávez-Maduro lleva quince años y sus resultados no dan para arrojar el
sombrero al aire. A su vez Cuba da angustiosas señales de viraje para escapar
de un sótano oscuro, eterno; y Timochenko-Márquez quieren soltar armas mediante
negociaciones de paz con Santos. Si hay suerte y votos pudieran aterrizar en el
Congreso. Votar parece mejor que disparar.
¿Cuál es la causa de la marcha
trepidante del socialismo bolivariano hacia la autodestrucción? ¿Por qué no
remeda los esguinces aperturistas de Mariel, y de pacificación verbal y
material de las FARC? Sugerirle aproximaciones a la porvenirista Alianza del
Pacífico sería como pedirle peras al olmo, ¿pero adonde quiere ir en ese errar
alrededor de la violencia?
El presidente Maduro llegará en 2014 a
profundidades infernales. Los pronósticos más serios de Venezuela coinciden con
los estimados de instituciones financieras y consultoras internacionales.
Merrill Linch y Standard & Poor’s rebajaron a nivel cuasi basura los bonos
de la República y de PDVSA. JP Morgan, Barclays y Bank of America hacen
pronósticos alarmantes. Se estima una inflación de tres dígitos en 2014 y un
crecimiento por debajo de la media del hemisferio, desaparecen las reservas
internacionales haciendo impagables la colosal deuda externa y las masivas
importaciones; el déficit fiscal puede sobrepasar el 15% del PIB; la moneda
está deplorablemente envilecida. Ni hablar del cortejo macabro de problemas
sociales: la delincuencia matadora, los despidos, la ruina de los hospitales,
escuelas y servicios y el odio palpitando en el discurso oficialista.
El trato cuasi-fenicio que, con
sonrisa amable, China y Brasil dispensan a Venezuela y Cuba nos dice que para
sobrevivir en la medianía, las ideologías duras son negociables.
Mariel es la fórmula china que
descarta derechos humanos y libertad política. Difícil contradicción, pero con
todo es un intento de sacar la nariz del pantano. Recordemos la confesión del
caudillo a los periodistas Goldberg y Sweig: “El modelo de Cuba no le sirve ni
a los cubanos”.
¿Clamará Maduro que el socialismo del
siglo XXI no le sirve ni a los venezolanos? Paralizado por una feroz lucha
interna, es de dudarlo. ¿Preferirá hundirse agitando vigorosamente la banderita
de los principios? Dudemos también.
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