Por
Mercedes Malavé, 04/04/2014
La
imagen que circuló en las redes sociales de un joven con la mejilla estampada
con la bota de un paramilitar, posee una alta carga simbólica que va más allá
de la agresión física que supuso. Desde la cita bíblica "a quien te
abofetee la mejilla derecha, ofrécele también la otra" (san Mateo 5, 39),
hasta la resistencia pacífica que propugnó Gandhi, el camino de la no violencia
como modo de enfrentar el mal, ha rendido sus frutos a lo largo de la historia
de diversas naciones.
Afortunadamente,
no tenemos que ir muy lejos para buscar modelos de oposición a la violencia
mediante la no-violencia. La historia de Venezuela está llena de héroes civiles
que han defendido sus ideales republicanos aún a costa de la bota opresora del
tirano, sin oponer nada más que la fuerza de la verdad. Podemos encontrar
respuestas verdaderamente heroicas en muchos precursores de la patria, allá por
los años de 1810, así como en muchos políticos contemporáneos, hombres y
mujeres, que enfrentaron al último dictador y fueron, además, fundadores de los
partidos políticos tradicionales.
Sin
embargo, no somos muy conscientes de nuestra historia de republicanismo cívico.
A los quince años de adoctrinamiento militar-socialista hay que sumarle décadas
de formación histórica centrada en el héroe militar, en la bota, la espada y el
caballo. No en vano nuestras plazas y monumentos reflejan esa memoria de
exaltación del héroe militar, que a veces pareciera que seguimos esperando a
que se levante en armas para vencer. Pienso que es una tarea pendiente revisar
nuestros programas de historia para introducir ideas, biografías y situaciones
cargadas de civismo y patriotismo republicano.
Por
otra parte, en medio de todo este "zaperoco" político que estamos
atravesando, una realidad que consuela es notar cómo los venezolanos estamos
presenciando en carne propia el valor, la fuerza y el dramatismo del heroísmo
cívico. Frente a un régimen militarizado, tosco e irracional emerge la figura
firme, resistente y digna del ciudadano responsable que no doblega su
conciencia. Sale a relucir el pequeño David que todos llevamos dentro.
Hace
años, la Fundación Justicia y Democracia realizó un concurso de ensayo para los
jóvenes acerca de cómo podíamos fomentar una democracia sustentable. Gracias a
la motivación de algunos amigos de la universidad, me lancé a exponer mis
ideas. Ya no recuerdo muchos detalles de ese emocionante suceso, lo que sí me
quedó bien grabado fue cuando el presentador de turno leyó una cita del ensayo
a fin de revelar quién era el ganador. Cuando la escuché me puse piel de
gallina, como si nunca la hubiese leído antes. Es una idea del escritor ruso
Solzhenitsyn, parafraseada por el filósofo español Alejandro Llano. Condensa,
en esencia, la fuerza del héroe civil. Viene a decir que la bota del ciudadano
es su conciencia recta que defiende la verdad y resiste al mal públicamente y
sin armas; que no deja de pregonarla aunque lo callen, y que ejerce la defensa
plena de sus derechos aún encarcelada:
"Una
palabra de verdad vale más que el mundo entero. ¿Qué puede la verdad contra la
rueca de la violencia? A la actitud de amor a la verdad siempre le cabe decir
que no: mientan todos ustedes, pero no cuenten para ello con mi colaboración;
finjan que son honrados mientras participan en la corrupción, pero háganlo sin
mi ayuda; pliéguense dócilmente a leyes inmorales que permiten el dominio de
los más débiles por parte de los más fuertes, pero les anticipo mi
desobediencia civil; difundan los medios de comunicación social todo tipo de
falsos estereotipos acerca de instituciones y personas intachables, pero no
esperen que yo les crea ni me haga eco de sus insidias y sectarismos". He
aquí el venero del verdadero, quizás el único, civismo.
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