Fernando Mires 10 de febrero de 2014
Hay que aceptarlo, es normal, es
lógico y puede que hasta sea necesario: La oposición venezolana se encuentra
dividida. Más aún, soy de los que sostienen que la unidad tiene que surgir de
la no-unidad (¿de dónde si no puede surgir?) Luego, el momento de la no-unidad
es imprescindible para alcanzar el momento de la unidad.
Casi no hay nada peor en la política
que tratar de mantener una unidad a todo precio. Cuando en nombre de la unidad
son ocultados antagonismos y debates, estamos hablando de una unidad
anti-política y por lo mismo, de una unidad que nunca despertará entusiasmos.
La unidad política no puede ni debe ocultar las diferencias. Se puede, por el
contrario, marchar juntos sin necesidad de ser idénticos.
La unidad política surge de las
diferencias. Si no es así, la unidad pierde su carácter político y se convierte
en un conglomerado de grupos ligados por simples intereses inmediatos. Por lo
tanto este artículo no debe ser interpretado, como tantos que se han escrito
dentro y fuera de Venezuela, como un piadoso llamado a la unidad. Pero sí debe
ser entendido como una constatación, a saber, que las fracciones contendientes
no han dejado muy claro el verdadero carácter de sus desacuerdos, de modo que
estos aparecen, sobre todo en los medios internacionales, como un producto de
luchas caudillescas entre dirigentes personalistas que buscan ejercer liderazgo
sobre toda la oposición.
Para decirlo de modo terminante: Ni
Capriles es un colaborador de Maduro, ni López/Machado son golpistas. Mucho
menos Ledezma. Si no aceptamos esas premisas, cualquiera discusión será
imposible.
Hay que precisar, además, que la unidad
electoral de la oposición venezolana no está por el momento en juego. El
indiscutido líder electoral fue Capriles. Cuando llegue de nuevo la hora de
enfrentar al régimen en el plano electoral, tendrán lugar primarias y tal como
ocurrió en el pasado reciente, el pueblo opositor sabrá elegir sus candidatos.
Ahí no está puesto el problema. El problema ocurre debido al hecho de que la
no-unidad que hoy presenciamos tiene lugar en un escenario no-electoral.
Precisamente, ese es el tema. ¿Cómo enfrentar al post-chavismo en un escenario
no-electoral?
La respuesta más fácil parece ser la
de Leopoldo López y María Corina Machado: llevar la lucha política a la calle.
La calle, si atendemos a los discursos de López –quien pronuncia la palabra
calle en cada frase que emite- se ha transformado no solo en una táctica o
estrategia sino en el punto central que aparentemente diferenciaría a
López/Machado de Capriles. Así lo han querido entender muchos. Pero si vemos el
tema con cierta detención, no es así.
Henrique Capriles jamás ha estado en
contra de la calle. Más aún, de todos los dirigentes políticos de la oposición,
Capriles es el que tiene más experiencia de calle, no solo por kilómetros
recorridos, sino porque durante tres campañas electorales consecutivas fue
capaz de quitarle la calle al chavismo. En materia de calle ni López ni Machado
pueden darle lecciones a Capriles. Luego, tenemos que deducir que el problema
no está en la calle. El problema es otro, y es el siguiente: ¿Cuál es el
objetivo de la lucha en las calles?
López/Machado lo han planteado en
términos inequívocos: Se trata de “la salida”. En otras palabras, ambos
dirigentes (repito, dirigentes, no líderes) están planteando una salida
insurreccional, todo lo pacífica, democrática e institucional que se quiera,
pero insurreccional al fin. No otra cosa puede ser una “salida”.
La situación inmediata parecería dar
la razón a la opción López/Machado. ¿Hasta cuando Venezuela va a seguir siendo
el juguete de un grupo ideológico cuyos dirigentes no paran de insultar de modo
horrible a todo quien se les opone? ¿A ese grupo que ha llevado a la nación a
una crisis económica sin parangón en la historia del país? ¿A la mentira
sistemática, a la calumnia, a la persecución ideológica? ¿A la entrega de la dirección
política de “la revolución” a la dictadura militar cubana? ¿A la monopolización
de la prensa y de la Televisión? ¿A la violencia desatada en las calles?
Aún no estando de acuerdo con la voz
valiente de María Corina Machado, no se puede sino sentir comprensión cuando
ella exclama: “¿Hasta cuando, hasta cuando vamos a esperar?” El detalle, y
quizás María Corina lo sabe es que, como escribió Max Weber, “la política se
hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo”.
Digámoslo muy claro: López/Machado
están levantando en estos instantes la misma alternativa que propuso Capriles
antes del 8-D si se daba el caso –en esos momentos muy probable- de que la
oposición hubiese ganado con amplitud las elecciones municipales a las cuales
Capriles y López/Machado otorgaron –no podían hacer algo distinto después de la
pírrica victoria de Maduro en las presidenciales- un carácter plebiscitario. La
diferencia es que Capriles planteaba la insurrección constitucional en el caso
de una victoria y no en el caso de una derrota plebiscitaria, como hoy intentan
hacerlo López /Machado.
El resultado de las elecciones del 8-D
gracias entre otras cosas al despliegue casi sobrehumano de Capriles, fue
excelente para la oposición. Excelente, pero no suficiente para levantar desde
ahí una salida insurreccional. La oposición en efecto, conquistó las regiones
más pobladas e importantes del país, pero no ganó, al menos no formalmente, el
plebiscito. La insurrección constitucional, eso fue lo que captó entre otros
Capriles, debía ser necesariamente postergada para una mejor oportunidad. Había
llegado en cambio el momento de reunir las fuerzas acumuladas para enfrentar en
un periodo no-electoral a un gobierno sumido en la más catastrófica crisis
económica y social que es posible imaginar. Ese era el momento de pasar de la
lucha política-electoral a la lucha política-social. Las condiciones estaban
dadas.
En Venezuela lo que más abunda son
manifestaciones sociales. Pero ponerse al lado de ellas exige bajar el perfil
publicitario de las acciones políticas, analizar cada huelga, cada paro, cada
síntoma de descontento, y convertirse en abogado político de los manifestantes.
En otras palabras, y eso es lo que captó Capriles, había llegado el momento de
crecer desde abajo hacia arriba, ganar con paciencia y trabajo gris a
trabajadores aún adictos a Maduro, buscar modos de comunicación con la masa
indecisa y cerrar filas alrededor de los bastiones regionales arrebatados al
gobierno. En fin, todo indicaba que la dirigencia de la oposición iba aprovechar
el lapso no-electoral para configurar una mayoría social, democrática y popular
en contra de la oligarquía militar-civil enquistada en el poder.
Las luchas en la calle, en efecto, no
tienen sentido si antes no ha sido librada una ardua lucha al interior de los
sindicatos, de las organizaciones populares y civiles, en las universidades y
en las escuelas, en los pueblos y en las aldeas. El poder de la calle –ese es
el punto- surge del poder social y no al revés. Eso forma parte del ABC de la
política: Un poder de la calle sin sustento en un sólido poder social es algo
así como intentar construir el techo de una casa sin haber puesto sus
cimientos.
Nadie pone en duda de que
López/Machado pueden lograr grandes manifestaciones callejeras. En las calles
gritarán en contra del gobierno e incluso enfrentarán heroicamente a sus
esbirros armados. Pero ahí estarán los mismos, los que de tanto manifestar
juntos ya se conocen entre sí. ¿Cuántos trabajadores dejarán a un lado las
banderas del chavismo para sumarse a las de López/Machado? ¿Cuántos hasta ahora
indecisos irán a engrosar las fuerzas manifestantes y arriesgar el pellejo en
las calles para seguir a una oposición que no solo no tiene a una mayoría
nominal detrás de sí, sino que, además, se presenta dividida en las calles?
Creo que no serán muchos más que los de siempre.
No hay que ser ingenuos. El 8-D Maduro
aumentó su grado de legitimidad y su gobierno mantiene todavía una mayoría
nominal, sobre todo en las provincias agrarias. Maduro controla la prensa, el parlamento,
la justicia. El gobierno no solo cuenta con el apoyo de los militares, es
además, un gobierno militar. Y sus militantes organizaciones de masas están
mucho mejor organizadas que las de la oposición.
Quizás será necesario agregar que en
toda la larguísima historia de las insurrecciones sociales no ha habido jamás
un solo caso de levantamiento social exitoso inducido por los partidos o
siguiendo el llamado de determinados dirigentes políticos, por muy carismáticos
que estos sean.
Los grandes levantamientos sociales
han ocurrido cuando el pueblo organizado ha decidido salir a las calles y los
partidos políticos no tienen otra alternativa sino acompañarlos. Nunca ha
ocurrido al revés. Incluso los más grandes líderes políticos como fueron
Gandhi, Walesa y Mandela entre otros, pasaron más tiempo frenando a los
radicales que llamando a ocupar las calles.
Capriles no es ni Gandhi ni Walesa ni
Mandela, pero ha sabido reconocer al menos cuando un momento puede ser
insurreccional y cuando no lo es. Tal vez también sabe que un periodo
no-electoral es el más adecuado para esclarecer las diversas posiciones
políticas, pues nadie discute sobre eso en medio de una campaña electoral. El
problema es que él todavía no lo ha hecho, por lo menos no de modo explícito. Al
parecer le falta todavía aprender que las amistades políticas no son amistades
personales. En ese sentido, ni López/Machado han traicionado a Capriles, ni
Capriles traicionará a López/Machado. Son las reglas del juego determinadas por
la disputa de un poder que no solo es de ellos.
Pienso que la oposición venezolana se
beneficiaría enormemente si sus promisorios dirigentes discutieran abiertamente
sus estrategias y no con frases indirectas y mucho menos por twitter. Aunque
solo sea para marcar la diferencia con un régimen para el cual toda divergencia
es un delito.
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