Por Leonardo Padrón
El país entero cabe en una
manzana. La manzana, para más señas, está ubicada en el centro de Caracas. Es
la Asamblea Nacional, el corazón político del país. Hoy es lunes y el lugar
respira una serenidad inusual. Elijo ese adjetivo, porque –lo sabemos– la calma
se mudó de país hace años.
Vaya usted a la esquina La
Ceiba, desande unos pasos y pida entrar al hemiciclo legislativo. Se encontrará
en territorio liberado.
Después de 17 años, el sol
amanece distinto en el palacio federal. Desde 1999 hasta enero del 2016, la
vida parlamentaria había entrado en estado disfuncional. Todo era convulso,
excesivo, extravagante. Como el país actual. Pero la primera gran derrota del
chavismo ha ocurrido en la médula del país político. De los cinco poderes
constituidos, el legislativo es hoy la música de un fracaso para los seguidores
de Hugo Chávez.
Lo que más sorprende al hablar
con los empleados de la AN es que allí el chavismo se conjuga en tiempo pasado.
Como si fuera un periódico viejo, una anécdota de la historia. “Se había
perdido la costumbre de dar los buenos días, las gracias, o pedir el favor. Hay
asombro porque ahora no se dicen groserías. Hacía años que no veíamos tantos
fluxes y corbatas al mismo tiempo. La regla era el jean roto y los tenis”,
ilustra Yira Yoyotte, la Jefa de la División de Medios de Comunicación, con 20
años en esa manzana crucial de Caracas. Las costumbres, los modales, el protocolo.
Todo había sido arrasado.
Nadie puede testimoniar mejor
lo ocurrido que El Excelentísimo. Así se le conoce a Victor Mendoza, el mayor
experto en protocolo de este país. Ha vuelto a su cargo después de 15 años de
exilio laboral. “Protocolo es orden, majestad y respeto”, desgrana la premisa
de su oficio como quien sube los peldaños de una escalera. Las tres palabras
claves habían sido taladas por el torbellino rojo. Es un hombre de impecables
maneras. Su elegancia y estilo ponen a prueba tus propios modales. “Yo no
complico, simplifico. No creo honores, simplemente los reconozco”, es uno de
sus lemas. En su oficina tiene 18 corbatas dispuestas para cualquier diputado
que las necesite. Es parte de su cruzada por resucitar las normas del
ceremonial. Enumera las virtudes que debe tener todo parlamentario: “Elegancia,
prestancia y prudencia”. Me refiere, con un rictus cercano al horror, el
abatimiento del orden que encontró en los jardines y pasillos. Habla de la
grama chamuscada y los restos de pollo que las huestes a sueldo arrojaban en
cualquier lugar mientras vitoreaban cada visita de Maduro al hemiciclo. Habla
de los solemnes espacios invadidos por una profusión de toldos, tarimas y
flores cuyos proveedores, según cuenta alguien más, era gente cercana al ex
diputado Darío Vivas. Los guisos que se cocinaban no eran solo comestibles.
Mendoza recuerda el episodio
reciente donde le tocó recibir al presidente Maduro acompañado de Cilia Flores.
Al entrar la pareja, El Excelentísimo se permitió una corrección:
"Disculpe, Presidente, la dama siempre va del lado derecho del
hombre". A lo que la primera combatiente comentó: “¿Ves, Nicolás? Este sí
sabe de protocolo”.
***
Un tema inevitable es el
saqueo ocurrido luego del triunfo de la oposición el 6D. Vehículos, cámaras,
sistemas de sonido. Un saboteo penoso. “El saqueo también fue humano”, agrega
Yoyotte, “desde la época de Willian Lara (2002) la nómina fue creciendo con
amigos, familiares y novias de los enchufados. Con ir a las marchas y
"sapear" a los compañeros de trabajo "escuálidos" bastaba
para ganar indulgencias y no perder el trabajo”.
El parlamento se había
convertido en un cascarón. Un cascarón muy útil, por cierto.
“Las pocas leyes que se
sometían a consideración ya venían hechas por el Ejecutivo. El chavismo
convirtió al Poder Legislativo en aquello que Ingo Muller ha llamado "Los
juristas del horror". En los últimos 15 años la institución servía sólo
para aprobar créditos adicionales que desangraron económicamente al país,
instrumentos de ley que le permitieran a Chávez mantenerse en el poder e
impedir investigaciones que pudieran perjudicar al Gobierno”, completa la
curtida periodista.
Los verdaderos profesionales
tenían solo tres opciones: emigrar, resistir estoicamente o pedir su
jubilación.
El otro capítulo en desalojo
es el miedo. Ya los empleados se atreven a decir lo que antes se les atascaba
en la garganta. “Le teníamos miedo al espionaje de los propios trabajadores, a
la presencia de ‘tipos’ raros”, confiesa alguien. Y agrega un dato revelador:
“Ya no hay tantos escoltas. Cabello, que usa unos 20 o 30 espalderos, ahora
debe dejarlos afuera. Aunque dentro de la Cámara siempre lo rodean unos 4 tipos
mal encarados que no tratan a nadie”.
Sin duda, hay trabajadores
chavistas dentro de la AN, pero el tono de dueños del país se ha extinguido por
completo.
***
Hay que ser niño. Tenderse en el suelo boca arriba en el Salón Elíptico.
Quedarse como lelo mirando la gran cúpula oval donde reina el lienzo de Tovar y
Tovar que ilustra la Batalla de Carabobo, el cuadro de nuestra vieja épica, tan
manoseada en estos tiempos. Hay que ser niño y abismarse de emoción con el arca
que contiene el Acta de Declaración de la Independencia. Hay que celebrar que
la suntuosidad sobrevivió al huracán. Ir al Salón de los Símbolos, tapizado por
los 23 escudos de las entidades federales. Contemplar las huellas del tráfago
nocturno de los murciélagos en las paredes del extremo oriental. Visitar el
Salón del Tríptico, admirar los tres cuadros de Tito Salas, contemplar, una a
una, todas las Constituciones originales de la vida republicana de Venezuela,
desde la primera de 1811. Entonces un detalle cromático desafina, por
estridente, por egocéntrico: el color rojo que empasta a la última de todas, la
de 1999.
Habría, quizás, que hacer un
informe forense que nos diera cuenta de cuántas veces al día es violada nuestra
constitución.
Pero mientras tanto, hay que
ser niño de nuevo y visitar con ojos de primera vez la belleza del viejo
palacio.
***
El territorio liberado ha permitido el regreso de los medios de comunicación
independientes. Su destierro ocurrió en el año 2006 cuando Cilia Flores asumió
la presidencia de la AN. Una nota de El Nacional sobre la cantidad de
familiares de ella que laboraban dentro la enardeció. Tildó de
"mercenarios" a periodistas como Cecilia Caione, Pedro Pablo Peñaloza
y Hernán Lugo Galicia. Prontamente, se desmantelaría la sala de prensa. En mayo
de 2010, además, Flores ordenó el traslado de los periodistas internos que
exudaban algún síntoma opositor. Algunos fueron removidos a oficinas donde
permanecían todo el día de pie porque no tenían dónde sentarse. La idea era
cansarlos, que se fueran. El lugar se inundó de miembros de
"colectivos" y supuestos funcionarios policiales. No era necesario
ser periodista para trabajar allí. Importaba solo la lealtad al proceso. La
página web se convirtió en un notorio panfleto que publicaba hasta las columnas
de Fidel Castro.
Hoy, a cada sesión, rondan al
menos 150 equipos periodísticos de todas las nacionalidades, incluyendo la BBC
de Londres y Rusia Today. Desde el exterior llueven solicitudes pidiendo
entrevistas con el presidente de la AN, Henry Ramos Allup. Los empleados del
Parlamento no se sorprenden por la asertividad de sus misiles: “Desde hace años
sabemos la calidad y vehemencia de su verbo”.
En la Asamblea, el idioma es
otro territorio liberado de las amenazas, los insultos y la retórica populista.
***
El propio Ramos Allup me
conduce al centro neurálgico de la discusión parlamentaria: la Cámara de
Diputados. Los escaños vacíos muestran los letreros con los nombres de
cada diputado. En un costado hay tres letreros que conforman la esquina
caliente del chavismo: Diosdado Cabello, Cilia Flores y Elías Jaua. El veterano
adeco me habla de la manifiesta incomodidad de Cabello en el hemiciclo: “Anda
malhumorado, inquieto, entra y sale, está un ratico y se va, no se halla”. La
cocinera le comentó un martes: “Yo a usted lo he visto hoy más veces de lo que
veía al anterior presidente en un mes entero”.
Henry Ramos Allup es la
estrella pop del momento. Sin duda, parte de su popularidad se la otorga su
relación con el lenguaje. Palabras en desuso, símiles inesperados y frases de
inaudita eficacia, más sus mañas de viejo zorro de la política, han emocionado
a las gradas. Sus detractores del lado opositor han bajado la voz y lo aúpan
unánimemente. Se ha dicho siempre: en política nadie muere.
Al subrayarle su momento
estelar, hace un gesto desaprensivo: “La gente se aburre fácilmente de los
políticos”. Y no oculta su tribulación: "Esta gente no tiene el más mínimo
deseo de rectificar, están atrapados en su propia madeja”. Cualquier propuesta
a Aristóbulo Istúriz, vicepresidente de la República y supuesta bisagra entre
los extremos, recibe la misma respuesta: “Déjame consultarlo”. En rigor,
Aristóbulo está resultando una figura decorativa, sin mayor operatividad. “En el
infight, le digo a Héctor Rodríguez: ‘Estás sobreactuando, quédate tranquilo,
ya tú gente está feliz, anda a sentarte’”, comenta sobre el jefe de la fracción
oficialista. Me ilustra su preocupación ante la crisis: “A veces duermo
dos horas nada más”. Insiste en que en el ambiente militar se habla
manifiestamente de la renuncia de Maduro como la costa más cercana para iniciar
el rescate del país.
***
La Asamblea Nacional de hoy no
escapa a la devastación general. El agua potable es infrecuente. En las
oficinas escasean hojas de papel, libretas y bolígrafos. “Hay gente que
improvisa hornos microondas hechos de cajas de cartón, papel aluminio y
bombillos para calentar el almuerzo”, me comenta Yira Yoyotte. Pero más allá de
eso, lo notorio es la nueva actitud del propio país: “Muchas de las personas
que piden información sobre las visitas guiadas al parlamento dicen: ‘Antes no
me atrevía a venir, ahora sí’. La gente siente que al entrar al Palacio se
libera del estado de terror que encarna el chavismo”.
En el capitolio federal de
estilo neoclásico que arropa la virulencia y los latidos del país político, el
miedo ha sido desterrado. Los desplantes autoritarios cesaron. Gracias a
millones de votantes, es un territorio liberado. Una sensación que exige vivir
el gran resto del país.
Es una tarea inaplazable,
apremiante. Una tarea en proceso. Un afán que nos necesita a todos.
28-02-16
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