Por José Vicente Carrasquero
Con la misma edad que tiene
el sistema político que nace en 1958, no recuerdo una época en que Venezuela
haya estado tan mal como ahora. Se hace difícil escoger un tópico sobre el cual
discutir. Son tantos los problemas que sufrimos los venezolanos y tantas las
preocupaciones que nos asaltan el espíritu que nos parece corto cualquier
espacio para analizar y sugerir soluciones.
La clase política gobernante
y sus seguidores presentan una posición ante la situación del país que se
parece al locus de control externo. Es decir, no asumen responsabilidad alguna
sobre cualquier problema que estemos padeciendo. Por el contrario, siguiendo al
pie de la letra las instrucciones de la quincalla discursiva cubana, culpan a
cualquier ente externo que se les pueda ocurrir.
Es así como el culpable de
la situación económica que estamos viviendo es una supuesta guerra que no se
sabe de dónde viene pero que, en todo caso, nos tiene contra la pared y con
capacidad nula de reaccionar. Este argumento de la supuesta guerra económica se
traduce para un analista en una dicotomía. O los políticos que usan esta excusa
son mentirosos, falsos y verdaderamente desvergonzados, o extremadamente
ineptos como para habiendo manejado la mayor cantidad de recursos de la
historia, resultar vencidos por unos entes fantasmas que en ningún caso tenían
mayor poder económico, político o social que ellos. Ya se amigo lector, su
astucia lo lleva a sugerir una combinación de estas posibilidades y creo que
tiene razón.
Ahora, entrando en el tema
que quiero analizar, es evidente que en Venezuela hay una guerra que no se
puede esconder. Es una confrontación omnipresente que mantiene a los
venezolanos en zozobra. Es un combate permanente de las fuerzas del mal,
armadas hasta los dientes y con una capacidad organizativa superior a la de los
cuerpos de seguridad del Estado, contra los venezolanos a quienes mantiene en
estado de sitio.
Esta batalla entre una
delincuencia armada y una población indefensa cobró solamente en 2015 más de
veintiocho mil víctimas. Miles de familias tuvieron que sufrir la pérdida de un
familiar. Estos números resultan dantescos. Los venezolanos consideran el
crimen uno de los problemas más grave solo comparable con el de la escasez.
Y es que estas dos
dificultades tienen una consecuencia común: atentan contra la vida. O te mueres
porque fuiste víctima del hampa o te mueres porque no se consiguió el
medicamento para curarte o la comida que necesitas tú o tus hijos para
sobrevivir.
Maduro, principal contador
de cuentos de la nomenclatura chavista, rara vez menciona el tema. Peor aún, no
califica esta tragedia que estamos viviendo como lo debe hacer: una guerra del
hampa contra el pueblo. Y digo pueblo porque las cúpulas podridas gozan de los
privilegios de carro, chofer, gastos de representación y guardaespaldas.
Es así como el venezolano de
a pie ha ido asumiendo que en cualquier momento tendrá un encuentro cercano del
tercer tipo con un malandro que viene, cual depredador, a confiscarle la
vida. Ese venezolano está solo, inerme ante el hampón o hampones fuertemente
armados. Solo le resta una última oración y un querer despedirse de ese ser
querido que en algún lado está esperando su regreso.
¿Le importa este problema al
chavismo? Todos los elementos a los que podemos acudir indican que no. La tasa
de asesinatos no ha hecho otra cosa que aumentar durante los últimos quince
años. El crecimiento es tal que dos ciudades venezolanas figuran entre las diez
más peligrosas del planeta en términos de asesinatos por cada cien mil
habitantes.
El gobierno de vez en cuando
lanza unos operativos espasmódicos cuyos resultados quedan en evidencia por ese
crecimiento indetenible del crimen. Al punto que hay bandas criminales que se
apropian de territorios y los controlan a placer. Son como una especie de
pequeños estados donde la ley del más fuerte se impone.
Soy de los que creo que el
auge delictivo se debe a la incompetencia de una clase política cuyo compromiso
con el pueblo es nulo. Seres primitivos que ven el gobernar como un mecanismo
de sumisión del gobernado. No le reconocen a ese pueblo la soberanía que en él
reside. Sin embargo, hay quienes plantean que el crimen es una especie de
control social que el gobierno permite en la medida que le ayuda a mantener al
pueblo sometido a un estado de miedo y parálisis permanente.
La segunda hipótesis tiene
asidero en la orden que por cobardía dio Chávez de desarmar las policías. En su
pequeñez y egoísmo pensaba el teniente coronel que esos cuerpos de seguridad
tenían poder de fuego suficiente para propinarle un golpe de estado. Prefirió
someter a los agentes del orden a una situación de minusvalía frente al hampa
mucho mejor armada y organizada.
Los acontecimientos de los
últimos meses hablan de una africanización del país. La ausencia de Estado ha
llevado a los individuos a tomar la justicia por propias manos. Las escenas que
ruedan por las redes sociales son verdaderamente escandalosas. Personas
linchadas a golpes, hombres prendidos en fuego, individuos a los que les
amputan dedos para que no vuelvan a robar, venezolanos ajusticiados por cometer
fechorías. Esto aunado a las peleas en las colas para conseguir comida habla de
un país venido a menos, hasta el cuarto mundo. Este es el país que los
chavistas defienden y quieren para todos, siempre que ellos disfruten las
mieles del poder.
De esta guerra no habla
Maduro. No es buena para su maltrecha imagen. No es buena para la evaluación de
su pésima gestión. Mantiene en el ministerio de interior a un general que
balbucea unos galimatías que dan fe de su escasa formación para ejercer un
cargo tan importante y que pone en tela de juicio el sistema de ascenso de los
militares en nuestro país.
Esta guerra Maduro, está
acabando con el país. También está construyendo el legado de Chávez. Un país
sumido en la barbarie bajo el mando de un déspota ignorante que se empeña en no
reconocer lo mal que estamos.
07-04-16
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