JOSÉ LUIS CURBELO 6 FEB 2014
En aras de una quimera
dogmática se está destruyendo la economía del país
Con este absurdo y populista dilema
sacudía a los venezolanos el 22 de junio de 2013 el procubano ministro de Exteriores
Elías Jaua ante las crecientes protestas por la escasez y carestía de los
bienes básicos en los supermercados del país. El dilema manifestaba la voluntad
del Gobierno bolivariano de profundizar su radicalización frente a las voces
que ante el deterioro evidente de la economía nacional y del bienestar de la
sociedad, llamaban a mejorar el abastecimiento y, por extensión, a mayor
moderación y pragmatismo políticos y a una gestión más ortodoxa de los mercados
y la política económica.
La voluntad de radicalización se está
profundizando en los inicios de 2014 tras la pírrica victoria de la coalición
de Gobierno en las elecciones municipales de diciembre de 2013. En ellas, la
inseguridad respecto de los resultados llevó al presidente Maduro a llamar al saqueo
de las tiendas de electrodomésticos y otros bienes de consumo duradero
(televisores de plasma, ropas de marca, teléfonos celulares, etcétera), que
actúan como fetiches del bienestar para amplios sectores de la población,
incluida la clase media, y a la detención de varios empresarios.
El de 2013 fue un año desastroso en
términos macroeconómicos, a pesar del elevadísimo precio de los hidrocarburos
(alrededor de 100 dólares el barril). El país tuvo la mayor inflación del mundo
(56%) derivada de la financiación monetaria de la actividad económica y de los
déficits fiscales, que se calculan superiores al 15% (Barclays), consecuencia
de un gasto desmedido y de una política de precios públicos altamente
subvencionados.
La economía decreció un -0,3% en
términos per capita. El cambio del dólar en el mercado paralelo es 12 veces el
oficial. Las reservas líquidas son insuficientes, incluso, para saldar la deuda
del país con las compañías áreas extranjeras por los billetes ya vendidos en
bolívares. El índice oficial de escasez (que indica la proporción de productos
básicos inexistentes en el mercado) está próximo al 25%, y el desabastecimiento
se extiende a casi todas las mercancías e insumos de una economía en la que
prácticamente han desaparecido el ahorro y la producción nacional.
Proliferan los mercados negros de todo
tipo y la rampante corrupción. La infraestructura física y social se deteriora
y los cortes del suministro eléctrico durante horas son comunes en casi todo el
país. Y por si fuera poco, a pesar de sus reservas ingentes, la oferta
petrolera venezolana (alrededor de 2,75 millones de barriles al día) decayó el
2% en un año por incapacidad técnica y falta de inversión, al tiempo que, por
compromisos con terceros países (China, Cuba, otros países del Caribe,
etcétera), solo generan divisas 1,3 millones de barriles al día, 500.000 menos
que hace 5 años (PetroLogistics).
Ante esta dantesca situación económica
(por no hablar de los 25.000 homicidios del año y otras formas de violencia)
muchos analistas pensaban que una vez ganados los comicios y con un calendario
electoral favorable sin elecciones en los próximos dos años, el Gobierno
gozaría de la tranquilidad y legitimidad suficientes como para estabilizar la
política económica. Sin embargo, los retales de plan económico que Maduro
apuntó hace unos días con ocasión de la presentación de la Memoria y Cuenta de
2013, son decepcionantes. Para no enfrentarse a las raíces de los
desequilibrios macroeconómicos, lo que obligaría a alterar los complejos
equilibrios políticos de la coalición de Gobierno, se postergan las reformas
necesarias, se realizan cambios cosméticos y, sobre todo, se avanza en la
dirección de consolidar un modelo de país crecientemente estatista que achica
los espacios de libertad económica (y política).
Con un discurso inflamado para “librar
la batalla decisiva por el socialismo”, el “señalado” por Chávez: 1. Anunció la
promulgación de una severa “Ley de costos, ganancias moderadas y precios
justos” que establecerá un límite de beneficios a las empresas del 30%. Esto,
aparte de su arbitrariedad y de ser un caldo de cultivo para la corrupción,
evidentemente implicará aún menor actividad económica y profundizará el
desabastecimiento y el desempleo. 2. Avanzó las líneas generales de una
devaluación encubierta del bolívar, ya que en palabras del vicepresidente del
Área Económica (Rafael Ramírez) “no podemos hablar de devaluación porque esa es
la matriz del enemigo”. Se restringe el cambio oficial (6,3 bolívares por
dólar) a las importaciones prioritarias (por definir) y se relega al resto de
las transacciones a otra tasa fluctuante de alrededor de 11,3 bolívares por
dólar.
La gestión centralizada del proceso se
asigna a un Centro de Comercio Exterior encargado de priorizar el acceso a
recursos a cambio preferente, así como de seleccionar a los partícipes en las
transacciones. De nuevo, se fomentan instituciones proclives a la arbitrariedad
y la corrupción. 3. Realizó cambios en el equipo económico del Gobierno,
apartando de sus responsabilidades como ministro de Finanzas a Nelson Merentes,
partidario de la flexibilización de los precios y el tipo de cambio, y
reforzando la posición de los ministros más identificados con el modelo (Jorge
Giordani y Rafael Ramírez) y de procedencia militar (Rodolfo Marco y Wilmer
Barrientos), partidarios de mayores controles y planificación centralizada.
Tras los anuncios de las medidas
económicas el bolívar continuó devaluándose y la deuda reaccionó a la baja. La
población y los agentes económicos no confían en la capacidad del Gobierno de
gestionar el deterioro de la situación. Para 2014 se espera que la inflación
siga subiendo y llegue al 75% (Ecoanalítica). El país, según CEPAL, presenta
las peores perspectivas de crecimiento de toda América Latina. Un deterioro
que, más allá de las crecientes ineficiencias y corrupción imperante, no es
achacable como en otros períodos de estancamiento pasados a los choques externos
y/o petroleros, sino al propio modelo de crecimiento.
La incertidumbre respecto del futuro
de la economía venezolana es general y el espacio para su deterioro amplísimo,
incluso si los precios del petróleo continúan altos. Si se materializaran las
perspectivas de inflexión a la baja de los precios del crudo, la situación se
tornaría aún más desastrosa. En estas circunstancias, el dilema del título de
este artículo adquiere todo su valor descriptivo: la quimera dogmática de
construir el supuesto paraíso socialista (la etérea Patria del discurso
bolivariano) justifica el atropello de las libertades y el bienestar de la población
que, ¡parásitos ellos!, aspiran a que haya en los anaqueles papel tualé.
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