Cármen Beatriz Fernández 09 de febrero de 2014
Hace unos años viajé a Berlín y me
detuve con masoquista fascinación en los restos del muro, inventariando las
bajas que intentaron saltarlo. Se construyó años después del fin de la segunda
Guerra Mundial, cuando ya eran más que evidentes los éxitos de un modelo de
desarrollo versus los fracasos del otro, y el muro trataba de contener la
emigración masiva de la Alemania del Este a la Alemania del Oeste.
Cientos de personas murieron tratando
de atravesar el muro de Berlín, trataban de saltar de oriente a occidente,
nunca al revés. Como en una cartelera de la vergüenza, el muro exhibe hoy un
memorial con sus nombres y fechas. Las víctimas eran casi todas muy jóvenes.
Debían serlo, pues hacía falta fuerza física y arrojo juvenil para esa
aventura. Las últimas víctimas del Muro buscaron saltarlo a pocos meses de que
cayera. Christian, el ultimo masacrado, tendría hoy poco más de 40 años. No
supo anticipar que en apenas unos meses podría libremente cruzar la ciudad
andando. Nadie hubiera podido.
Los humanos tenemos graves problemas
para predecir el futuro de las dinámicas sociales. “Si alguien el 15 de enero
de 1958 me hubiera dicho que el día 23 se iba Pérez Jiménez hubiera pensado que
estaba loco” cuenta el aguerrido luchador histórico Pompeyo Márquez.
Y el muro de Berlín no era sólo
físico. Había también un muro ideológico que impedía ver la realidad con
claridad. A los alemanes del Este se les dijo que el muro protegía a la
población de elementos fascistas que conspiraban para evitar la voluntad
popular de construir un estado socialista, y así se le denominaba oficialmente
«Muro de Protección Antifascista». Aquel país opresivo, que espiaba a sus
ciudadanos y les impedía desarrollar sus libertades creadoras se autodenominaba
República “Democrática” Alemana. Las palabras moldeaban el muro de las ideas.
Pero la realidad era cada vez más clara, cada vez más personas lo entendían:
bastaba elevarse un poco sobre el muro para ver desarrollo, progreso,
democracia, hermandad y libertad.
Como en Berlín, en Venezuela nos
construyeron un muro. Un muro invisible, sin ladrillos ni cemento, no por ello
menos real. Hoy vemos opresión creciente del régimen de libertades, también
represión, crimen desbordado, escasez e inminente colapso económico. Es fácil
ser apocalíptico con este presente. Cualquier tendencia lineal indica un
profundo abismo. Pero el futuro no se deriva de la proyección de tendencias
lineales.
Un estado de desaliento generalizado
cubre hoy al país. El desaliento puede impedirnos ver la oportunidad del
colapso de nuestro muro… En Venezuela hay 15 protestas diarias, probablemente
más que en ningún otro país del mundo. Protestan en Caucagua porque se cayó un
puente, protestan en el barrio el Carpintero porque una bala perdida asesinó a
una niña, protestan en Villa de Cura porque exigen viviendas dignas. Todas esa
protestas tienen un culpable: un sistema que implosiona. Un modelo anacrónico,
fracasado e improductivo, que fracasó en todos los lugares del mundo donde se
quiso imponer, y que se estableció en Venezuela con la holgura de las arcas del
petroestado.
En Caucagua, Villa de Cura y El
Carpintero creen que protestan por asuntos distintos. Algunos de los
protestantes tienen aún un muro de ideas que les impide ver la realidad de un
modelo que colapsó. Es tarea del liderazgo hacérselo entender y liberarles de
su muro personal. No se trata de convocar a la protesta, se trata de
acompañarla…
Cuando en lo político nos dejamos
llevar por la visión apocalíptica suele ser porque nos rendimos. Nos sentimos
incapaces de modelar el futuro.
Hoy Berlin es una magnífica ciudad que
se ha reconstruido e integrado con modernidad, con planificación y con
arquitectura, pero también con sentimiento, empeño, memoria y generosidad. La
generosidad de llevar el progreso allí donde no lo había, integrándose en un
solo abrazo urbano. Visitar Berlín es admirar la resilencia de una ciudad que
se sobrepuso a las peores adversidades y a los infiernos más profundos, para
erigirse orgullosa de su presente y avergonzada de su pasado.
Nunca antes había sido tan importante
la Unidad del país, derrumbando los muros que nos separan y reforzando la
unidad del liderazgo alternativo
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